En los últimos tiempos, numerosos artículos en la prensa se han ocupado de denunciar, desde una perspectiva de género, lo que consideraban un sesgo machista en diversas películas de éxito. Así, El irlandés, de Martin Scorsese, fue criticada porque el personaje de Anna Paquin solo pronunciaba seis palabras; Erase una vez en Hollywood, de Quentin Tarantino, por la violencia que en ella se ejercía sobre un par de mujeres; o Richard Jewel, de Clint Eastwood, por mostrar a una mujer periodista acostarse con una fuente a cambio de información. Sin embargo, aunque la literatura no ha sido tan puesta en entredicho como el cine en cuestiones de género, no han faltado artículos que han criticado el posible sexismo de algunas novelas, tanto clásicas como modernas.
Una de las más cuestionadas ha sido Lolita, el clásico de Vladimir Nabokov. Esta obra, que narra la relación entre un pedófilo y una menor y que levantó un gran revuelo en el momento de su publicación hace más de medio siglo, vuelve a levantar ampollas en la actualidad. Sin ir más lejos, la escritora feminista Laura Freixas publicó hace un par de años un artículo en El País en el que, bajo el esclarecedor título de ¿Qué hacemos con Lolita?, denuncia que esta novela “está escrita de tal modo que consigue hacernos olvidar que está mal violar niñas”. Y es que, aunque la autora reconoce que Nabokov condenaba al protagonista, critica que el libro “implícitamente justifica la violación de una niña, la reducción del ser humano femenino a la condición de objeto para el placer masculino y la ridiculización y burla de cualquier mujer no sometida”. Prueba de esto último, según Freixas, es que “todas las mujeres mayores que aparecen en el texto, especialmente si tienen poder, resultan ridículas y odiosas”.
La misoginia de Jane Austen
Aunque no de manera tan sangrante, otro clásico de la literatura como Orgullo y prejuicio, de Jane Austen, también ha sido revisado críticamente por el nuevo feminismo. Por ejemplo, lejos de vindicar la penetración con que Austen mostraba el alma femenina, artículos como Machismo, orgullo y prejuicio (La Vanguardia, 26/7/2019), de Alba Conejo Mangas, nos recuerdan que la protagonista de la novela, aunque con pensamientos adelantados a su época, cifra toda su felicidad en contraer matrimonio con el galán de turno. “Esto es así”, señala Conejo Mangas, “porque desde pequeña su madre y todo su entorno le han exprimido el cerebro con la idea de que como mujer debes contraer nupcias para alcanzar tu felicidad y estabilidad”. Así las cosas, lamenta, “la sociedad no iba a aprobar que Elisabeth sea más que esposa y madre”.
Por su parte, y aunque muy alejada del machismo de la sociedad victoriana, la novela Alta Fidelidad, de Nick Hornby, también ha sido señalada recientemente por su índole sexista. Al menos, es lo que expone el artículo de El País ‘Alta fidelidad’, 25 años después: contra la farsa misógina del ‘melómano sensible’. En él, la autora, Carmen López, asevera que al “repasar el comportamiento de Rob [el protagonista] con las mujeres, después de todas las conquistas del feminismo en estas dos décadas, se puede llegar a la conclusión de que no es sensible, es un misógino. Un machista de manual adicto al mansplaining musical que durante toda su vida ha despreciado a sus parejas”. No en balde, recuerda López, Rob tiene comportamientos tales como gritar bajo la ventana de una de sus novias “eres una zorra”, dejar a otra de sus parejas por negarse a mantener sexo con él o, por último, llamar por teléfono obsesivamente a su exmujer a su nueva casa desde la calle de enfrente.
‘Serotonina’: una novela “escrita con el pene”
En cualquier caso, si una novela mainstream como la de Hornby ya no resulta aceptable para el canon feminista, no es de extrañar que lo último de un provocador vocacional como Michel Houllebeck, Serotonina (2019), haya generado revuelo por el machismo que retrata en sus páginas. De éste dio cuenta en un artículo en El Español la periodista Lorena G. Maldonado, que, tras recordar que el protagonista del libro fantasea con asesinar a su mujer o escupe frases como “apártate, putón”, afirma que se trata de una novela “misógina”, “empapada de prejuicios” y “escrita con el pene”. Pese a ello, valora que ésta elabore un “retrato robot íntegro, despiadado y útil del macho blanco y heterosexual derrotado” por su torpeza emocional.
Finalmente, en otras ocasiones, los reproches no se han vertido tanto sobre un libro concreto sino sobre la totalidad de la obra de un autor. Es el caso de Philip Roth, considerado durante mucho tiempo el paradigma de escritor machista. Si bien él siempre defendió que sus personajes femeninos distaban mucho de ser unidimensionales y de atacar los defectos de ambos sexos por igual, el feminismo le acusa de que sus protagonistas sean invariablemente masculinos y de que los personajes femeninos salgan mal parados. En este sentido, la que ha censurado más duramente al autor de La mancha humana ha sido la escritora Vivian Gornick, que un ensayo publicado en 2008 dejo dicho que las mujeres en los libros de Philip Roth “son monstruos porque para Philip Roth las mujeres son monstruosas”. Tal vez su novela más criticada a este respecto fue El animal moribundo, de 2001, a la que, además de afear el tono paternalista con que supuestamente trataba a la protagonista femenina, reprocharon exhibir un claro “complejo de vagina dentata”.
“Un debate simple”
Criticas como las recogidas hasta ahora no son compartidas por algunos críticos y escritores, que lejos de considerarlas enriquecedoras, perciben en ellas una visión puritana. “Es un debate bastante simple el de cuestionar las tramas machistas de novelas y demás expresiones de la creación artística”, explica a El Liberal el escritor y columnista de The Objective, Gonzalo Gragera. Y es simple, según este autor, porque en muchas ocasiones, se habla de novelas que fueron escritas en un tiempo en el que “evidentemente, no había noticia alguna del feminismo”.
Aparte de eso, Gragera cree que se trata de un debate que termina despistando. “La creación es eso: creación, no catecismo. Ni manual de pedagogía. Es un absurdo limitar el ejercicio de la creación a lo que moralmente o políticamente consideramos idóneo de cada tiempo. Porque falsea la realidad en favor de un mundo utópico que no es cierto”. Un falseamiento que, además, el escritor considera contraproducente: “Suprimir de la ficción algo que sucede en la realidad para así creer que desaparece es un flaco favor a la ficción, pero sobre todo a esa realidad que se pretende combatir. La vuelves invisible aquí y allá".