Columnista en La Razón y corresponsal de Efe Eme en Nueva York, Julio Valdeón (Valladolid, 1976) ha publicado Separatistas ante los ropones (Deusto), unas crónicas sobre el juicio al procés que nacieron envueltas en la polémica: su anterior editorial las vetó por miedo a represalias en Cataluña. Quizá la causa es que el autor, alérgico a las equidistancias, optó en sus páginas por tomar partido sin tapujos “a favor de la democracia y en contra de sus enemigos”.
Publicó este libro con Deusto tras ser cancelado por otra editorial catalana con el argumento de que “publicarlo así pondría en riesgo” a la empresa. ¿Cómo terminar con esa espiral de silencio que, al parecer, todavía existe en Cataluña?
Pues, precisamente, denunciando, no callando, ni resignándote a mirar para otro lado. Es imprescindible que los nacionalistas y sus mariachis sepan que determinadas conductas tienen consecuencias, y que el resto de la gente compruebe que denunciar no te condena al lazareto. Para lograrlo, para que, por decirlo con el profesor Félix Ovejero, disminuya el coste de discrepar, para que no salga tan caro decir que el rey va desnudo, los ciudadanos tienen que salir y defender sus derechos. Entiendo que no siempre resulta fácil. Hay cuestiones laborales, familiares, presiones de todo tipo… y el desánimo, no olvide el desánimo.
En estas crónicas, usted, como ha señalado Arcadi Espada, es “juez y parte”. ¿Era inevitable tomar partido?
Es deseable, es higiénico, es decisivo. A ver, una cosa es informar con objetividad, no permitir que tus convicciones contaminen la verdad hasta el punto de mentir, o de maquillar la verdad, y otra cosa es olvidar que mis crónicas son, por supuesto, análisis, o sea, artículos de opinión, y en los artículos de opinión, por mucho que algunos se sorprendan, se opina. Exactamente igual que Martín Prieto toma partido en sus crónicas clásicas del juicio del 23-F, o que Hannah Arendt hizo lo propio durante el juicio de Eichmann en Jerusalén. No mentir, por supuesto, pero vamos... sería estúpido que el opinante no opinase, y directamente obsceno que el cronista no tome partido entre la democracia y sus enemigos.
El nacionalismo es un ideología reaccionaria en grado superlativo
En uno de los capítulos, hace suya la famosa frase de Miterrand: “El nacionalismo es la guerra”. ¿Qué lo convierte una ideología tan nociva?
El nacionalismo estipula que una determinada comunidad es distinta, y superior, por cuestiones de índole cultural, histórica, etcétera. De hecho, encima, inventa la comunidad, de la que por supuesto se erige en portavoz único. El nacionalismo arrasó el siglo XX europeo. Es una ideología retrógrada. Reaccionaria en grado superlativo. Un monstruo. Y un capricho que los demócratas no pueden permitirse. Ante el nacionalismo, sea catalán, vasco, gallego, canario, español, alemán o cubano, las personas decentes deben ponerse en contra. Sin enjuagues. Sin peros. Sin pamplinas. Como explica el propio Arcadi Espada, el nacionalismo, el tribalismo, es una “idea maligna”.
¿Y cómo se explica entonces la complacencia de parte de la izquierda española con el nacionalismo?
Las razones son múltiples. Recuerde que, uh, contra Franco vivíamos mejor, y que la única forma de mantener viva la ficción antifranquista pasa por revivir los mitos franquistas, ecos del monstruo, fantasmas, pero muy útiles en términos de marketing político. Una vez restituido el espectro centralista, imperial y blablablá, no te queda más remedio que abrazar a sus teóricos enemigos, o sea, a unos nacionalismos periféricos que en realidad son, maravillosa paradoja, los últimos franquistas que quedan en España. De modo que ahí tenemos a la izquierda, a esta ruina de izquierda, feliz de apoyar a quienes pretenden parcelar lo común con argumentos culturales o, uf, étnicos.
Los nacionalismos periféricos son los últimos franquistas que quedan en España
Usted pone en entredicho que, como dijo Ada Colau en el juicio, el “1 de octubre fue de la gente. Millones de personas autoorganizadas”.
