La pastora evangelista Yadire Maestre estaba ausente este domingo en su parroquia. También “papá Florentino”, su escudero en la Iglesia de Cristo Viene. Habían viajado a Italia para extender por esos lares “la palabra de Dios”. Hace unas semanas, la lideresa religiosa colombiana saltó a los medios de comunicación tras participar en un acto de pre-campaña del Partido Popular. Esta religión se ha extendido en los barrios periféricos como una mancha de aceite y la profesa una parte importante de los 'nuevos madrileños'. Cinco de ellos han sido preguntados por quien firma estas líneas. “¿Va usted a votar hoy?” Ninguno lo tenía pensado. Tres de ellos no podían ejercer su derecho, al ser originarios de países sin tratado de reciprocidad.
Las cámaras de los medios de comunicación no suelen filmar el barrio de Almendrales, que es donde se encuentra este templo contemporáneo -a un par de manzanas de la M-30-, pero allí se estima que el 25% de sus habitantes nació en otro país. Tan sólo una parte de ellos podían votar este domingo. Los marroquíes y los chinos no estaban entre ellos. De hecho, al lado de la iglesia de Yadire Maestre había un taller textil, con la puerta abierta, con 20 mujeres sentadas frente a máquinas de coser, en una escena más propia de ciudad de Ho Chi Minh que de Madrid. Esas mujeres no estaban inscritas en el centro electoral.
El culto evangélico no tiene nada que ver con el católico. En la iglesia Cristo Viene había este domingo por la mañana un grupo de música con seis vocalistas, un guitarrista, un teclista, un bajista y un baterista -encerrado en una sala insonorizada- que cantaban alabanzas mientras seis mujeres movían pañuelos al aire y la concurrencia -sentada en butacas de cine, con reposa-bebidas incluido- bailaba, con las manos arriba. Mientras ,los colegios electorales estaban en su hora punta, que todavía es la que discurre entre el final de la misa de 12 y el inicio del vermú.
El momento más singular llegó cuando una señora subió al altar junto a otra, paraguaya, llamada Estanisla. Esta última había llegado a la parroquia hace un año, tras ser abandonada por su marido, “al que en ese momento odiaba”. Contaba la mujer que, tras su divorcio, se refugió en Dios y que el sábado mismo había sanado de su ira. El público rompió en gritos y aplausos tras escucharla. Detrás, en una pantalla gigante, se anunciaba un evento masivo que se celebrará en diciembre en Madrid. Vendrá un “profeta”. En la televisión, se veía a señoras del público convulsionar mientras escuchaban la palabra.
Antiguos feudos de la nueva-vieja izquierda
Palpar el ánimo en una jornada electoral en Madrid es imposible, dado que es inabarcable y diversa. Pero El Rastro podría considerarse como una muestra representativa del domingo del ciudadano medio. Allí, el aforo era mediocre este domingo, dado que en esta ciudad los nubarrones abarrotan las calzadas y vacían las aceras. Pero en el colegio electoral del Paseo de las Acacias y en el de la parroquia de San Bruno se producía un fenómeno curioso: cuando se abría un claro entre las nubes, se formaban colas (nunca muy grandes). Cuando se encapotaba el cielo, desaparecían. Quizás Madrid no sea el hormiguero que parece en los días laboriosos, pero a veces se mueve con una lógica muy similar.
¿Y quién pensaba el paseante medio que iba a ganar a esa hora? En la terraza del Café Pavón -lugar de encuentro habitual de la izquierda de la nueva política- había un tipo con barba larga, horrenda, y camisa de piñas, que vaticinaba: “El PP seguro, pero creo que entramos en el ayuntamiento. Eso sí, yo he votado en mi ciudad, aquí no estoy empadronado”. Estos días, Más Madrid y Podemos pugnaban por el cariño de los electores de su cuerda. Frente a la boca de metro de Tribunal había una pancarta enorme de Mónica García. “¿Pero hay alguien por aquí que no les vota?”, ironizaba un hombre de mediana edad. Los resultados demostraron que ambos se equivocaban.
El lugar donde Ayuso come tapas
Unas horas después, al cierre de los colegios, con las encuestas entronizando a Isabel Díaz Ayuso, el camarero de la Tapería Ni Subo ni Bajo, en la calle de García de Paredes -Chamberí- subrayaba que la presidenta madrileña es clienta habitual. ¿Cuándo fue la última vez que la vio por allí? Esta misma mañana, cuando paseó por la calle mientras los vecinos la aclamaban. “No la dejaban ni andar”, apuntaba.
El muchacho se llama Juancho y es parco en palabras, pero en una conversación de barra, de tres minutos, explica que Ayuso es clienta habitual y que cada pocos días se acerca algún curioso para preguntar por ella. Allí -parece ser- practica lo que denomina “el gym y el ñam”.
La taberna se encuentra a pocos metros de la calle de Ponzano, que -dicen- es la más densa en bares de la capital y que se erigió como uno de los símbolos de la victoria de Ayuso en 2021. Los populares centraron su campaña en la defensa de la Madrid de la libertad y la vida en la calle; y una parte de los hosteleros lo aplaudió, dado que observó en aquellos mensajes una alternativa a las restricciones que el PSOE había impuesto durante la pandemia.
Bares como el Fide -donde sirven las cañas con una sorprendente exactitud- lucían carteles en su puerta con la cara de Ayuso. Hoy, a las 20.30, estaba casi lleno. Eso sí, sin terraza, dado que la obra de ampliación de las aceras ha provocado que los aparadores que se instalaron durante los estados de alarma hayan desaparecido del entorno. ¿Por qué no los han vuelto a poner? “Porque necesitamos un permiso municipal", responde uno de sus camareros. “Si gana Almeida, ha prometido que no habrá problemas”, añade.
Sea como sea, era un domingo de tormentas y elecciones... pero en una decena de bares de la calle estaban cerca de completar el aforo. En el PP autonómico entendieron eso en su día. Lo que definió Ariel Rot en un concierto hace unos años, en la Cubierta de Leganés. “Cuando llegas a Madrid, lo que más te sorprende es que llueva, truene o caiga una tormenta de fuego, las tabernas siempre tienen vida”. Por eso, Ponzano es simbólica.
Reggaeton en Génova 13
Pasadas las 22.00 horas, sonaba en Génova 13 una canción de Raw Alejandro -el novio de Rosalía- y unas 200 personas esperaban delante del balcón, engalanado para la ocasión con banderas de España y una fotografía enorme de Almeida, Núñez Feijóo y Ayuso. Hace cuatro años, a esta hora, un grupo de policías se reía porque allí había “cuatro gatos” y ni siquiera había sido necesario cortar el tráfico. De hecho, los trabajadores que el partido contrató para la ocasión improvisaron un escenario con tablones de madera en pocos minutos y allí se subieron el alcalde y la presidenta autonómica, cuya victoria no se esperaba.
Las cosas han cambiado mucho desde entonces. Hoy, algunas señoras sesentonas bailaban reggaeton frente a la sede del partido mientras se escuchaba a algún espontáneo que decía: “que te vote Txapote”. La derecha ha ganado las elecciones y entre las avenidas vacías de un domingo lluvioso madrileño, había una en la que había una fiesta. Mayor que hace cuatro años, pero tampoco masiva, para qué nos vamos a engañar. Entre la gente había un avispado vendedor que ofrecía banderas de España a bajo precio. Un buen hombre de negocios.