El rey de Haití, el déspota Henri Christophe, estaba construyéndose un palacio en la montaña y quería subir un cañón enorme hasta la cima. En el primer día, treinta esclavos no consiguieron trasladar la pieza de artillería hasta la cúspide; así que el monarca exhibió toda su crueldad y ordenó matar a diez de ellos.
Al día siguiente, los 20 restantes volvieron a intentarlo… otra vez sin éxito; de modo que el monarca ejecutó a otros cinco. La suerte parecía echada. Sin embargo y contra todo pronóstico, al final los quince supervivientes lograron llevar el cañón hasta el pico.
La política de recortes parece haber provocado una mayor caída de la actividad y por lo tanto menos ingresos, en una espiral de nunca acabar que a su vez suscita la desconfianza entre los inversores y encarece nuestra financiación. ¿Cómo romper con este círculo vicioso? ¿Cómo enfrentarnos a nuestro particular rey Christophe en 2013?
Esperando a la segunda mitad del 2013
El Gobierno de Mariano Rajoy se aferra a la posibilidad de que durante la segunda mitad del año el PIB repunte con más fuerza de lo esperado. Las tesis descansan en una gradual apertura de los mercados conforme la economía mundial se recupera y el euro se afianza, las exportaciones tiran, el crédito rebrota, la inversión se anima y, al final, se recompone poco a poco la actividad y, por lo tanto, el empleo y el consumo.
No obstante, esta labor de vuelta al crecimiento se antoja bastante más difícil de lo que prevé el Ejecutivo. Y para justificar las perspectivas de la economía española se antoja obligado hacer antes algo de historia y repasar cuáles han sido las fuentes de crecimiento en Occidente durante las últimas décadas.
Historia del crecimiento
Después de la Segunda Guerra Mundial, la reconstrucción, el boom de la natalidad, la mejora de las comunicaciones y el transporte, el resurgimiento del comercio y la expansión de la educación propiciaron uno de los mayores periodos de crecimiento de la historia. A medida que se crecía, el gasto público aumentaba y se iba creando un sistema de protección social, un sistema que si se utiliza bien proporciona mayor competitividad a los países.
Pero cuando se fueron agotando todas estas fuentes de crecimiento a mediados de los 70, los países avanzados recurrieron a la impresión de billetes y, por tanto, a la inflación para poder pagarlo.
Una vez se manifestaron los nefastos efectos de esta política inflacionaria, los bancos centrales se independizaron y recortaron la expansión monetaria, de modo que los Estados tuvieron que recurrir al endeudamiento.
Algo que en aquella ocasión se pudo pagar gracias a la siguiente ola de crecimiento comprendida entre los años 80 y la primera década del siglo XXI. Influyeron múltiples factores: la progresiva incorporación de la mujer al mercado laboral, el incremento en las horas de trabajo, las mejoras tecnológicas, el despegue definitivo del comercio internacional, la liberalización de los mercados, la mayor participación del sector privado, la desregulación financiera y, finalmente, el endeudamiento de los hogares y las empresas…
El reto del crecimiento
Pero estos motores de crecimiento se fueron gripando y sólo se pudo mantener el ritmo por el dinero barato que prestaban China y Alemania. Entonces, el euro se convirtió en un facilitador de la financiación para los países periféricos de Europa y por tanto de las burbujas, justo lo que desincentivó que se hiciesen los deberes para conseguir un crecimiento sano.
Y todo ello se derrumbó en 2008. La explosiva combinación del exceso de deuda y la falta de liquidez en unos mercados opacos y altamente interrelacionados ha desencadenado una crisis financiera que luego se ha convertido en soberana y ahora consiste en una crisis de crecimiento.
Occidente se enfrenta al reto de reactivar la economía con tres restricciones muy importantes: la primera, la reducción de la deuda. La segunda, la competencia de los países emergentes, mucho más baratos pero también menos productivos. Y la tercera es una demografía adversa, pues ya no podemos crecer sólo por el aumento de la población como sí hacen los países emergentes. El camino parece cada vez más empinado y difícil. ¿Cómo crecer en estas circunstancias?
Estados Unidos contra Europa
De momento, Estados Unidos ha encontrado el alivio en una Reserva Federal comprometida con el crecimiento y que está dispuesta a imprimir billetes y generar una moderada subida de precios con tal de reactivar la economía. Además, esta inflación reduce su carga de deuda y abarata el dólar para mejorar el rendimiento de sus exportaciones.
En Europa, en cambio, el mango de la sartén lo tiene Berlín, que se resiste a poner en marcha la máquina de emitir moneda a mansalva por dos razones. Una, los alemanes buscan proteger de la inflación los ahorros de una población que envejece. Y dos, quieren preservar su celebrada moderación salarial basada en la promesa de inflaciones bajas.
