¿Adivinan qué es la torre Eiffel para un turista estadounidense? Pues el Empire State Building después de impuestos. Con más del 50 por ciento del PIB de gasto público, Francia tiene una de las economías más susceptibles de liberalizar del continente. Hasta hace poco, Sarkozy tuvo la habilidad de salir en la foto siempre al lado de Merkel.
Sin embargo, ahora que Hollande ha logrado una aplastante mayoría en Francia, los alemanes empiezan a albergar serias dudas sobre su principal socio. El recién elegido presidente de la República gala ha prometido contratar 60.000 profesores más, elevar el salario mínimo, crear 150.000 puestos de trabajo con ayudas estatales, mayores impuestos a los ricos y sobre los dividendos, una tasa a las transacciones financieras y reducir la edad de jubilación.
Todo ello al tiempo que la economía se contrae y debe recortar el déficit público desde el entorno del 5 por ciento hasta el 3. “Nunca supimos muy bien si ubicar París en el Norte o en el Sur. Desde que ha ganado Hollande, tenemos la certeza de que Francia pertenece al sur”, sostenía un economista tudesco hace poco.
Con tanto énfasis en el crecimiento, el discurso del presidente francés marca ciertas distancias respecto a la canciller Merkel: “Francia, como otros países europeos, tiene un modelo social que defender. La crisis lo ha debilitado en el plano financiero y filosófico. Algunos lo consideran un hándicap. Pero ese modelo social es un elemento de competitividad”, afirmó Hollande recientemente.
La decadencia gala
Sin embargo, su economía ha perdido el fuelle que la hacía competitiva. A los ojos de muchos analistas, los franceses no se encuentran mucho mejor que, por ejemplo, los italianos. La deuda pública francesa ronda ya el 90 por ciento del PIB. El déficit comercial galo se ha elevado hasta el 3 por ciento del PIB. Sus costes laborales y su tipo de cambio real (ponderado por la inflación) se han disparado, en especial contra Alemania. En 1998, justo antes de la creación del euro, el canciller Schröder anunció: “Alemania dominará la unión económica y monetaria porque sabe manejar sus costes mucho mejor”.
Y ahora un político de carrera, cuya única experiencia de gestión ha consistido en llevar la alcaldía de una localidad de 15.000 habitantes, tiene por delante la ingente tarea de reorganizar la economía francesa sin alegrías en el gasto y con Merkel enfrente. De hecho, Hollande puede bucear en la historia para recordar la experiencia de Miterrand, quien ya intentó en 1981 aplicar unas políticas expansivas, pero su experimento a fuerza de gasto público sólo pudo durar 2 años y todavía hoy sirve de escarmiento para los socialistas galos.
La rivalidad francoalemana
También es cierto que una cosa es lo que Hollande promete en campaña y otra muy distinta lo que al final hace. Por ejemplo, la rebaja en la edad de jubilación de los 62 a los 60 años tiene letra pequeña: antes hay que cotizar 42 años. Con todo, para los alemanes el mensaje que Francia envía al resto de países resulta peligroso. A los germanos ya le cuesta justificar que se dé un rescate parcial a España, pues existe el riesgo evidente de que los griegos, portugueses e irlandeses quieran el mismo trato.
Hollande se está descolgando con unas declaraciones y una actitud que no agradan en Berlín. Históricamente, Francia es la promotora del euro. Sus empresas eran las más exportadoras en Europa y estaban interesadas en eliminar el tipo de cambio. Pero el camino hacia una mayor integración fiscal siempre se ha detenido a las puertas del Palacio del Elíseo, porque los franceses se negaban a ceder su soberanía fiscal. Así sucedió en la década de los 70. En 1996, Kohl y Chirac se enfrentaron por las peticiones galas de mayor relajación presupuestaria.
La crisis del 93
La crisis del Sistema Monetario Europeo en 1993 puede arrojar valiosas lecciones. Entonces las monedas se vincularon con una banda de fluctuación del 4,5 por ciento sobre el marco, como un paso previo a la unión monetaria. Pero en ese momento los germanos estaban absorbiendo a la RDA y prácticamente establecieron la paridad entre los marcos de una Alemania y la otra. O sea, que los germanos ya tienen experiencia absorbiendo a un país poco competitivo...
Semejante canje entre los distintos marcos brindó una capacidad adquisitiva inimaginable para los ciudadanos del Este comunista, pero a la vez generó unas presiones inflacionistas enormes que obligaron al Bundesbank a subir los tipos de interés. Para continuar vinculados al marco en el Sistema Monetario, el resto de naciones tuvo que encarecer también el precio del dinero y eso provocó la recesión. Los países no podían seguir el ritmo de Alemania y los mercados apostaron que algunos no aguantarían.
La libra inglesa y la lira italiana no resistieron y fueron expulsadas del Sistema Monetario Europeo. España y Finlandia tuvieron que devaluar. Pero Alemania no cedió... hasta que las sacudidas llegaron a las orillas del Sena. Ahí los alemanes temieron que se podía perder el proyecto europeo y volver a la rivalidad de antaño. Primero dieron dinero a los franceses y, al final, se vieron obligados a ampliar el rango de fluctuación hasta el 30 por ciento.
Como bien ha explicado George Soros, que se hizo rico especulando contra la libra durante esa crisis, el Bundesbank fue y es hoy el jugador determinante.
Los alemanes esta vez quieren obtener el gran premio y no levantarán la presión hasta que llegue a Francia y ésta por fin ceda su soberanía. La maniobra decisiva podría darse en el contexto de la creación de una unión bancaria. Para culminarla, los alemanes se plantean si hay que abrir los libros y exponer la situación financiera de todos los bancos. Berlín ya ha inyectado un 20 por ciento de su PIB en las entidades y considera que las galas saldrían peor paradas. En ese supuesto, Francia sufriría el ataque de los mercados y tendría que pedir ayuda… El pulso soberano está servido.