China ha vuelto a ser una vez más el epicentro de un terremoto en la economía mundial. La intensidad de la onda expansiva ha sido relativamente baja para los mercados occidentales pero la transmisión del temblor en otros activos como las materias primas ha vuelto a recordar que si el gigante asiático experimenta cualquier contrariedad, el resto de las economías sufren las consecuencias.
Con Grecia en la mirada de todos los inversores ante lo que pareció una muy probable salida de los helenos de la zona del euro, la debacle de las bolsas chinas de principios de julio no fue atendida al principio más que como un episodio de corrección técnica después del espectacular crecimiento que habían vivido desde hacía casi un año.
Fueron las medidas adoptadas por las autoridades de la dictadura comunista para contener las caídas como si se tratara de un enemigo físico las que exacerbaron el sentimiento de inquietud entre los inversores chinos. Y cualquier contrariedad en los mercados, lejos de atenuar el miedo, lo acrecienta, provocando una nueva huída de las bolsas chinas.
La incertidumbre sobre una posible retirada del sostenimiento artificial de los mercados de renta variable chinos es una de las causas que explicarían el miedo vendedor de los inversores
El 'corralito' impuesto por el gobierno a los pequeños inversores, que forman la gran masa de accionistas de las bolsas chinas, no ha impedido de esta forma que unos datos sobre producción industrial peores de los previstos y una ligera caída de los beneficios de las grandes corporaciones haya influido en el temeroso ánimo de los chinos, después de que durante esta quincena se hubieran recuperado los índices. Y la reacción volvió a ser en cadena: la bolsa de Shanghai perdió un 8,5%, la mayor caída diaria que ha experimentado en ocho años, mientras que el parqué de Shenzhen sufrió un retroceso del 7%. Enseguida la bolsa de Hong Kong se vio afectada con una rebaja del 3,09%.
Precisamente la incertidumbre sobre una posible retirada del sostenimiento artificial de los mercados de renta variable chinos, o al menos en algunas grandes empresas, es otra de las causas que explicarían el miedo vendedor de los inversores, razón por la que el regulador bursátil anunció que se mantendrán los programas de compra de acciones, una de las numerosas medidas que ha adoptado el gobierno para frenar la debacle de las bolsas, a la que se añaden la suspensión de cotización de las empresas si caen por debajo del 10%, la prohibición a los directivos de vender sus títulos en los próximos seis meses o la rebaja de tipos de interés, entre otras.
Hay que recordar que en torno al 85% de los accionistas de las empresas cotizadas chinas son pequeños inversores con escasos conocimientos financieros y que en muchos casos realizan sus operaciones pidiendo créditos con avales, lo que acentúa el problema político y social del funcionamiento normal del mercado.
El propio FMI ha pedido a las autoridades que piensen en retirar los mecanismos puestos en marcha para paliar la caída de las bolsas para volver a la normalidad, pero el gobierno no puede permitirse el lujo de ver en las calles a millones de personas reclamando su dinero.
Las materias primas notaron con fuerza esta vez las caídas de las bolsas chinas. El petróleo Brent bajó un 1,5% y el oro perdió un 0,2%. Y no han sido las únicas: el cobre, el paladio, el platino, el níquel, el estaño, las materias primas agrícolas... todos cedieron ante la perspectiva de problemas en la economía china. Los países productores, como Australia, Canadá, Brasil, Chile o México se han visto obligados a aplicar políticas monetarias para mantener sus divisas. Y el problema se acentúa ante la reunión de la Reserva Federal de Estados Unidos y su inminente inicio de subida de tipos de interés por primera vez en siete años, que influirá en estas monedas, sobre todo las de los mercados emergentes.
De esta forma, las bolsas europeas y norteamericanas han encontrado un nuevo motivo de inquietud para el inicio de un verano que se anuncia movido entre los inversores.