"Es difícil explicar que un Estado recurra a los mismos procedimientos que usan los fondos buitre, que emplean tretas innobles y dispersan versiones sobre empresas codiciadas para bajarles el precio y apropiarse de ellas. Es el mismo método al que recurrió el kirchnerismo para hacerse, por vía directa o de terceros, del dominio accionario de YPF, propiedad mayoritaria de la española Repsol". El párrafo pertenece a Joaquín Morales Solá, el prestigioso columnista del diario La Nación, y fue publicado este 4 de abril, miércoles santo, día convertido en una de la estaciones del viacrucis al que se enfrentan Repsol y su presidente, Antonio Brufau, llamado a culminar en el Gólgota de la pérdida, vía renacionalización, de la petrolera argentina YPF, 57,43% propiedad de la española, si un milagro, tal que la resurrección en el magín de la presidenta Cristina Fernández, viuda de Kirchner, del respeto a los principios básicos del Derecho internacional, no acude en su ayuda.
Como en tantas cosas y en las más diversas situaciones, también aquí se cumple el refrán que asegura que lo que mal empieza, mal acaba. La compra en 1999 de YPF por parte de un Repsol entonces presidido por Alfonso Cortina, por una cifra superior a los 16.000 millones de dólares, coimas aparte, fue un error que pronto se reveló de libro, porque, al margen de que para financiar la operación la compañía desinvirtió en áreas geográficas que más tarde se iban a revelar como muy rentables y políticamente más seguras, la presencia de la argentina en el ajuar de Repsol ha actuado cual losa que ha penalizado la acción en Bolsa debido a la inseguridad jurídica en que vive instalada la Argentina, y ello a pesar de unos precios del petróleo siempre o casi siempre por las nubes. No es extraño, por eso, que, tras cabildeos mil, Brufau se aviniera de mejor o peor grado a la solución posibilista que, de la mano de Nestor Kirchner, supuso dar entrada en el capital de YPF a un rico local, en realidad un testaferro de los Kirchner, el Grupo Petersen de la familia Eskenazi, que finalmente se hizo con el 25,4% de la petrolera sin poner un duro propio: con un crédito bancario de 1.200 millones de dólares y un vendor loan de la propia Repsol por importe de 2.000 millones de dólares.
Muchos pensaron que la historia había terminado con el "fueron felices y comieron perdices". Y así fue durante un tiempo. Los prebostes del kirchnerismo, empezando por el entonces poderoso Julio de Vido, ministro de Planificación, no se cansaban de elogiar la bondad de una solución que, desde luego, era para siempre. En la Argentina de Cristina, sin embargo, la eternidad suele durar lo que un caramelo a la puerta de un colegio. Todo duró en efecto, hasta finales del pasado año, cuando, tras haber crecido en los últimos tiempos a tasas del 9% anual, los desequilibrios estructurales de la Economía amenazaron con tirar por la borda la prosperidad tan duramente alcanzada, por culpa de una desastrosa política energética y un déficit de balanza de pagos que ha terminado por imponer un estricto control de cambios, ausencia de divisas y fuga de capitales.
Se trata de hacerse con el 51% de YPF, bien mediante una Ley ad hoc, bien utilizando nuevos empresarios argentinos, el más notorio de los cuales es Carlos Bulgheroni, dueño de Bridas, que siempre ha soñado con meter la cabeza en la petrolera.
Ha sido pues la situación económica la que ha vuelto a colocar a YPF, la mayor empresa argentina, en el punto de mira de Cristina y de su peculiar entourage político, al frente del cual se halla su hijo Máximo y los amigos de Máximo, el más importante de los cuales es el apuesto Axel Kicillof, viceministro de Economía y líder de La Cámpora (juventudes peronistas). La tentación de convertir YPF en la “isla del tesoro” era para la Señora, populista donde las haya, demasiado obvia. La petrolera viene suministrando el combustible que utiliza la flota de Aerolíneas –controlada por Kicillof y sus amigos- por debajo del precio de coste, y se ha hecho cargo de parte de su monumental déficit, pero ahora le exigen que se encargue de importar el gas que necesita el país para afrontar el duro invierno austral, comprándolo a precios de mercado y vendiéndolo a pérdidas. Para Cristina y su grupo, la tesorería de YPF, no importa su condición de empresa privada, debe ser empleada en la solución de las angustias financieras de su Gobierno. Y si los gallegos de Repsol se oponen, se nacionaliza y asunto concluido.
