El Liberal - Política

Ecos de la prensa independentista: Del pacto de San Sebastian a Frankestein

No hay día sin que en cualquier medio independentista aparezcan algunos artículos destinados simplemente a mantener encendida la llama de la causa. Son ejercicios literarios que no obedecen a ningún

No hay día sin que en cualquier medio independentista aparezcan algunos artículos destinados simplemente a mantener encendida la llama de la causa. Son ejercicios literarios que no obedecen a ningún estímulo concreto y se limitan a sobrevolar la coyuntura para ilustrar una constante: España no tiene remedio y Cataluña no tiene más remedio que independizarse.

Pau Miserachs, en el Punt-Avui, en un artículo titulado LaCovid como excusa —nunca mejor dicho— abunda en el enfoque habitual del llamado problema catalán:

"No piensan en la Moncloa en las ventajas de la política de proximidad y el principio de subsidiariedad propios de una democracia europea avanzada a escala humana. Cataluña es la más discrepante. Pero la discrepancia se atribuirá al nacionalismo “egoísta y golpista” de los catalanes, la excusa de siempre para encontrar culpables y justificar la represión".

Sin duda los gobernantes de Madrid tienen en mente la circunstancia catalana, pero cuesta creer que todos sus movimientos obedezcan a la voluntad de neutralizar el independentismo:

"El gobierno socialista español, con la propuesta de [un] nuevo Pacto de la Moncloa, ha dado un paso adelante en su actuación contra el proceso independentista catalán, aprovechando el parón del diálogo comprometido[,] en lugar de hablar de un nuevo Pacto de San Sebastián para reformar la dañada y decadente democracia española, instituciones, régimen electoral".

El llamado Pacto de San Sebastián se remonta a 1930 y fue un acuerdo entre la mayoría de los partidos republicanos sobre una estrategia destinada a acabar con la monarquía. ¿De verdad hay quien cree que aquello fue un antecedente útil para hacer política hoy en día?

España es un monstruo de Frankenstein

Más de lo mismo en De ‘La escopeta nacional’ a ‘Patrimonio nacional’, un artículo de Francesc Canosa en Ara:

"La droga alucinógena del estado de las autonomías de café y salfumán para todos no provocó los efectos irreales que se quería. Y el nacional caos político, económico, humano de nuestros días de vinos y virus diagnostican que España sólo puede sobrevivir como un estado absoluto, total, letal. Como una aristocracia moribunda, como una casta y caspa, ordenada y legitimada por unos pocos para unos muchos. España es una, un cuerpo y un alma, y debemos salvarla entre todos, debemos sacarla de esta UCI nacional-vírica. Lo hemos dicho y redicho y es profecía: el problema de España es que es estado (ficción) y no es nación (realidad). Y sólo puede, como un Frankenstein hambriento y afanador de trozos de otros seres, sobrevivir si devora y engorda modo caníbal como estado nación. No hay que ser brujo con gafas de sombra y bola de cristal ahumado para ver que, políticamente, lo está consiguiendo. Catalanes fuera, autonomías fuera. Todo fuera. Todo estorba. Todo. Y no se puede decir, ni se podrá decir nada, en contra de la criatura. Tampoco la verdad. Aprovechémoslo".

Toda esta exhibición retórica, que raramente puede ofender ya a alguien, sirve para intentar mantener el espíritu de los catalanes en estado de emergencia ante el peligro de ser fagocitados por el monstruo.

El manejo de los mismos tópicos durante decenios y la evidencia de que el Estado goza de una mala salud de hierro no parecen cansar a sus lectores ni disuadir a sus autores. Mañana habrá unos cuantos más.

Una revuelta en la sanidad

Ser revolucionario es también un oficio. Albano-Dante Fachin —que pasó de Podemos a revolotear sobre zonas independentistas—, en elMon.cat, ve en los trabajadores de la sanidad el nuevo sujeto revolucionario:  Missatge als sanitaris: revolteu-vos!
 
Empieza afirmando que "para tener un sistema de salud homologable a los sistemas de salud de nuestro entorno, el presupuesto sanitario debería aumentar en torno a unos 5.000 millones de euros. Esto sólo para empezar. Esto está muy, muy lejos de los 900 millones", que es el aumento concretado en los presupuestos de la Generalitat.

Ante ese panorama, la única solución posible es una revuelta. "Vosotros ya habéis hecho vuestra parte, que es cuidarnos. Que solucionen la papeleta los que están arriba. Y la única manera de que la pelota esté en el tejado de los de arriba es que os sublevéis".

Y sigue con una variante del cuento de la lechera: si el presidente de la Generalitat dice que la culpa es de Madrid, ir a Madrid a protestar. Madrid dirá que la culpa es de la Unión Europea, "pero si la presión sigue, al final este presidente del Estado español [sic] tendrá que ir a Bruselas a decir que ya no puede aguantar más la presión. ¿Y qué pasaría después? Es su problema. Pero vosotros, sanitarios, debéis apretar todo lo que podáis".

El nacionalismo estorba

El presidente del Parlamento catalán, Roger Torrent, en Naciodigital.cat, aclara sus conceptos sobre Nació i nacionalisme, en un intento de eliminar de su proyecto político la idea de este último:

"No niego que el término nacionalista haya servido para ayudar a construir el movimiento independentista. Pero yo no me siento atado a él porque me parece que esta identificación siempre se hace por oposición. Para mí, la propia apelación a un nacionalismo concreto implica antagonizar siempre con otro tipo de nacionalismo".
 
Y, para que quede claro, cita a Carod-Rovira y su idea de república: "No es la República la forma de estado de una nación pensada y hecha por y para los nacionalistas, sino para los nacionales, los integrantes de la nación que somos todos los de aquí". 
 
¿Sería entonces hecha por los nacionalistas y para los que son nacionalistas y los que no los son? Eso explicaría muchas cosas sobre cómo ha funcionado el 'procés': impulsado por unos que han dejado de lado a otros.
 
Prosigue Torrent afirmando que "lo que promueve hoy la identificación nacional no es tanto la apelación al pasado como la creación de un proyecto cívico compartido que ofrezca a nuestros conciudadanos la posibilidad de ganar un futuro mejor".
 
Pero ese proyecto de futuro, ¿no ha demostrado ya un límite a su expansión? Y al mismo tiempo, en su voluntad de incorporar adhesiones nuevas en segmentos de población que le son ajenos, ¿no corre el peligro de desmotivar a los que sí lo entienden como un antagonismo?

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