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Rafa Nadal y el espíritu del purasangre español

Es probable que el ser humano llegue a colonizar otros planetas antes de que alguien llegue a vencer catorce veces en Roland Garros

  • Rafa Nadal y el espíritu del purasangre español

Rafael Nadal Parera nació en Manacor (Mallorca) el 3 de junio de 1986. Es el mayor de los dos hijos de Sebastián Nadal, empresario dedicado a eventos deportivos, y de su esposa, Ana María Parera. A la familia pertenecen Rafael Nadal Nadal, el abuelo, gran músico ya fallecido, y dos tíos deportistas: Miguel Ángel Nadal, futbolista, y Toni, tenista.

Rafa salió un niño listo, guapo e inquieto, como tantos. Pero desde que echó a andar dejó ver una rara predisposición natural, genética, para el deporte. Al principio no estaba claro para cuál: podía ser el fútbol, como su tío Miguel Ángel, o podía ser el tenis, como su tío Toni. Con este practicaba, a los cuatro años, varias horas al día. Era zurdo. Fue su tío quien le habituó a usar las dos manos (sobre todo en los golpes de revés) y el pequeño Rafa acabó convirtiéndose prácticamente en ambidiestro, condición que tiene menos del 1% de los seres humanos.

Cuando el niño estudiaba 4º curso de ESO, el tío Toni planteó crudamente la realidad a la familia: Rafa, como le llamaban todos, podía seguir estudiando o podía dedicar su vida a aquello para lo que la naturaleza le había dotado extraordinariamente: el tenis. Ganó el tenis y el chico abandonó los libros a los 14 años. Su madre se llevó un disgusto muy gordo pero acabó por admitir que “era imposible compaginar los estudios con su carrera deportiva. Aunque se hizo profesional demasiado pronto”. Otro drama familiar: Rafa salió madridista convicto y confeso a pesar de que su tío Miguel Ángel había jugado en el Barcelona. No se pudo hacer nada.

Los rasgos de su carácter aparecieron desde la adolescencia. Rafa era un chaval serio, disciplinado, nada presuntuoso ni arrogante; alegre pero no fiestero, emotivo pero sin caer en los pantanales del romanticismo. Es, desde crío, profundamente respetuoso, paciente y constante. Un chico mucho más maduro y responsable de lo que parecía corresponder a su edad, que forjó su personalidad y su educación a base de lecturas (y de videojuegos, que le encantan), con un acusado sentido de la lealtad, profundamente humilde y empático, y que se las ingenió para hablar perfectamente, además del español, inglés, italiano, catalán y un poco de francés.

El tenis es, seguramente, el deporte donde con más fuerza reinan las estadísticas. Se hacen rankings de absolutamente todo. Desde quién es el jugador que más torneos de Grand Slam ha ganado hasta quién ha restado más primeros servicios ganadores llevando una camiseta verde. Rafa Nadal empezó a romper récords desde niño. Ganó su primer torneo a los ocho años. Su primera victoria en un torneo de la ATP llegó a los quince. Su entrada en el tenis profesional llegó en 2002. Tan solo la enumeración de qué partidos o torneos ha ganado, y cuándo, daría para un libro.

Pero es curioso que a un genio como él le sucediese algo que estamos habituados a ver en los divos y divas de la ópera. Nadal comparte con Montserrat Caballé el hecho de haber logrado su primer triunfo resonante gracias a una sustitución, porque la persona prevista se puso enferma. Caballé sustituyó a Marilyn Horne para cantar Lucrezia Borgia en Nueva York y aquella noche entró en la gloria. Nadal, que tenía quince años, reemplazó al lesionado Boris Becker en un partido de exhibición contra Pat Cash, campeón de Wimbledon. Fue en Mallorca y ganó Nadal. Sucedió lo mismo.

