Es el sentimiento que provoca la bronca sesión celebrada ayer en el Congreso de los Diputados a cuenta del 'caso Bárcenas'. Este diario, bastante restrictivo en materia editorial, ha tenido que referirse ya en dos ocasiones a este asunto en el plazo de un mes. Con ésta serán tres, y nos inquieta pensar que no sea la última, visto el desarrollo de un debate parlamentario que, a nuestro juicio y visto el encanallamiento de las posiciones de los distintos grupos de la Cámara, deja abierta en canal la crisis política e institucional que venimos padeciendo los españoles desde hace demasiado tiempo. Todos dicen perseguir el bien del país, empezando por el propio jefe del Ejecutivo y su mayoría absoluta, pero la reiteración hasta el hartazgo de las lacras del sistema político y la aparente impotencia para encararlas nos obligan no sólo a manifestar esa tristeza, sino a pedir que cuanto antes se pongan a trabajar en la búsqueda de acuerdos capaces de superar la parálisis y el descrédito a los que nos ha conducido el conocimiento de hechos que empañan la imagen del presidente del Consejo de Ministros y de su partido. Ni la arrogancia de unos ni la demagogia de otros son la medicina del momento. Los españoles necesitamos un Gobierno sin sombra de sospecha, dotado de energía bastante para recuperar la confianza perdida.
El jefe del Gobierno, cuyas indudables dotes parlamentarias nadie puede negar, se presentó ayer ante los representantes de la soberanía popular con un discurso bien construido en el que, apelando al interés general y a la fragilidad de la incipiente recuperación económica, pretendió evitar los males mayores que en teoría se derivarían de decir la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad sobre el escándalo Bárcenas. Rajoy nunca habla de la crisis política e institucional que padece España, lo cual es un error de no menor dimensión del que cometía su predecesor en el cargo cuando negaba la existencia de la crisis económica en pleno fragor de la misma. Su discurso de ayer pareció el relato dolido de un observador que, alejado de los asuntos de la intendencia del partido, se limita a reconocer que su confianza ha sido defraudada por el tesorero que él mismo nombró. Demasiado tarde, demasiado poco. Es posible que las cosas hayan ocurrido como las cuenta el presidente, pero, sin entrar en valoraciones de orden judicial, es obvio que la asunción de un error o de una suma de clamorosos errores que han puesto patas arriba el crédito de España no puede saldarse, en términos de responsabilidad política, con el mal trago de esta comparecencia y aquí no ha pasado nada. Ha pasado y mucho. Como dijo el líder socialista, asumir responsabilidades por lo ocurrido es una cuestión de higiene democrática.
El creciente alejamiento de los partidos nacionalistas
Los diferentes grupos parlamentarios, la mayoría de ellos con el techo de cristal, se emplearon ayer a fondo, a veces de forma injusta, con un jefe del Ejecutivo cuya actitud tradicionalmente desdeñosa y distante tiende a exacerbar las carencias, humanísticas y de las otras, de no pocos de los atrabiliarios personajes que desfilaron por la tribuna de oradores. Siendo ello previsible, conviene subrayar la actitud de alejamiento de los partidos nacionalistas, PNV y CiU, cada día más empeñados en dar a entender que ya no esperan nada de este Gobierno ni casi del Estado. La mayoría gubernamental queda enfrentada no solo a la izquierda, sino a quienes, en posiciones más centradas, podrían aportar algo de templanza no exenta de exigencia democrática, caso de UPyD, a quien desprecian sin caer en la cuenta de que aquella mayoría se ha encogido como la piel de zapa en el conjunto de la nación.
Hemos dicho aquí que “somos conscientes de lo que supone afirmar la preeminencia de los valores democráticos y parlamentarios, con las consecuencias que ello conlleva, en un momento como éste, pero resulta evidente que seguir engañándose y engañándonos con que estamos ante un tema estrictamente judicial solo conduce a la inacción política y al desapego social. Y si en un sistema parlamentario falta el consenso político y social, como parece el caso actual, podemos afirmar que se alienta el crecimiento de las posiciones extremas”. Parece evidente que el Gobierno y el partido que lo sustenta han ganado tiempo, algo de lo que estaban muy necesitados en vísperas de las vacaciones de agosto. Vayan al mar o se encaminen a la montaña, el drama de España sigue sin solución: la crisis política e institucional que, más allá de la economía, amenaza seriamente nuestro futuro, no deja de crecer cual tumor canceroso. Si en algo coincidimos con el jefe del Gobierno es que la espiral de despropósitos en la que el Ejecutivo vive embarcado con su antiguo tesorero puede acabar agostando la flor de invernadero de esa incipiente recuperación económica. Por eso, porque su responsabilidad es inmensa, le pedimos, señor presidente, que tome la iniciativa, sin descartar su propia dimisión, para cortar de raíz las metástasis de ese tumor que, se quiera o no, tiene diagnosticado España.