Carlos Bulgheroni, con mansión en La Moraleja (Madrid)
En ello están desde finales de 2011. Se trata de hacerse con el 51% de la petrolera –contando con el 25% de los Eskenazi, que no van a poder pagar el crédito, ni siquiera los intereses, al no haber reparto de dividendo- bien mediante una Ley ad hoc, bien utilizando nuevos empresarios argentinos, el más notorio de los cuales es Carlos Bulgheroni, dueño de Bridas, un millonario con mansión en La Moraleja, Madrid, que siempre ha soñado con meter la cabeza en YPF. Para poder comprar a buen precio, se intenta hundir la cotización de la sociedad (en Buenos Aires y Nueva York), que ha perdido ya buena parte de su valor en esta batalla. El problema, valga mucho o poco YPF, es la ausencia de plata. Para solventar tamaña fruslería, en Buenos Aires se oyen las propuestas más disparatadas. Tras casi todas se halla Roberto Dromi, ex ministro que fue de Carlos Menem, quien de cerebro de las privatizaciones en los años 90 se ha travestido, alma moldeable la suya, en arquitecto jurídico de la estatización de la petrolera a la sombra de Cristina Fernández.
La última ha llegado incluso a sugerir la utilización del dinero de los jubilados argentinos para tal menester. En efecto, nada menos que el gobernador de Chubut, Martín Buzzi, ha presentado a la Señora un plan alternativo para tomar el control de la compañía sin necesidad de una ley que declare de "interés público" la producción de hidrocarburos. En la operación participarían el Gobierno –a través de ANSeS (Administración Nacional de la Seguridad Social)-, las provincias, y empresarios privados, que comprarían acciones bastantes para hacerse con el control en cuanto Cristina diera el visto bueno. Según Buzzi, se necesitan 10.000 millones de dólares para ello, 4.000 de los cuales serían aportados por ANSeS.
La ocurrencia ha escandalizado a no pocos. "El Gobierno se ha quedado sin plata, manoteó el Banco Central y ahora quiere manotear los recursos del gas y del petróleo con alcahuetes de turno como Buzzi, que propone que compremos YPF con la plata de los jubilados", estalló el jueves el diputado opositor Francisco de Narváez. "Pasamos de ser un país al que sobraba gas y petróleo a ser un país que importa combustibles. Es el fracaso de la política energética de este Gobierno. Quieren subsanar esto con un falso nacionalismo, con la argentinización de YPF". Más claro, agua. Comprar la mayoría de YPF sería solo una parte del problema, con todo. Más importante aún sería hallar el capital necesario para poner en producción (se habla de 10.000 millones de dólares anuales) los yacimientos de gas no tradicional en Neuquén y Mendoza.
Brufau y la dulce muerte
Dicho todo ello, quizá lo peor para los intereses españoles es que Repsol podría ser solo el primero de una lista de la que formarían parte los bancos, Telefónica, Endesa, Iberdrola y un largo etcétera. Es difícil pensar, con todo, que Cristina Kirchner hubiera llegado tan lejos en sus iniciativas contra capitales españoles si España no hubiera tenido en los últimos ocho años un presidente convertido en el hazmerreír de la comunidad internacional y si, por añadidura, el país no estuviera atravesando la más grave crisis económica de su reciente historia. Aunque el Gobierno Rajoy ha cambiado diametralmente el tono de su discurso con Cristina, no son pocos los que creen que ni Repsol ni La Moncloa han jugado bien sus cartas en esta crisis.
"No han sabido buscar las ayudas adecuadas", asegura una fuente diplomática española. "Solo hay dos personas en el mundo, dos mujeres, a las que Cristina escuche con atención fuera de su país: la secretaria de Estado USA, Hillary Clinton, y la presidenta de Brasil, Dilma Rousseff. Y solo hay una cosa que tema por encima de cualquier otra: que expulsen a Argentina del G-20, cuya presidencia ejerce este año México… Esas son sus prioridades y es ahí donde habría que golpear. Pero para poder pedir ayuda a Felipe Calderón tal vez necesites recuperar la amistad de tus socios de Pemex, algo elemental, en lugar de ignorarlos…". Parece que la diplomacia española se ha puesto ya a trabajar tanto con Washington como con el Gobierno de México, cuyas relaciones con su homólogo argentino son tensas (México fue uno de los países que acompañó la queja contra la Argentina ante la Organización Mundial de Comercio la semana pasada).
De momento, Antonio Brufau, como en los versos de Santa Teresa, vive sin vivir en sí a cuenta de un conflicto que, de momento, ha conseguido parar gracias, entre otras cosas, a la intervención directa del Monarca español, ducho en las lides de la intermediación y el chalaneo. El capo de Repsol YPF aplazó a última hora el viaje a Buenos Aires que tenía previsto hacer esta semana, tras no haber conseguido cerrar una sola entrevista con miembro alguno del Gobierno. Por supuesto, la Señora se niega en redondo a recibirlo, como ya hiciera con el nuevo ministro de Industria de Rajoy, José Manuel Soria. Aunque la Semana Santa parece haber introducido un leve compás de espera, todo parece indicar que la suerte de YPF está echada. Tal vez para alivio de un Brufau exhausto. Como escribiera la santa abulense en sus hermosos versos, "venga ya la dulce muerte/el morir venga ligero/que muero porque no muero".