El Liberal - Opinión

Sandro Rosell y la independencia de Cataluña

En un adelanto de la entrevista de Évole a Sandro Rosell que se emitirá completa este domingo, el que fuera expresidente del FC Barcelona responde, a la pregunta del presentador

  • Sandro Rosell en una imagen de archivo.

En un adelanto de la entrevista de Évole a Sandro Rosell que se emitirá completa este domingo, el que fuera expresidente del FC Barcelona responde, a la pregunta del presentador sobre si es independentista,  que votaría sí a la independencia en un hipotético referéndum pero que, si ganara el sí, se iría de Cataluña y si ganara el no, se quedaría. La respuesta ha sido interpretada como una postura oportunista de intentar quedar bien con unos y otros, o simplemente como expresión de un tonto. No coincido con estos puntos de vista. Ni tengo a Sandro Rosell por un tonto, ni su respuesta va a granjearle nuevas amistades, ni entre los independentistas que le criticarán por decir que abandonaría Catalunya y con ello, pone en cuestión el paraíso prometido, ni entre quienes no lo son, que resaltarán la contradicción entre votar a favor de la independencia y marcharse del país por pensar en la multitud de conflictos que la secesión implicaría.

Desearían despertarse un día y que, por arte de magia, Cataluña fuera un estado independiente pero son conscientes de que es un sueño muy difícil de convertirse en realidad.

A mi entender, la respuesta refleja la incapacidad de afrontar y superar el conflicto entre el sentimiento nacionalista, de base romántica, y un pensamiento racional. Esta dicotomía es bastante común entre independentistas catalanes , especialmente entre las élites empresariales y profesionales mejor informadas. Desearían despertarse un día y que, por arte de magia, Cataluña fuera un estado independiente, pero son conscientes que se trata de un sueño no sólo muy difícil de convertirse en realidad, si no que, además, su hipotética consecución tendría un coste  económico y social incalculable. Este desgarro interior es más común de lo que se puede creer entre quienes no son nacionalistas. Conozco a muchas personas, muy sensatas en su  vida cotidiana, que viven esta contradicción. Por ejemplo directivos de empresas y entidades bancarias que han financiado el independentismo pero sacaron el domicilio social de sus empresas de Cataluña con gran rapidez. Una actitud semejante a la que Rosell expresa en la entrevista.

Rosell votaría sí porque no puede votar contra su sueño y el de otros muchos compatriotas. Si lo hiciera, se sentiría un traidor, pero si ganara el sí, se iría de su tierra porque es consciente del precio que habría que pagar por quedarse en ella. Por ello el independentismo trata de acallar esa realidad autoengañándose, vendiendo una independencia sin coste, el paraíso en la tierra, un viaje a Ítaca.

La independencia en un país dividido internamente, fuera de Europa, enfrentado a España, con voluntad expansionista y con una crisis económica de primera magnitud se convertiría en una dictadura.

La independencia en un país dividido internamente, fuera de Europa, enfrentado a España, con voluntad expansionista, no olvidemos que para los nacionalistas catalanes la nación no es Cataluña sino los Paises Catalanes, con una crisis económica de primerísima magnitud, se convertiría, en el supuesto caso de materializarse, en una dictadura que sólo podría sobrevivir en base a la represión, con evidentes probabilidades de acabar en una guerra civil. Los que creen que los catalanes somos una raza superior o los que detentan el poder político, o viven de él , pueden ignorar esta realidad, creerse el relato. En otoño de 2017, tras una tertulia en TV3,  le pregunté a un exconseller en qué se basaban para pensar que la independencia iba a tener reconocimiento internacional: Confiábamos en que Romeva- Conseller de Exteriores de La Generalitat- tendría algo preparado", fue la sorprendente respuesta de una persona con información más que suficiente para haber sido consciente de la realidad, pero que optó por cerrar los ojos y creer.

El problema es que muchos catalanes que sienten y piensan como  Rosell, en lugar de enfrentar esta contradicción y darle una salida racional prefieren no renunciar a su sueño, aún siendo conscientes de que en realidad Cataluña no sería el paraíso soñado, si no un autentico infierno. Esta prevalencia del relato sobre la realidad y las ventajas que les proporciona su connivencia con el poder político local, es la que explica el silencio, cuando no el apoyo explícito, de la burguesía catalana al procés.  Mientras se trate de un independentismo de salón, que sirve para reforzar el poder de las élites , toda va bien. El problema es que saben que sus sueños pueden convertirse en su peor pesadilla caso de hacerse realidad y ni quieren renunciar a ellos ni quieren asumir el coste de su materialización. Son unos cobardes que han desistido de su función de élites y han contribuido con su actitud a la decadencia, lenta pero inexorable, de Cataluña.

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