Es una hidra de diecisiete cabezas que debe ser gobernada para el bien, paradójicamente, de cada apéndice. Un problema elevado a la décima potencia estos días. O más. El coronavirus ha puesto negro sobre blanco la eficacia de un sistema autonómico como el nuestro. Nula en este escenario.
Se hace necesario navegar con el mismo rumbo para salir cuanto antes de la tormenta, pero algunos tripulates se niegan a remar, otros no lo hacen con la fuerza necesaria -pese a tenerla- y tampoco es que el capitán de la tripulación tenga mucha idea de cómo hacer frente a la tempestad. ¿Podría ser peor? No llueve, jarrea.
Este nefasto funcionamiento se ejemplifica en una cosa tan simple, pero tan compleja -y tan importante ahora- como una aplicación móvil. Es una parte que explica el todo. El Gobierno tenía sobre la mesa la posibilidad de desarrollar una web/app para combatir la enfermedad desde hace más de dos semanas. "No contemplamos esa opción, pese a que tenemos varias propuestas sobre la mesa". Era el mensaje que lanzaba entonces la cartera que dirige Salvador Illa a preguntas de Vozpópuli.
Ha tenido que ser un agente microscópico el que ponga -de nuevo- las vergüenzas de nuestra estructura territorial al descubierto
Dos semanas después el Ejecutivo está apunto de hacer lo contrario de lo que dijo. España tendrá su app. Eso sí, antes, y por su cuenta, ya llevan días funcionando las de Madrid, Cataluña o País Vasco. La función de la aplicación nacional será la misma que la del anillo que inspiró a Tolkien. Gobernarlas a todas. Centralizará la información de los ciudadanos recogida por cada una de las plataformas regionales. Va a ser como lo de la parte contratante de los Hermanos Marx.
Cualquiera con dos dedos de frente comprende que lo más eficaz hubiera sido crear desde el principio una única app que fuera potenciada a escala nacional. No es cosa baladí frente a la enfermedad. En países como China, Corea o Singapur ha sido una herramienta capital para reducir el número de contagios. Pero aquí el yoísmo, la falta de una visión enfocada al interés del ciudadano, ha hecho bueno un aforismo que explica a la perfección lo que ahora somos; es aquél que cita la entrepierna de una señora llamada Bernarda.
Lo mismo sucede con los teléfonos de atención sobre el coronavirus. Hace unos días Vozpópuli publicaba que España es el único país de Europa sin un único número nacional para informarse del coronavirus. Somos así de chulos, tenemos uno por autonomía.
Mantener cierta independencia regional es necesaria, pero siempre bajo una visión única y global, sobre todo en una crisis como la que nos afecta. Ha tenido que ser un agente microscópico el que ponga -de nuevo- las vergüenzas de nuestra estructura territorial al descubierto. No hay enemigo pequeño, que diría un futbolista. Y este se nos está haciendo muy grande.