Al terminar el partido Modric sorprendió a Ancelotti tirándose a su espalda, como si fuesen a salir a caballito. El entrenador sonrió divertido y le hizo una carantoña. El buen humor es generalizado. Una cámara perseguía siempre al alegre Marcelo, quizá el mejor del partido. Hubo partidos al principio de temporada en los que parecía perdido, siempre desorientado, incluso con números de perder el puesto con el más disciplinado Coentrao. Era una versión menor del lateral, como también lo era de su equipo. Pasaron las semanas y el enfermo recobró el color y, como es lógico, todos los jugadores fueron entonándose. Se dio un abrazo fuerte al final con Casillas. Un gesto de reivindicados en una semana dura.
Entre goleada y goleada, que las ha habido muy rotundas, quedaba siempre la duda de si lo que se estaba viendo era un espejismo. Al fin y al cabo la victoria contra determinados rivales al Madrid se le suponen. Incluso hay tormentas que se dan por descontadas ante los pequeños. Pero no, no es sólo eso, su nivel futbolístico es suficiente para hacer daño a cualquier equipo del mundo, y eso incluye al Barcelona. El propio Luis Enrique reconoció que en el Bernabéu habían sido inferiores.
Ganar en cuatro días al Liverpool y al Barcelona es un test de estrés perfecto para un equipo de nivel. Es posible que los ingleses no sean lo que fueron, pero tampoco dejan espacio para la relajación y contra los azulgrana, en tan poco tiempo, era una prueba no solo técnica sino también física. Todo pasado con nota. Con sobresaliente incluso.
Así lo percibió el Bernabéu, que solo se enciende contra los rivales de postín. Cuando se fue Isco salió ovacionado, el público coreaba su nombre porque de sus pies salió uno de los goles. Más de lo mismo con Benzema, que antes era sospechoso pero va a terminar convenciendo a todos con su calidad. Marcó y enamoró en un partido en el que su compañero Cristiano no estuvo tan fino. Muchos aplausos, su nombre en el cielo, la grada levantada. Nunca antes fue tan querido en Chamartín.
También hubo olés, pues el Madrid los mereció cuando encadenaba pases. En los últimos años, cuando el toque era propiedad del eterno rival, no pocos madridistas abjuraban de ese estilo, hablaban de aburrimiento y negaban su atractivo. Hasta que lo hacen los propios, claro, porque en realidad en el fútbol los gustos son universales y solo cambian las percepciones por el color de la camiseta.
Luis Enrique, en la banda, con traje clásico y zapatillas modernas, era incapaz de ordenar a su equipo para que robase balones. Suspiraba en cada pérdida, pues sabía que la recuperación no está entre las mejores características de su equipo. Como enemigo reconocible recibió la mayor pitada de la noche, con buena diferencia, y tuvo que escuchar el canto dadaísta “Luis Enrique, tu padre es Amunike”. Cosas del fútbol, como también lo es la cara de circunstancias de Bravo, que no había encajado un gol en Liga y se llevó tres.
Del mismo modo que el Madrid ha pasado los dos exámenes importantes recientes con nota el Barcelona ha hecho todo lo contrario. El PSG y el Madrid le marcaron tres tantos, que pudieron ser más porque la defensa, es fácil de ver, no funciona. Piqué, que salía del campo alentando a sus hinchas, llevaba la cara de la derrota. De poco sirve el liderato en la jornada 9 cuando las buenas sensaciones señalan otras latitudes.
Los blancos siguen con trabajo por hacer, puntos por recortar y rutinas que afianzar, pero ahora sí conocen su potencial. Saben que las ausencias de Di María y Xabi Alonso fueron importantes, pero que la siguiente evolución, el Ancelotti 2.0, también se puede bregar contra los mejores del mundo. Ya incluso parecen fiables defendiendo a balón parado. Y todo esto no es poco cuando de lo que se habla es del vigente campeón de Europa.