La crisis golpea tan fuerte que está alumbrando todo tipo de negocios, incluso en zonas residenciales de clase media alta, como la localidad madrileña de Majadahonda, que han empezado también a conocer el látigo del paro. Las colas de los setenta en el Monte de Piedad han sido sustituidas por modelos de empeño todavía más indiscretos en su publicidad, aunque algo más anónimos: basta con llamar a un número de teléfono para acceder a un préstamo a cambio del depósito del coche, no a cambio de un anillo o de una pulsera, como antaño rezaba la tradición de los pobres.
Uno puede elegir entre dejar el utilitario en depósito o bien seguir circulando con él. En el primer caso, tendrá que pagar un 10% de interés por la cantidad recibida y en el segundo, el 15%. Al final de la operación, que se aproxima a la usura, habrá que devolver al prestamista la totalidad del capital principal. Es decir, suponiendo que el crédito sea de 2.500 euros al plazo de un año, la víctima desembolsará 3.000 euros de intereses si deja el coche en depósito y 4.500 si lo sigue utilizando. El negocio prospera gracias a las dificultades que ponen los bancos para la concesión de créditos personales a quienes carecen de avales suficientes.
Antes de contratar el préstamo, el coche pasa por el oportuno peritaje para impedir que la cantidad a entregar no supere en ningún caso el 80% de su valor. Eso sí, para evitar que los clientes sean todavía más pícaros que los prestamistas, se les advierte que si no dejan el utilitario y optan por venderlo mientras esté vigente la operación, la denuncia por apropiación indebida en caso de impago estará servida ante los tribunales. Todo atado y bien atado para tiempos de crisis en una modalidad de negocio que parece sacada de un renovado Lazarillo de Tormes. Si no se lo creen, vean la foto del coche-anuncio aparcado en la periferia madrileña, a pocos metros del campo donde entrena el Atlético de Madrid.