En su último libro, ‘El mundo que nos viene’ (Deusto), usted plantea cuestiones muy interesantes. Es optimista porque cree que, a pesar de todo, pueden preservarse los valores de la Ilustración. Habla de la decadencia de Europa, de qué se puede hacer y qué no. También de la trampa de Tucídides en la lucha entre China y EEUU. Son temas apasionantes y de los que es usted un buen conocedor.
Hay una gran paradoja en todo lo que nos está pasando. Los de nuestra generación, que hemos vivido la segunda mitad del s. XX, la Guerra Fría, la división de bloques, pensábamos que esa situación iba a ser permanente. Era como una especie de empate. Se producían todo tipo de escaramuzas. A veces, incluso bélicas. A eso lo llamábamos el equilibrio del terror. Tenía un componente de terror asociado al invierno nuclear, pero también tenía la palabra equilibrio. Descubrimos hace 30 años, en 1989, que, con la caída del muro de Berlín, eso era así. Al cabo de poco tiempo, en las Navidades de 1991, vimos cómo colapsaba la Unión Soviética. Y la victoria de Occidente fue total y absoluta.
La paradoja es que esa victoria de Occidente desencadena un proceso de desoccidentalización del mundo absolutamente vertiginoso. Han aparecido nuevas amenazas, como el terrorismo internacional. Lo vimos el 11 de septiembre de 2001. Pero, sobre todo, han aparecido nuevas potencias que cuestionan ese pretendido orden basado en la hegemonía de Occidente y EEUU. Cuestionan ese papel. Quieren jugar un papel determinante y aspiran, incluso, a sustituir a EEUU en esa primacía. En el caso de China, es evidente.
China ha ido acumulando fuerzas de forma discreta, de forma taimada, siguiendo las doctrinas de Deng Xiaoping. Quiere ser la principal potencia global en 2049.
China, hasta ahora, ha tenido un enorme proceso de desarrollo, ha ido acumulando fuerzas. Lo hacía de forma discreta, de forma taimada, siguiendo las doctrinas de Deng Xiaoping. Pero ahora ya lo dicen explícitamente. Dicen que, a mediados de siglo, en concreto, en el año 2049, 100 años después de la constitución de la República Popular, quieren ser la principal potencia global de este planeta y en este siglo. ¿Por qué en 2049? Porque son 100 años posteriores a lo que los chinos llaman El Siglo de la Humillación. Es decir, el único siglo de los 32 siglos de existencia de China, en el que no han sido el país más importante del mundo. Al historiador británico Neil Ferguson le preguntaron si pensaba que el s. XXI iba a ser el siglo de China y su respuesta fue: “No veo por qué no. Lo han sido todos menos el siglo XX”.
La pugna que lleva a la trampa de Tucídides es una pugna total. La vemos en el terreno comercial, en el estratégico, en las nuevas rutas de la seda impulsadas por China. La vemos en el dominio geopolítico, en la penetración de China en África o en América Latina. O en Europa, donde es cada vez más importante. La vemos en el mundo de la competición militar y veremos tensiones militares con EEUU en el Mar del Sur de la China, por ejemplo. Pero la principal pugna es tecnológica. Y China está desplegando una estrategia descomunal para tener el liderazgo en la Inteligencia Artificial (IA), con todo lo que eso comporta. El 5G, el internet de las cosas, el machine learning, cloud, el blockchain…
Si los europeos no profundizamos en nuestra integración, a lo máximo que podemos aspirar por separado es a ser actores secundarios.
Cuando, por ejemplo, se identifican los conflictos con Huawei diciendo que es otro episodio de la guerra comercial, hay que recordar que no es así. Lo que está en juego es quién va a dominar la tecnología. Y eso forma parte de la trampa de Tucídides. Él escribió sobre las guerras del Peloponeso y su tesis sigue siendo válida. Donde hay una potencia establecida, en aquel caso Atenas, una potencia naval, y una potencia emergente, entonces Esparta, la confrontación, decía, es inevitable. En 16 casos que se han analizado académicamente en los últimos 2.000 años, hemos caído en la trampa en 13. No tiene por qué ser ahora una excepción. Otra cosa es que la trampa de Tucídides, referida a EEUU y a China, no termine en una confrontación global que pase por la confrontación nuclear. Eso destruiría el conjunto del planeta. Pero sí que en todos los demás terrenos ya se está produciendo y es cada vez más profunda.
¿Dónde queda Europa en este tablero?
La gran pregunta que nos tenemos que hacer los europeos es qué papel jugamos en ese nuevo escenario. Si lo dijera en términos cinematográficos, ya tenemos a los dos protagonistas. Hemos identificado ya a actores importantes del reparto, que también tienen derecho a conseguir su Óscar. El principal es Rusia. Y dentro de muy poco será India. Hay otros actores también destacados, como Irán o Turquía. ¿Qué vamos a ser los europeos? Si no profundizamos en nuestra integración, a lo máximo que podemos aspirar separadamente es a ser actores secundarios que salen en algunas secuencias, que, además, no son relevantes para el hilo conductor de la película.