A día de hoy, Rafa Nadal es el jugador que ha ganado más torneos de Grand Slam en todos los tiempos: 22. Es probable que el ser humano llegue a colonizar otros planetas antes de que alguien llegue a vencer catorce veces en Roland Garros, como ha hecho él. El rey por derecho propio en tierra batida ganó también cuatro veces el Open de Estados Unidos, otras dos el Open de Australia y dos más el torneo de Wimbledon. Ha pulverizado prácticamente todas las estadísticas históricas. Ha sido número uno del mundo 209 semanas y en tres décadas distintas. Ha ganado, a día de hoy, 1.058 partidos (es el cuarto jugador con más victorias de la historia) y tiene un porcentaje de escalofrío: 83,3% de triunfos. Estaba allí en cinco de las seis ocasiones en que España ganó la Copa Davis. Ha participado en tres Juegos Olímpicos y se llevó el oro en Pekín, en 2008. Volvió a hacerlo, en dobles, en los Juegos de Rio de Janeiro, ocho años después; en esos Juegos Nadal fue el abanderado del equipo español. Le dieron el premio Príncipe de Asturias de los Deportes en 2008. Y renunció al doctorado honoris causa que le concedía la Universidad de Baleares porque había dejado de estudiar y aquello le parecía más presunción que otra cosa. Como dijo una vez Manuel Santana, “es de otro planeta”.

Sobre la historia del tenis se abatió un huracán a los pocos años de comenzar el nuevo siglo. El fenómeno estuvo conformado por el suizo Roger Federer, el serbio Novak Djokjovic y Rafa Nadal. Tres superdotados. Hubo quien les llamó “el bueno, el feo y el malo”, como en la película de Sergio Leone, pero haciendo siempre la salvedad de que Federer no era feo en absoluto. Entre los tres dejaron el tenis mundial como un solar. Hasta casi ahora mismo, parecía que todos los demás jugadores participaban en los torneos en calidad de comparsas o de extras: a la hora de la verdad, siempre ganaban los mismos. Solo la edad sacó a Federer de aquella santísima trinidad (aunque sigue en activo). A Nadal lo acosan cada vez más las lesiones y “el malo” sigue ahí todavía. Federer y Nadal son grandes y viejos amigos. A Djokovic eso se le da peor. 

Nadal y Federer protagonizaron el que mucha gente considera el mejor partido de tenis de todos los tiempos: la final de Wimbledon del 6 de julio 2008, en la que venció agónicamente el español. Se han hecho documentales sobre aquella gesta, la primera victoria de Nadal en el ilustre campeonato británico.

Nadal, que alienta fundaciones humanitarias e iniciativas solidarias de todo género desde hace muchos años, tiene también sus errores y sus pecados. En 2009 se atrevió a participar como “modelo” en el vídeo musical

Nadal, que alienta fundaciones humanitarias e iniciativas solidarias de todo género desde hace muchos años, tiene también sus errores y sus pecados. En 2009 se atrevió a participar como “modelo” en el vídeo musical Gypsy, de la cantante Shakira. Rafa aparece sin camiseta, luciendo cuerpazo y haciendo eróticas carantoñas a la artista colombiana, aunque en su defensa hay que decir que acaba muerto de la risa por aquella pantomima; en 2019 se casó con su novia de toda la vida, María Francisca Mery Perelló, y aquellos sobeos con Shakira no parecieron traer demasiadas consecuencias.

En 2003 empezó a molestarle el codo. Fue su primera lesión. Y al año siguiente se presentó su más viejo y tenaz enemigo: el dolor en el pie izquierdo. Nunca le ha abandonado. Nadal ha obtenido victorias épicas, dignas de pasar a los libros de historia (su último triunfo en el Abierto de Australia, por ejemplo), jugando con el pie izquierdo prácticamente dormido. Con un pundonor asombroso, ha aprendido a soportar el dolor, a competir contra el rival y al mismo tiempo contra el martirio del pie. 

