Economía

El Gobierno Rajoy y el asedio de las elites del dinero

“Lo que un presidente del Gobierno de España no puede hacer es actuar bajo presión, y yo no lo voy a hacer”, dijo el viernes en Bruselas, tras el último Consejo Europeo, don Mariano Rajoy Brey en el tono serio y relajado que le caracteriza, a propósito del debate/dislate en que se ha convertido la petición de rescate por parte de España, para añadir “creo que he acreditado en este tiempo mi capacidad para resistir las presiones”. Y, en efecto, no parece el gallego tipo que se achante ante las presiones de sus pares comunitarios.

“Lo que un presidente del Gobierno de España no puede hacer es actuar bajo presión, y yo no lo voy a hacer”, dijo el viernes en Bruselas, tras el último Consejo Europeo, don Mariano Rajoy Brey en el tono serio y relajado que le caracteriza, a propósito del debate/dislate en que se ha convertido la petición de rescate por parte de España, para añadir “creo que he acreditado en este tiempo mi capacidad para resistir las presiones”. Y, en efecto, no parece el gallego tipo que se achante ante las presiones de sus pares comunitarios. Ahí resistirá sin problemas. Cosa bien distinta y que preocupa a quienes conocen la aguja de marear Gobiernos que desde tiempo inmemorial utilizan nuestros poderosos, es su capacidad para superar las celadas de esa elite empresarial y financiera que ahora mismo, en pleno corazón de la tormenta, se resiste cual gato panza arriba a ceder poder y privilegios y trata, a veces rozando el esperpento, de presionar a Moncloa. Para seguir en el machito, naturalmente.

“Es evidente que estamos ante un tipo honrado a carta cabal, que nunca ha mostrado el menor interés por el estilo de vida de nuestros ricos, con sus casas de campo, sus monterías, sus aviones, sus fiestas y saraos”, asegura un empresario de la periferia. “El problema no es Mariano, sino los Ministros que rodean a Mariano, y ahí las presiones están siendo atroces”. Y pone como ejemplo lo ocurrido con la reforma energética, “que ni es reforma ni es nada, puesto que se ha limitado al impuestazo y tente tieso, y no ha resuelto ninguno de los problemas de un sector que sigue produciendo una energía cara, generando un déficit de tarifa escandaloso y lastrando la competitividad de las empresas y el bolsillo de los particulares”. Lo asombroso del caso es que todos los ministros de Industria y Energía que en España han sido llegan al cargo aviados con las mejores intenciones. Todos dicen saber lo que hay que hacer –y si no lo saben, lo aprenden en un par de tardes- y se declaran dispuestos a cortar por lo sano, cueste lo que cueste y caiga quien caiga. Pero semanas después, llegada la hora de entrar en materia, empiezan a comportarse cual humildes corderitos, no sin antes haber visto su revolucionario ímpetu inicial adecuadamente domesticado por quienes cortan el bacalao.

“El problema no es Mariano, sino los Ministros que rodean a Mariano, y ahí las presiones están siendo atroces”, asegura un empresario.

Ocurrió con José Montilla primero, después con Joan Clos, más tarde con Miguel Sebastián, y ahora con José Manuel Soria. Todos pasan por el Ministerio como el rayo de sol a través del cristal, aunque hay quien, además, lo hace con los bolsillos llenos. En medio, la labor de los capos de la energía afectados -directamente o a través de un ejército de conseguidores, sin olvidar la presión de los medios de comunicación que controlan- dispuestos a atosigar al titular de la cosa de mil maneras. Al final, el Ministro en cuestión está más pendiente de poner la oreja en Moncloa para enterarse de qué empresario o lobbista ha ido a visitar a Rajoy que de hacer su trabajo. Complacer al Presidente es cuestión de vida o muerte en nuestro sistema