¿Un país democrático no está en inferioridad de condiciones para luchar con estados autocráticos, aunque tengan una economía más o menos desarrollada? La política de partidos y la competición electoral, ¿no obligan a políticas a corto y no beneficia a las políticas a largo plazo? Algunos piensan que las dictaduras acaban en colapso pero ahora…
Antes se decía que las democracias garantizaban el crecimiento económico y el bienestar mejor que las autocracias. Claro, lo que está pasando en China desmiente, de alguna manera, ese aserto. Además, China sí que tiene una estrategia a largo plazo y la expresa sin ningún tipo de pudor. Deng Xiaoping, el fundador de la China moderna, estableció la limitación de poderes. Los secretarios generales del Partido Comunista chino no podían estar más allá de dos mandatos. Y, además, en el segundo mandato ya se sabía quién iba a ser el sucesor. Ahora el Partido Comunista chino ha asumido el carácter vitalicio del mandato de Xi Jinping y, por lo tanto, su estrategia se plantea de aquí al año 2049. Eso para un chino es casi el corto plazo. Nosotros estamos ligados a las confrontaciones electorales.
Lo que nos está pasando obedece a nuestras propias incapacidades a la hora de resolver problemas como la crisis económica. O de no haber sabido explicar la revolución tecnológica, que es una gran oportunidad.
Hay dos cuestiones en esto. Primero, para disponer de una estrategia a largo plazo, ¿estamos dispuestos a perder el carácter democrático y la libertad? Creo que la respuesta tiene que seguir siendo no. Pero, al mismo tiempo, hemos de ser conscientes de que tenemos que reaccionar. Y eso solo es posible estableciendo consensos básicos que vayan más allá de los periodos legislativos. Lo que realmente rompe la capacidad de las democracias de seguir sobreviviendo es que cambiemos los marcos, los paradigmas, cada cuatro años. Si mantenemos los consensos básicos en política exterior, en definición estratégica, y no están al albur de las alternancias políticas más o menos coyunturales, las democracias pueden combatir esa crítica.
Volvemos a lo que hablábamos antes. Las democracias no solo se enfrentan a peligros exteriores sino también a una descomposición interior. Esto plantea grandes dificultades porque hay gente que parece preferir que el imperio dominante sea China. Es algo que yo no acabo de entender pero hay países y partidos occidentales para los que EEUU es el mal. Y no vemos que, a nivel mundial, las alternativas que se nos presentan son peores.
Lo que nos está pasando obedece, en parte, a nuestras propias incapacidades a la hora de resolver problemas como, por ejemplo, los derivados de una crisis económica que ha tenido efectos devastadores. Y de no haber sabido explicar bien los efectos beneficiosos, a nivel general, de la globalización. O de no haber tampoco sabido explicar que la revolución tecnológica, aunque puede ser un riesgo y una amenaza, es también una gran oportunidad. Además, aunque la quisiéramos debatir o limitar es imposible porque ha venido para quedarse y cada vez va a ir a más. Por lo tanto, hay que adaptarse a esa nueva realidad. A partir de ahí, hay que insistir en los valores de fondo. Yo, a pesar de todas las críticas que pueda mantener hacia EEUU, me siento mucho más cercano a ellos que a una sociedad totalitaria como China.
En su momento, Felipe González, incluso antes de gobernar, cuando el PSOE tenía posiciones nítidamente de izquierdas, dijo una frase que escandalizó a los suyos: “Prefiero correr el riesgo de que me asalten en el metro de Nueva York que vivir en el seguro metro de Moscú”. Era una manera de definir que, a pesar de todo, vale la pena seguir viviendo en democracia y en libertad.
Es algo que vemos con los migrantes, que se dirigen a Occidente y no a China o Rusia.
Hay muchos flujos migratorios entre los países que antes llamábamos en vías de desarrollo. Pero ni los chinos ni los rusos dejan que entren flujos migratorios. Porque, además, tienen una obsesión por mantener su cohesión social, por tener la mayor uniformidad posible. Lo hacen a través de la represión. Nosotros mismos criticamos la incapacidad de Europa, la ausencia de liderazgo, la debilidad de nuestro proyecto político, la debilidad de nuestra competitividad, nuestra incapacidad para abordar ciertos problemas. A pesar de todo eso, si preguntas a cualquier ciudadano del mundo dónde cree que se vive mejor y con mayor dignidad, no solo en términos materiales, sino también en términos humanos, la inmensa mayoría responde que en Europa. Y eso es algo de lo que tenemos que estar orgullosos y que tenemos la obligación de mantener.