Cuando los ceses llegaban por el motorista, no pasaban estas cosas. Todo era impersonal, aséptico, frío sin estridencia. Los tiempos han cambiado.
No fue, en este caso, una despedida amigable. Ni siquiera demasiado amable. En la mañana del 3 de noviembre saltaron chispas en Moncloa. José Manuel García-Margallo había sido convocado por Mariano Rajoy para recibir en persona la noticia de su cese. Era un fijo en las quinielas, un fusible chamuscado, una pieza fuera del tablero.
Quizás el aludido, como suele ocurrir, no se lo esperaba. La arrogancia es el sello predominante en la personalidad del anterior jefe de la diplomacia española. Amén de la brillantez, el ingenio y hasta una corrosiva ironía. Margallo se aceptó de mala gana la noticia de su cese del Palacio de Santa Cruz. Y más aún al enterarse de que su sucesor sería Alfonso Dastis, diplomático de carrera, veterano especialista en cuestiones europeas, hábil conocedor de los vericuetos de Bruselas y, además, muy amigo del ‘cuñadísimo’ del presidente, el eurodiputado Francisco Millán. Y, por supuesto, en las antípodas de Margallo.
Margallo recibió la noticia de su defenestración con muy malos modos, cuentan fuentes del PP. Le recordó a Rajoy su larga amistad de años, su entrega a la causa, su labor para cortocircuitar el reto soberanista catalán y, desde luego, sus muestras de enorme lealtad personal para quien fue su jefe. Y aún más. En su larga perorata, no se olvidó de lanzar una serie de críticas y reproches hacia la figura de la vicepresidenta, Soraya Sáenz de Santamaría, con quien ha mantenido un duro pulso interno durante estos últimos años. Ya se sabe, el G-5 contra los ‘sorayos’.
Un movimiento muy sospechoso
Le cuentan a El Buscón que Margallo fue escasamente generoso al referirse a Soraya y a su entorno, e incluso le advirtió a Rajoy sobre los ambiciosos planes futuros de la vicepresidenta. “Como si Rajoy no supiera quién es Soraya”, comentan a este Buscón, la fuentes que reconstruyen someramente el encuentro. Rajoy, que, en efecto, que mantuvo durante años estrechos lazos de amistad con Margallo, no parpadeó ante el intempestivo chorreo del cesante. El jefe del Ejecutivo es implacable y ya le había colocado en la lista de los prescindibles tras unos movimientos extraños, y quizás desleales, del ministro saliente.
En su magnanimidad, y pese a la desabrida actitud de su exministro, Rajoy no puso impedimento a la decisión de que Margallo fuera encaramado en la presidencia de la comisión de Interior en el Congreso. Desde entonces, el polémico extitular de Exteriores se pasea afanosamente por los platós de televisión, quizás llevado de su incontenible afán de protagonismo. La noche de las elecciones en EE.UU la pasó ante las cámaras de Antena 3. Días después hizo lo propio en 13 TV. También tenía previsto comparecer en El Objetivo de Ana Pastor, junto a otro antiguo ministro de Exteriores, Miguel Ángel Moratinos para hablar de Trump y sus circunstancias. De todopoderoso arquitecto de la diplomacia española a humilde tertuliano televisivo. Sic transit Margallo mundi.