Quienes viven de la tarifa se defienden con saña. ¿Cómo? Empezando por tener en nómina a personajes de la política en cesantía que aseguren la conexión con los partidos del arco parlamentario. Es el caso de la sevillana Abengoa, la mayor empresa de renovables española, que sienta en su consejo de administración a gentes de PP y PSOE por igual, en una espectacular y tupida red clientelar. La conexión bastarda entre empresa y política es igualmente clara en otras muchas grandes empresas de todos los sectores. Sirva el ejemplo de ACS, artera prueba de esa liaçon entre lo público y lo privado que tanto daño hace al desarrollo de España. Las relaciones de la constructora con el PSOE están cubiertas por Alfredo Pérez Rubalcaba. La conexión PP corre a cargo de Ruiz-Gallardón y, más recientemente, del propio José María Aznar, a sueldo de esa Endesa que preside Borja Prado, íntimo de Florentino Pérez (Felipe González, por su parte, cobra de Gas Natural). Los contactos con la Zarzuela y el Rey están encomendados a Alberto Alcocer, y, como broche de oro, Miguel Roca cubre el frente catalán de CiU.

El asalto a Repsol

Desde hace semanas se viene hablando del interés de Prado por cambiar de aires, en una de esas operaciones que recuerdan otras auspiciadas por el Gobierno de Rodríguez Zapatero (ese socialista enragé que galantemente libró a Emilio Botín & family de tener que dar explicaciones en sede judicial sobre el engorroso asunto del dinero olvidado en Suiza), tal que el desembarco de Sacyr en Repsol o el intento de asalto al BBVA por parte de Luis del Rivero y Juan Abelló, con el respaldo de Sebastián, entonces jefe de la oficina económica de Moncloa. Cuentan que los italianos de Enel han decidido filializar Endesa con todas sus consecuencias, con la vista puesta en una reducción drástica de costes, asunto que habría impelido al hijo de antiguo intendente de Su Majestad a tratar de buscarse las habichuelas en otros lares. Por ejemplo, en Repsol. A través de la vicepresidenta Soraya, el rompeolas donde se estrellan las maniobras de los grupos de presión patrios antes de que lleguen a Mariano, habría logrado un encuentro con el Presidente, celebrado al parecer este verano fuera de Madrid. 

El interés de Pemex es hacerse con el 100% de Repsol y el acuerdo para construir barcos en astilleros gallegos, es la contrapartida

El contexto de la operación sería el siguiente: tras la expropiación de YPF, la petrolera que preside Antonio Brufau ha quedado a merced de los tiburones, después de perder el 30% de su resultado operativo y el 35% de sus reservas. Urge blindar Repsol, anclándola en un gran grupo industrial con el que aprovechar sinergias en compras de crudo, gastos de exploración y tecnología. ¿Quién podría ser ese socio? Nadie mejor que el ENI, siempre italianos en danza, que ya cuentan en España con periódicos, televisiones, automoción, eléctricas… El Ente compraría el 10% de Repsol aún en manos de Sacyr, más un 5% del paquete propiedad de Pemex (poco dispuesta, en principio, a vender, porque “el objetivo a largo plazo”, según fuentes de la azteca, “es hacernos con el 100% de Repsol, y la contrapartida del acuerdo para construir barcos en astilleros gallegos, refrendado la semana pasada por Peña Nieto ante Rajoy –política y negocios, como siempre, de la mano en España- no es otra que esa”). El presidente del nuevo invento, lógicamente, sería Prado, con un CEO tan buen conocedor del sector y tan bien relacionado como Nemesio Fernández-Cuesta. ¿Cuánto tardía el ENI en zamparse Repsol? La respuesta no está en el viento.

Dicen que Rajoy compró la mercancía, si bien dentro de su habitual indefinición (esa técnica conocida como la escalera, en la que nadie sabe si sube o baja), y se supone que más le gusta a Luis de Guindos (cena de verano en Sotogrande en casa de Prado) y naturalmente a Aznar, que para eso le tenemos en nómina. “Eso sí, Mariano ha puesto como condición que no se hará nada hasta que Isidro Fainé dé su visto bueno”. Prado ha desmentido a este diario, y de forma tajante, la operación relatada, asegurando que no se ha reunido con Rajoy desde que es Presidente. “Imposible saberlo”, reconocen en Moncloa, “porque el presi habla con todos estos, aunque recibe a muy pocos”. Y ahí está Brufau, aparentemente sentenciado desde hace meses, aunque siga recibiendo encendidas declaraciones de amor tanto de Fainé como de Juan María Nin. Eso sí, cada uno por su orden, es decir, por separado, que no están las cosas en la Avenida Diagonal 629 para francachelas. 

