Tras unos días particularmente turbulentos, con esa indeseable “prima” que nos ha salido a los españoles escapándose por encima de los 500 puntos básicos (507), marcando máximo histórico desde que existe el euro, y la Bolsa enfrascada en su particular viacrucis, con Bankia encabezando el pelotón de los despeñados, el viernes amaneció un día tranquilo, preludio de un fin de semana de cierto relax, albricias, después de que la dichosa parienta se relajara hasta los 484 puntos, Bankia protagonizara un repentino subidón del 24% y Sáenz de Santamaría compareciera a la hora de la comida no para endiñarnos un nuevo plan de ajuste, as usual, sino para vendernos las bondades del acuerdo alcanzado con las CCAA para recortar el déficit regional en 18.000 millones, “un gran pacto de Estado”, aseguró la vicepresidenta, “que demuestra que el Estado de las autonomías es viable”. ¿Cabía mayor felicidad? Pues no. Tan poco dura la alegría en casa del pobre que, a última hora de la tarde, por los medios corrió como la pólvora la especie de que Madrid y Valencia se habían destapado con un déficit conjunto superior en 4.000 millones, 4 décimas de PIB, a lo previamente anunciado. Madrid y Valencia nos habían engañado.
La sorpresa del nuevo guarismo (8,9%), que deberá corregir el remitido a Bruselas hace unas semanas (8,5%), supone un duro golpe a la credibilidad de nuestras cuentas públicas. El descubrimiento, además, ha venido aderezado por las versiones contradictorias ofrecidas por Hacienda y las CCAA aludidas en cuanto a las razones del “hallazgo”, lo que añade un sentimiento de vergüenza ajena al oprobio de este nuevo burdo engaño. El mismo jueves, el ministro Montoro había asegurado que la presentación de las nuevas cifras suponía “un paso fundamental en la credibilidad de España” y que los planes autonómicos iban a ser "fundamentales para recuperar la confianza de nuestros socios europeos y los mercados".
A la espera del veredicto de los mercados mañana lunes, un sentimiento de resignada indignación campaba ayer a sus anchas entre millones de españoles de toda condición e ideología. “No tenemos remedio”, era el comentario extendido. La sorpresa ha venido, además, incrementada por la personalidad de los responsables de esta nueva estafa. Nadie aguarda nada bueno de Valencia, convertida hace tiempo en el gran Puerto de Arrebatacapas ibérico, pero la aparición en escena de la Comunidad que preside Esperanza Aguirre, sedicente capitana del ala liberal-conservadora del PP y campeona del déficit cero, ha sorprendido a casi todos. Durísimo golpe para Aguirre, cuya credibilidad ha quedado malparada, casi tanto como la del propio Gobierno del PP. ¿Para cuándo una explicación cabal de lo ocurrido, señora? ¿Para cuándo alguna dimisión? Razón tiene, por una vez, Pérez Rubalcaba: “¿Pero no había engañado Zapatero a Rajoy?”
Entre los vendedores de miserias colectivas hay profusión de políticos, economistas y periodistas, algunos de larga trayectoria en las filas del PP
Por desgracia, lo ocurrido a última hora del viernes viene a apuntalar las posiciones de esa banda de cenizos que, en apretada formación y acogidos a la bandera del catastrofismo más radical, vienen sembrando día tras día la simiente del “desastre sin paliativos” para España y el futuro de los españoles. Entre los vendedores de miserias colectivas, auténticos profesionales del “de lo mío, ¿qué?” hay profusión de políticos, economistas y periodistas, algunos de larga trayectoria en las filas de la derecha, que parecen haber abrazado la teoría del caos después de que el Gobierno Rajoy no haya respondido a sus expectativas de medro personal. Esta “quinta columna” del derrotismo está haciendo tanto daño a España como las dudas de los mercados sobre la sanidad de nuestros bancos, porque ellos se encargan de expandir una percepción de la realidad española mucho peor que la realidad.
Ocurre que los propios españoles, o una parte de ellos, son los peores enemigos de sí mismos, como tantas veces quedó demostrado a lo largo de nuestra Historia. Pendientes siempre de ayudas ajenas, los españoles nos olvidamos de que nuestro futuro no se juega en Bruselas ni en Berlín, sino en Madrid. Nuestro futuro depende de nosotros mismos, de nuestra voluntad por superar la crisis y de los sacrificios que estemos dispuestos a arrostrar para resolver nuestros problemas sin esperar milagros, ni implorar regalos ajenos. Más allá de las críticas a Alemania y al paso de la oca de un dogmatismo que tan buenos resultados le está dando en términos macroeconómicos, la pura verdad es que la solución a los problemas de España está en España y la respuesta a las angustias que estamos viviendo la tienen los españoles.