Gracias a Draghi
Sólo las intervenciones de Mario Draghi están manteniendo unido al euro. Por un lado, el BCE está surtiendo de liquidez a corto plazo a los bancos para que éstos compren deuda pública nacional a largo y mantengan artificialmente las finanzas de los Estados en apuros.
Por otro, el banco central ha anunciado su programa de compras de títulos soberanos para países en dificultades siempre que éstos lo soliciten y se ciñan a estrictos programas de reformas.
Ambas iniciativas son temporales y no podrán aguantar al euro unido para siempre. Simplemente se han ideado con el fin de dar tiempo a los políticos de la eurozona para que erijan una arquitectura sólida y permanente sobre los pilares de una unión fiscal y bancaria.
La resistencia de Berlín
Sin embargo, la canciller Merkel se ha cerrado en banda. La unión bancaria que se ha acordado no implica la creación de un gran fondo europeo de resolución de entidades, por lo que el problema de los bancos que arrastran consigo las finanzas de los Estados continuará existiendo y obligará al nuevo supervisor, el BCE, a seguir trampeando para mantener entidades en pie. Alemania ha optado por dar pasos pequeños y con el menor coste para sus arcas.
Así que todo tendrá que empeorar para que Berlín se decida a tomar medidas más ambiciosas hacia la unión fiscal y bancaria, y el momento clave puede ser cuando Francia también corra el riesgo de caer presa de los mercados. Únicamente ante la posibilidad de quedarse prácticamente sola, Alemania se verá forzada a aceptar una mayor integración.
Perspectivas para España en 2013
Pero hasta entonces España se verá abocada a seguir con el proceso de devaluación salarial interna a lo bruto. El país ha secado cualquier motor de crecimiento que no sea la innovación y el sacrificio, y la literatura económica sobre los ajustes explica que sólo han tenido éxito aquéllos que han sido acompañados de una expansión de la política monetaria. Las esperanzas del Gobierno depositadas en el segundo semestre del 2013 se antojan demasiado optimistas.
Es cierto que la balanza por cuenta corriente lleva dos meses en positivo, lo que significa que España ya no necesita financiación del exterior. No obstante, el proceso de reducción de deuda necesario para reactivar la economía marcha con lentitud, máxime con los sueldos sometidos al proceso de devaluación.
Además, semejante logro sólo se ha producido en el sector privado, en parte porque lo público ha absorbido una porción importante del rescate bancario y el gasto social consecuencia de la crisis.
El rescate, ¿en 2013?
El Ejecutivo de Rajoy intentará por todos los medios evitar la petición de un rescate al BCE en 2013, pues ello supondría condiciones todavía más duras y no garantizaría una rebaja sustancial de los costes de financiación.
Mientras los tipos de interés sean más elevados que el crecimiento de la economía, los mercados volverán a presionar a España durante este año para que se acoja al paraguas de Mario Draghi, quizás con motivo de las elecciones italianas de febrero, quizás para el próximo cúmulo de vencimientos del Reino de España en abril.
Pese a que se ha avanzado en la reforma del sector financiero, los mercados aún se abstienen de prestar. Con un problema de sobreendeudamiento, el crédito no fluirá, salvo por lo poco que el Gobierno español consiga habilitar para las pymes mediante la banca ahora nacionalizada.
Y la Administración habrá de seguir aplicando la tijera. Las Comunidades ya han experimentado serias dificultades en 2012 para ajustarse, y el tajo del 2013 será al menos igual de difícil porque tocará más servicios básicos.
Dadas tales constricciones y aunque la expulsión de trabajadores se ha frenado en el sector privado, el primer trimestre del 2013 aún puede deparar una nueva ronda de restructuraciones de plantillas, sobre todo en empresas relacionadas con el sector público, lo que continuará lastrando al mercado laboral y, con ello, la confianza y el consumo.
Motivos para la esperanza
La nota positiva a la que agarrarse radica en que el proceso de devaluación interna se está acometiendo con mayor éxito que en los experimentos llevados a cabo en Grecia o Portugal. De un lado, la economía española está más diversificada y es más grande, lo que ha permitido subir impuestos y recaudar más.
De otro lado, los costes laborales se están rebajando y eso se está traduciendo en que estamos exportando más e, incluso, estamos sustituyendo gracias a nuestras ganancias en competitividad productos extranjeros por nacionales, hito que se puede comprobar en los datos pormenorizados de la balanza comercial.
Este proceso de devaluación salarial impide que se paguen más rápido las deudas para poder empezar de nuevo a consumir. Es decir, con unos sueldos más bajos cuesta más devolver la enorme carga de deuda que soportamos igual que sucede en la metáfora del rey Christophe. Sin embargo, semejante evolución podría enviar la señal al mercado de que el país está reconduciendo sus desequilibrios. Apoyado por más pasos en Europa, podría impulsar una cierta mejora… Pero todo apunta a que de ocurrir ésta más bien comenzará a finales de 2013. Habrá que aguantar hasta el más feliz 2014.