Ada Colau… mire, tardaremos años en superar la devastación intelectual y moral que Colau y otros como Colau han causado a la izquierda. Si es que todavía podemos. Si no han enterrado definitivamente a la izquierda en una fosa séptica. El 1 de octubre fue organizado por una oligarquía política supremacista. La misma que lleva casi medio siglo al mando de las administraciones locales, controlando miles y miles de millones en presupuestos, impidiendo que los niños de las clases trabajadoras puedan recibir una educación bilingüe porque, claro, no hay color entre los derechos de los niños y los, madre mía, los derechos de una lengua, casualmente la lengua materna de los dueños de las fábricas a las que fueron a currar sus padres. Y ahí están las/los adacolaus. Haciendo méritos, como buenos desclasados, para ver si el señorito les permite dormir en la caseta del perro.
Por el contrario, la declaración del coronel Diego Pérez de los Cobos le impresionó favorablemente. Cuéntenos por qué.
Porque cumplió con su mandato constitucional de servir la ley, porque habló sin pretensiones ni embelecos, porque fue conciso, preciso y directo, y porque no rehuyó las preguntas ni descargó responsabilidades en sus subordinados, como por cierto hicieron durante el juicio varios de los miembros del gobierno de Rajoy, que dieron bastante vergüenza ajena.
Tardaremos años en superar la devastación intelectual y moral que Colau y otros como ella han causado a la izquierda
El Gobierno estudia rebajar las penas del delito de sedición. ¿Es una reforma conveniente?
Claro, cómo no. La mejor forma de atajar los delitos consiste en rebajar las penas. Mucho más cuando quienes han cometido esos delitos tienen en su mano tumbar los presupuestos que propone el mismo gobierno que estudia rebajar las penas. Es todo bastante mafioso, pero sin James Gandolfini dándole empaque al crimen.
Por otra parte, ¿qué opina de que la mayoría de los presos por el procés se encuentren en un régimen de semilibertad pese a no arrepentirse de sus delitos?
Pues que los jueces puede llegar hasta un punto, pero las leyes son las que son, y los condenados además tienen derechos, sólo faltaba. Y que esta partida es larga.
Sus crónicas terminaron antes de que se conociera la sentencia, que se decantó por el delito de “sedición” frente al de rebelión y señaló que el procés no fue más que una “ensoñación”. ¿Qué valoración hace de ella?
No soy jurista, pero hasta donde me alcanza creo que la sentencia es muy buena, muy sólida, especialmente si tenemos en cuenta las lagunas brutales de la legislación, los despistes de los legisladores, que sólo parecían contemplar un golpe de Estado como el de Pavía, con los soldados entrando en el Congreso y los caballos piafando sobre los escaños. Asunto distinto es que lo de la “ensoñación” suena... bueno, mejor dicho, no suena muy sólido. Creo que Marchena tritura una porción no desdeñable de su prestigio cuando se pone lírico y arranca a teorizar sobre las “ensoñaciones”. Aparte, dando por bueno que todo fue un sueño, ¿acaso que las “ensoñaciones” no pueden tener consecuencias destructivas? ¿Qué otra cosa sino “ensoñaciones” son, un suponer, los delirios de los terroristas islámicos? La historia de la humanidad está llena de “soñadores” bastante siniestros y utopías francamente letales.
La sentencia del juicio al ‘procés’ es muy sólida, especialmente sin tenemos en cuenta las lagunas brutales de la legislación
El libro termina con la misma frase con la que arranca: “Hic sunt dracones” (Aquí hay dragones). Por lo que respecta a Cataluña, ¿sigue habiéndolos?
Más fuertes que nunca. El independentismo por supuesto ha sido derrotado. La independencia de ese territorio y la ruptura del demos no llegará, si es que llega, en bastantes años. Pero el nacionalismo goza de una prensa inmejorable. Y así seguirá mientras la izquierda española prime sus turbios chanchullos con la camorra supremacista a cualquier otra consideración o escrúpulo. Mientras considere, como denuncia Ovejero, siempre Ovejero, que la identidad cultural o lingüística de un segmento de la población, es mucho más importante que la identidad de clase, por ejemplo, y no digamos ya que la propia noción, luminosa, siempre moderna, de un país de ciudadanos libres e iguales.