Hay que hacer los deberes y terminar lo empezado
La receta se antoja sencilla: Hay que hacer los deberes de una vez por todas, terminar lo empezado, completar la obra. El Gobierno Rajoy parecía haber llegado con la lección aprendida, pero una vez asomado al balcón desde el que se divisan las dimensiones del agujero, se asustó y reculó, dio una de cal y otra de arena, una de Guindos y otra de Montoro, y todo fue un amagar y no dar que no solo no atrajo aquella tan pregonada confianza, sino que la alejó de nosotros. Porque con esas dudas no llegamos a ninguna parte. La novedad, llamativa por demás ahora que estamos en la parte más profunda de la crisis, es que el Ejecutivo parece haber aprendido la lección tras las dudas de estos meses y está empezando a actuar con coherencia y, sobre todo, con contundencia. Esto se empieza a poner interesante: el Gobierno se ha dado cuenta de la importancia del envite y parece dispuesto a lo que sea menester para salir del hoyo.
Sanear el sistema financiero equivale a desalojar a los políticos de las Cajas y sentar en el banquillo, con las debidas garantías, a quienes lo merezcan
Y hacer lo que sea necesario supone sanear de una vez el sistema financiero y hacerlo con dinero público, lo que no quiere decir con regalos públicos, sacando de una vez por todas a los políticos de las Cajas y sentando en el banquillo a quienes, con las debidas garantías, lo merezcan. Sanear los bancos y hacerlo con transparencia y con rapidez. Cuanto antes. Hacer lo necesario supone también atreverse a reformar el subsidio de paro, para incentivar la búsqueda de nuevo empleo desde el primer momento, y no solo al final de la cobertura. Y asegurar de verdad las pensiones, al margen de las cantinelas oficiales con que la clase política viene empeñada desde tiempo inmemorial, porque un crecimiento anual del gasto en este rubro del 5% no hay cristiano que lo soporte, y subir el IVA, don Cristóbal, por mucho que usted haya dicho lo contrario, y seguramente este año y el que viene también, y empezar a pagar por algunos servicios (peajes y por ahí) que hasta ahora teníamos gratis, y algunas cosas más.
Frente al derrotismo que nos invade, sostengo que España está hoy en mejor situación que hace un mes, y desde luego que hace cinco y que hace diez. Es una cuestión de perspectiva. Los problemas estaban ahí, ya estaban aquí, pero permanecían escondidos; no conocíamos su real dimensión, aunque la sospechábamos. Ahora ya sabemos cuál es el tamaño del cráter, ya sabemos la dimensión de la juerga que como país nos hemos corrido estos años (91.300 millones de euros en 2011, que fue lo que España –todas las Administraciones- gastó por encima de lo que ingresó). La noticia positiva es que ahora parece que tenemos un Gobierno dispuesto a hacer de verdad su trabajo, por encima de cálculos políticos. “Hemos hecho un tercio del gran ajuste necesario, quizá un poco más; estamos en la buena dirección, pero la suerte del país dependerá de la capacidad de los españoles, empezando por su Gobierno, de terminar la obra empezada por dura que sea la tarea”, aseguraba ayer mismo un español de una pieza.
Rato, un cacique de la derecha a la vieja usanza
“Si nosotros lo hacemos bien como país, antes o después eso tendrá premio, y en seis o siete meses podríamos empezar a ver un cambio de expectativas”, asegura la misma fuente. Cambio de expectativas, que no es poco a tenor del panorama actual. Los datos del PIB portugués, un país con una situación económica más deteriorada que la nuestra, parecen avalar esa esperanza de recompensa que subyace tras los sacrificios colectivos. De ahí la importancia de seguir con las reformas.
El cambio de actitud del Gobierno se manifestó con el golpe de mano del Estado en Bankia que supuso la defenestración de Rodrigo Rato, toda una autoridad en el PP, un cacique de la derecha a la vieja usanza, a quien nadie sabe en virtud de qué título de hidalguía, currículum académico o merecimientos profesiones hubo que darle la presidencia de la cuarta entidad financiera española, caja con las secuelas propias de nuestra cultura del ladrillo, pero que el aludido se encargó de agravar hasta el éxtasis con su fusión con Bancaja. Ahora ha sido sustituido por un profesional de verdad, un hombre a quien cabe suponer hoy abrumado por la categoría del envite, que ha sido siempre un gran número dos, tal vez el mejor, pero que está obligado a demostrar ahora que es también un buen número uno. Apenas unos días después, el Gobierno decidió la nacionalización de la entidad, lo que implica la entrada de dinero público en su saneamiento. Otro tabú que cae derribado por la fuerza de los hechos. Esta misma semana, el encuentro entre Hacienda y los responsables de Economía de las CCAA, ha sido otra demostración, a pesar del “palo” de Madrid y Valencia, de una voluntad común que creíamos perdida por salir colectivamente del bache.
Convendría, mientras tanto, que nuestros socios europeos nos ayudaran a pasar el trance, en lugar de poner palos en las ruedas. Los frutos de este ajuste salvaje que enfrentamos llegarán antes a su punto de maduración y serán menos agraces si el señor Hollande logra rebajar el grado de dogmatismo de frau Merkel con algún tipo de medida de estímulo al crecimiento, con un alargamiento de los plazos del objetivo de déficit, o con ambas cosas. La salida de la crisis, en todo caso, depende de nosotros, no de favores ajenos. La solución está en nuestras manos.