Le apodaron Doctor Catástrofe por méritos propios, por pintar de negro casi siempre el futuro y pronosticar tropiezos de la economía aparentemente hiperbólicos. Hablamos de Nouriel Roubini, el economista que auguró en 2006 el estallido de las hipotecas ‘subprime’ y predijo en 2008 una oleada de nacionalizaciones bancarias. El mismo gurú que avisó hace seis meses de que la economía occidental se encaminaba hacia un escenario de estanflación. Cuando lo dijo, ómicron no existía y no había una guerra en Europa.
Este término es digno de cualquier agorero en plena forma, pues implica una catástrofe en términos macroeconómicos. El fenómeno de la estanflación se produce cuando el PIB se hunde mientras los precios se disparan. Un cóctel tan ‘maligno’ como inusual, al tratarse de dos elementos en apariencia contradictorios.
La última vez que Occidente sufrió una combinación tan diabólica fue hace cinco décadas y también había una guerra por medio. En represalia contra Israel, tras el conflicto armado del Yom Kippur, la OPEP paralizó su producción de petróleo, propiciando una escalada récord del precio del barril. La maniobra disparó la inflación en los países importadores, que acabaron sufriendo un estancamiento económico prolongado -entre 1973 y 1975-, mientras los ciudadanos pagaban la cesta de la compra a precios desorbitados.
El presente arroja diferencias con aquel momento histórico, pero también similitudes. Es cierto que las economías europeas avanzan hoy a mayor velocidad de crucero, gracias a los estímulos del BCE y a los millonarios fondos de recuperación. A ese empuje artificial, se aferran, precisamente, quienes auguran un proceso de ‘japonización’; esto es, un largo periodo de estancamiento económico, con crecimiento débil o nulo, tras la vuelta a la ‘normalidad’ monetaria.
Estanflación "leve"
El escenario de recesión no está hoy día sobre la mesa (la Eurozona creció un 5,2% en el último trimestre de 2021). De ahí que Roubini afirme que “una estanflación leve ya está en camino”. Sus predicciones las recogía un artículo publicado el pasado 1 de septiembre, muchos antes -hay que recordarlo- de la nueva ola de contagios y de la afrenta rusa. “El crecimiento se está desacelerando marcadamente, a pesar del gigantesco estímulo monetario, crediticio y fiscal”, escribía.
El economista, que da clases en la Universidad de Nueva York y dirige su propia consultora, admitía el pasado otoño que la retirada progresiva de esos estímulos y el retroceso de la pandemia debían contribuir a relajar la inflación a medio plazo, difuminando la amenaza de estanflación. “Ahora bien”, se preguntaba, “¿qué pasa si esta visión optimista es incorrecta y la presión estanflacionaria persiste más allá de este año?”.
Por ahora, y por desgracia, el tiempo está dando la razón de nuevo al Doctor Catástrofe. La inflación se encuentra en niveles de alerta máxima, por culpa -al igual que en los 70- de los precios de la energía. El gas encadena récords diarios tras la invasión de Ucrania, mientras el barril de Brent (de referencia en Europa) se dirige ya hacia la barrera de los 120 dólares. Esta misma semana, el INE desveló que el IPC sigue sin tocar techo en España. Cerró enero en el 7,4%, un nivel no visto de 1989.
Seis meses después, la amenaza de estanflación ya no es sólo una ocurrencia más de Roubini, que cobra a precio de oro cada conferencia gracias a sus visiones tremendistas. “Las repercusiones económicas sobre la escena europea van a ser negativas y sustanciales en el corto-medio plazo. Se está ante un escenario similar al de los dos shocks del petróleo registrados a mediados y finales de los años 70 del siglo pasado; esto es un contexto de estanflación. Si este riesgo era alto antes de la guerra, ahora se ha convertido en una realidad”, apunta en un reciente informe la consultora estratégica Freemarket, dirigida por Lorenzo Bernaldo de Quirós.
Hasta el estallido de la guerra en Ucrania, Funcas preveía una inflación media anual del 4,6%, una cota de por sí elevada por su impacto en la cesta de la compra, los salarios y los costes empresariales. Contaba con un barril a 80 euros y unos precios de la electricidad en retroceso a partir de abril. Ahora, el servicio de estudios pronostica ya una inflación del 5,6% en 2022. Y advierte: “En caso de que los precios actualmente observados se perpetuaran, el IPC se incrementaría hasta el 6,5%, casi dos puntos más que en la previsión pre-conflicto”.
“En una economía tan indiciada al IPC como lo es la española, esto tendrá un impacto negativo sobre el déficit, sobre la renta disponible de los hogares, sobre los costes empresariales y, por tanto, sobre el crecimiento económico y el empleo”, añade el documento de Freemarket.
La guerra puede afectar a uno de los motores que más estaba tirando del PIB (las exportaciones) y la inflación hará mella en el otro vector que debería coger el testigo (el consumo de los hogares)
Al igual que ocurre con la amenaza de estanflación, el impacto de la guerra sobre la recuperación variará en función de la gravedad y la duración del conflicto. Entidades como UBS, por ejemplo, aún apuestan por un escenario de precios energéticos elevados, pero un avance del PIB consistente, al que el choque bélico sólo arañaría unas décimas. “España mantiene una inercia favorable, que se debería ver complementada con la recuperación del turismo y la construcción, y el impacto de los fondos europeos”, sostiene Roberto Scholtes, jefe de estrategia de inversión del banco suizo en nuestro país.
El directivo de UBS ve lejano el umbral de la recesión y confía en que “el BCE se va a mostrar tremendamente flexible” en los próximos meses. “Dejará un espacio entre el fin de las compras de deuda y la subida de los tipos de interés”, explica. El objetivo de Christine Lagarde: tomar el pulso constantemente a la economía, en busca del equilibrio necesario entre el crecimiento del PIB y la inflación.
Pase lo que pase en Ucrania, el Gobierno de Pedro Sánchez tendrá que asumir que el crecimiento previsto no se cumplirá. Y deberá reflejarlo cuanto antes en sus desfasadas previsiones oficiales. Pocos economistas niegan ya que la guerra puede afectar a uno de los motores que más estaba tirando del PIB (las exportaciones) y que la inflación hará mella en el otro vector que debería coger el testigo (el consumo de los hogares).
El tiempo dirá, más pronto que tarde, si España -y Europa- está a tiempo de recuperar la senda de la 'normalidad' o avanza por el camino que vislumbra el Doctor Catástrofe, en plena economía de guerra.