Ha tenido más lesiones, algo nada extraño en un deportista de su nivel y de su enorme actividad. Nadal, el hombre sensato, humilde y realista que puso en su sitio a Djokovic cuando el serbio, arrogante y sarcástico, se negó a vacunarse contra la covid-19 y alentó la demencia de los antivacunas en todo el mundo, acaba de llenar de lágrimas los ojos de millones de personas cuando renunció a participar en las semifinales de Wimbledon. Tenía que jugar contra otro tipo pendenciero y bravucón, el australiano Nick Kyrgios. Es muy probable que le hubiese vencido. Pero a quien no pudo vencer fue al dolor que le producía su lesión en el abdomen. Con la tripa vendada logró derrotar, dos días antes, al estadounidense Taylor Fritz, mientras su equipo le pedía, casi le suplicaba que se retirase. No lo hizo. Pero el esfuerzo fue tremendo y renunció a jugar ante el marrullero Kyrgios. Se fue de Wimbledon invicto: lo tumbaron las lesiones, no los rivales. Quién sabe si volverá a jugar allí.

Quién sabe cuánto durará aún su carrera. Nadal ya no compite solo contra los demás; un purasangre, una leyenda como él compite contra sí mismo y contra la fatalidad. Cuando el pasado 6 de mayo cayó derrotado en Madrid (¡y en tierra batida!) por un jovencísimo Carlos Alcaraz, que se preguntaba qué había pasado porque no terminaba de entender que hubiese vencido a Nadal, el gran campeón abrazó al bravo potrillo, le sonrió con orgullo y hubo quien oyó, desde lo alto, una voz que decía: “Este es mi hijo muy amado en quien tengo todas mis complacencias” (Mateo, 3:17). La sucesión estaba asegurada. Quizá no hoy, pero así lo profetizó el propio Nadal.

Rafa ha llegado a este punto de su carrera con un triunfo inaudito: le quiere todo el mundo. Juegue donde juegue y contra quien juegue, el público se pone invariablemente de su parte. Eso, que suele sacar de quicio a las malas personas, se logra no a raquetazos, sino con el corazón; siendo un tipo honrado, cabal y esforzado durante toda la vida. No es tan fácil eso. Y el amor del público es el mayor de los triunfos. No hay Grand Slam que se le pueda comparar.

El espíritu del purasangre español

El caballo (Equus ferus caballus) es un mamífero perisodáctilo herbívoro de la familia de los équidos, pero en realidad eso da lo mismo porque lo que cuenta es que estamos ante uno de los animales más importantes para la humanidad. Desciende del eohippus, que vivió durante el periodo Eoceno (hace unos 55 millones de años; después de los dinosaurios), y su domesticación fue esencial para la evolución del hombre. Es imposible adivinar qué habría sido del homo sapiens sin la existencia y la compañía del caballo, su nobleza, su capacidad de sacrificio, su tesón y su inmenso trabajo. Todo eso desde el Neolítico para acá. La humanidad habría sido otra cosa.

El presidente estadounidense Lyndon B. Johnson decía que hay dos tipos de caballos: los de concurso y los de trabajo. Puede ser. Lo decía para meterse con el senador J. F. Kennedy, a quien consideraba muy pinturero pero poco trabajador, como los caballos de concurso. Pero quien conozca y ame a los caballos sabe que su pundonor, su fidelidad y su abnegación son las mismas en ambos tipos.

Una de las razas de caballos más conocidas (y prestigiosas) del mundo es el purasangre español, también conocido como “pura raza española” o “caballo andaluz”. Está documentado ya en tiempos del Imperio romano. Destaca, en primer lugar, por su fineza, su insuperable elegancia y su hermosura. Es un animal verdaderamente bello. Pero a la vez es, como dicen los expertos, un animal “equilibrado y resistente, enérgico, noble y dócil, con facilidad para adaptarse a diversos servicios y situaciones”. Resiste al dolor hasta que no puede más y, esto sobre todo, tiene una extraordinaria capacidad de aprendizaje. Nunca se cansa. Nunca se da por vencido.

El noble y generoso caballo español de pura raza no es solamente una garantía de éxito en las competiciones ecuestres, porque genéticamente es perfecto; es que, además, se hace querer. Se vuelve inolvidable para quienes lo tratan, lo cuidan o, sencillamente, lo tienen cerca. Ese es el mejor de sus éxitos.

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