El ganador, el británico Chris Froome, tiene una personalidad y un estilo sobre la bicicleta opuestos a los de su antecesor, Bradley Wiggins, con el que comparte nacionalidad, equipo y el hecho de estar permanentemente acompañado por la duda.
En la batalla constante que libra el Tour por conquistar público, la edición de 2013 marca un tanto y mantiene la rémora del dopaje. Sin ningún positivo durante la edición del centenario, el dopaje ha estado presente, sin embargo, desde su inicio después de que el estadounidense Lance Armstrong, el hombre que más veces había subido al primer escalón del podium de París, confesara que había logrado sus siete victorias dopado.
Fue el texano el que marcó el tono en vísperas del comienzo con unas polémicas declaraciones en las que aseguraba que era imposible ganar el Tour sin doparse. El golpe de efecto su vio agrandado con la revelación de que el francés Laurent Jalabert había consumido EPO. Se supo gracias al análisis, con los medios actuales, de las muestras que habían quedadto conservadas de su participación en el Tour de 1998.
Un "positivo con efecto retardado" sin consecuencias deportivas pero con una enorme influencia negativa en la credibilidad del ciclismo. La presión del Tour y de la Asociación Internacional de Ciclistas logró que el Senado francés rerasara a la próxima semana la publicación de los resultados de los test efectuados al tiempo que los de Jalabert.
Prevista para la última semana del Tour, esa lista planeaba sobre el pelotón, que podía sufrir las consecuencias sobre su imagen. Ante esa prevista epidemia, el ciclismo se vacunó con el discurso de que los tiempos han cambiado y que la generación pasada ha sido sustituida por una joven hornada que ya no se dopa.
Prueba de ello, aseguran los defensores de esa tesis, es que el ritmo del pelotón ha bajado en el Tour. Pero las pruebas no son tan tajantes y el ganador de la prueba ha completado el recorrido de 3.400 kilómetros a una media en torno a los 40 kilómetros por hora, una de las más rápidas de la historia.
Froome, que con su pedaleo "de molinillo" ha recordado al Armstrong de las más impresionantes demostraciones, ha igualado las medias de ascenso del tejano a Ax 3 Domaines o al Mont Ventoux, sus dos triunfos en montaña. En la contrarreloj del Mont-Saint-Michel la victoria le fue arrebatada por el alemán Tony Martin por solo 12 segundos, en la que fue la segunda cronometrada más rápida de todos los tiempos en el Tour.
Unas medias de ensueño que han tenido el paradójico efecto de manchar a su autor, porque en el ciclismo la gesta acarrea de forma automática la sospecha. Froome, que comenzó presentándose en este Tour como el "adalid" de la lucha contra el dopaje -"Voy a ocuparme de que el ciclismo recupere su crédito", llegó a decir- acabó cabreado con el constante cuestionamiento de sus triunfos.
"No es agradable estar aquí, tras la victoria más hermosa de mi vida, respondiendo a preguntas sobre el dopaje", afirmó el día después de su triunfo en el Ventoux. Asolado por la sospecha, el Sky -rebautizado como el UK Postal, en referencia a la todopoderosa formación de Armstrong US Postal- se mostró partidario a abrir sus ordenadores a un grupo de expertos para demostrar que los parámetros de sus ciclistas no tienen nada de antinatural.
"Son el resultado de meses y meses de entrenamiento", afirma Froome, que no ha logrado acallar, con su ciclismo ofensivo, el grito persistente de la duda.