La intromisión del Estado en la vida de las personas con la excusa de protegerlas, que viene de lejos, ha dado un salto adelante muy peligroso con el pretexto de la pandemia. El confinamiento total e indiscriminado al que hemos llegado, refugio de gestores incapaces, va a tener un coste económico incalculable y una más que dudosa eficacia sanitaria. Países sin estas medidas han tenido menos muertos que los que las han adoptado.
Para obtener este lamentable resultado el Gobierno está cercenando derechos fundamentales e inmiscuyéndose en la vida cotidiana de las personas de forma asfixiante, anulando su capacidad de responsabilizarse de sus actos con imposiciones absurdas y arbitrarias. Es arbitrario aplicar las mismas medidas de confinamiento en Barcelona que en un pueblo de 200 habitantes del Pirineo; en Madrid que en una isla perdida en el Atlántico. Es arbitrario confinar a una familia que comparte piso y no permitirles ir juntos en su vehículo. Es arbitrario prohibir ir dos personas en un vehículo privado pero permitirlo si es un taxi. Es arbitrario no permitir salir a pasear o correr como, de hecho, se permite en la mayoría de países, y no con peores resultados que nosotros, cuando es difícil ver los riesgos que ello comporta si se actúa con responsabilidad.
Razones ideológicas
Sólo se puede entender por razones ideológicas que se fomente en estos momentos el transporte público, por ejemplo en Barcelona, en lugar del privado, mucho más seguro a efectos de contagios. Todo ello, hay que decirlo, con el apoyo de una parte del pueblo delatora de sus vecinos y que pide más dureza quizá porque su sueldo esta asegurado y en su interior anida un soldado del totalitarismo a la espera de su oportunidad para manifestarse.
El último episodio es el de los horarios de salida de los niños. Si ya me parece absurdo fijar un horario, sólo aprecio ventajas, por ejemplo en salir a las 8h en lugar de a las 9h como se impone. En Cataluña, la obsesión por la diferencia restringe aún más los horarios de paseo y fija sólo 4 horas, distribuidas en dos franjas horarias de dos horas cada una. El Estado nos impone su sobreprotección como si fuéramos menores irresponsables que han de ser controlados en todas sus actividades con el objetivo de convertirnos en buenos ciudadanos debidamente convertidos en súbditos.
Libertad individual
No es una anécdota transitoria. Estamos coartando valores imprescindibles para el progreso: la responsabilidad, la iniciativa, la asunción de riesgos, en definitiva la libertad individual. Se está promoviendo la desaparición de la autonomía personal para hacernos dependientes del poder, del Estado y de las grandes corporaciones, por un plato de lentejas. Esta deriva va a provocar la aceleración de la decadencia económica y, con ella, de la democracia. Todo ello bajo el impulso de los discípulos de Derrida, que nos venden que quieren acabar con todas las formas de dominación, cuando lo que en realidad pretenden es que sólo haya una: la dominación por parte del poder político que quieren monopolizar, eso si, en nombre del pueblo.