En el despacho de Soraya Sáenz de Santamaría confluyen desde hace meses los editores del centro derecha español, dispuestos a que el Gobierno les saque las castañas del fuego. Editores, consejeros y lobbistas varios invitan al Gobierno a meterse de lleno en la reconversión de un sector en bancarrota, animándole a que se coloque al frente de la operación, es decir, a que ponga pasta. La consigna en Moncloa, sin embargo, es “no meter los dedos en ese enchufe, porque te puedes electrocutar. Mira lo que le pasó a Aznar, y mira después lo que le ha ocurrido a Zapatero. Aquí vienen todos a presionar para que tomemos cartas en el asunto. Ni hablar: que se arreglen ellos. En esto sí que somos muy liberales y creemos en el mercado, de modo que, les hemos dicho, arreglen sus problemas, fusiónense si lo creen oportuno, y cuando se hayan puesto de acuerdo vengan a contárnoslo, que nos encantará oírles…”

Presiones a Rajoy para que nombre un vicepresidente económico

"No seremos un país moderno hasta que la esfera de lo público y lo privado dejen de rozarse, hasta que los empresarios no aprendan a competir lejos del favor político"

O mucho cambian las cosas, pues, o los editores tendrán que buscarse la vida, porque el Gobierno no parece estar por la labor. El gran grupo de centro izquierda, Prisa, ha resuelto su problema, es un decir, metiendo en el capital a grandes empresas (Telefónica) y bancos (Santander, Caixa y HSBC), no obstante lo cual siguen insistiendo con desparpajo digno de mejor causa en su independencia. Y otrosí cabe decir de la prensa catalana, dócilmente sometida a la subvención y volcada en la causa del subidón independentista de Artur Mas.

El contubernio entre lo público y lo privado, la cohabitación ilícita entre elites políticas y oligarquía económico-financiera, proverbial en la Historia de España y principal enemigo de la definitiva modernización del país, está alcanzando niveles desconocidos en estos momentos de crisis. El Consejo de Competitividad, por ejemplo, el lobby de las grandes empresas que ha puesto a la CEOE en cuarentena, renueva sus presiones ante el Rey Juan Carlos para que conmine a Rajoy a nombrar de una vez por todas un vicepresidente económico, una sola voz al frente de la Economía, cargo en el que algunos quieren entronizar a Josep Piqué, ex ministro de Industria y Exteriores con los Gobiernos de Aznar, buen comunicador y, además, catalán, condición que ahora cotiza al alza en la bolsa de valores del futuro. Catalán es también el antes citado Fainé, un hombre con todos los frentes abiertos en su propia casa, empeñado en tender puentes y propiciar un arreglo entra Rajoy y Mas, entre Gobierno central y Generalitat, con el objetivo puesto en salvar la “neutralidad” de La Caixa en momentos tan apurados como los actuales.

Por loables que resulten los esfuerzos de un César Alierta empeñado en arrimar el hombro para ayudar al Ejecutivo a superar el trance, es evidente que un vicepresidente económico resultaría más fácilmente bizcochable que dos ministros a la greña, con uno de los cuales es casi imposible atar cabos. Desde los tiempos de Juan March, el hombre que, en palabras de Cambó, representaba “lo más escandaloso que ha habido en el mundo, porque, durante once años, el señor March ha tenido a su disposición a ex-presidentes del Consejo y a Ministros, y ha mandado en España destituyendo Gobiernos a su antojo”, no se veía tan larga y descarada la mano del dinero haciendo y deshaciendo en asuntos de la res publica. ¿Resistirá de verdad Rajoy las presiones? El corolario es descorazonador: parece evidente que más pronto o más tarde lograremos salir de la crisis, pero no seremos un país moderno hasta que la esfera de lo público y lo privado dejen de rozarse, hasta que los empresarios no aprendan a competir lejos del favor político, y hasta que la elite política no decida sacar las manos de los negocios privados. Hasta que eso ocurra, seremos un país carcomido por la corrupción. Un país de segunda división.

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