Thomas Bayes, un matemático y ministro presbiteriano inglés del siglo XVIII, murió en 1761 sin ver publicado el teorema que lleva su nombre y que hoy, tres siglos y medio después de su difusión, ha ocupado una buena parte de la sesión del juicio por la muerte de Diana Quer. El teorema de Bayes, en esencia, se refiere a la probabilidad de un suceso condicionado por la ocurrencia de otro suceso. El forense Blanco Pampín y el matemático José Luis Otero han defendido con pasión hoy en la sala que la formulación de Bayes es aplicable al mundo del crimen y, concretamente, al caso de Diana Quer. Ellos han estudiado centenares de asesinatos con móvil sexual en Canadá y Reino Unido y crímenes sin carácter sexual cometidos en Galicia. Aplicando diversas variables –la mecánica de la muerte, el lugar donde se depositó el cadáver, si estaba desnudo o vestido, qué se hizo con los objetos de la víctima…–, van aumentado o disminuyendo las posibilidades de que el crimen de Diana Quer haya tenido un móvil sexual y, según sus valedores, el teorema deja claro que Abuín atacó a la joven con el fin de agredirla sexualmente. Eso es, Bayes mediante, 126.000 veces más probable que lo contrario.
La aplicación del teorema, defendida con una permanente sonrisa fuera de lugar por el bioestadístico Otero, no está autorizada por ninguna sociedad científica forense, según han reconocido hasta sus seguidores. Y, tal y como ha remarcado al final de las más de cinco horas de sesión el doctor Fernández Liste –uno de los médicos que practicaron la autopsia al cadáver de Diana– “habla de lo que pudo pasar, pero no demuestra lo que pasó, aunque todos podamos tener claro lo que pasó”.
Consenso en torno a la causa de la muerte
No ha sido la única diferencia entre los peritos, que sí se han puesto de acuerdo en demoler la versión de Abuín de que Diana murió accidentalmente: para todos, la joven falleció estrangulada por la brida encontrada enredada en su pelo. Ese es el único punto de acuerdo. A partir de ahí, las diferencias son notables, tantas como lo que va de veinte años de cárcel a una prisión permanente revisable, que solo sería aplicable si la víctima fue asesinada tras una agresión sexual.
Los primeros en declarar fueron los doctores Alberto Fernández Liste, Inés Monteagudo y Fernando Serrulla. Los dos primeros, muy jóvenes, aportaron la frescura y la capacidad didáctica en sus explicaciones al jurado, apoyadas en un vídeo resumen del proceso de autopsia, y el doctor Serrulla, especializado en antropología, llenó la sala de la sabiduría del veterano que ha practicado miles de autopsias. Su conclusión dejó pocas dudas: la fractura del hioides y las lesiones cervicales de Diana eran compatibles con que hubiese muerto estrangulada por la brida. Sobre los signos de agresión sexual, los autores de la autopsia fueron tajantes: “No encontramos lesiones, lo que no significa que no haya habido agresión”.
A estos tres forenses se sumaron, a mitad de la maratoniana sesión –más de cinco horas– cinco científicos más –cuatro médicos y el matemático–, encabezados por el doctor Blanco Pampín, toda una estrella en los tribunales. Ellos hicieron un informe complementario, a la vista de las fotografías de la autopsia y del levantamiento del cadáver. A los pocos minutos, saltó la sorpresa. Pampín dijo que en la vagina de Diana se apreciaba un edema, una lesión sufrida antes de la muerte, compatible con una agresión sexual, algo que no hizo constar en su informe, tal y como le recordó el presidente del tribunal. Las vagas explicaciones de Pampín –“no me preguntaron por ello”, dijo– hicieron tambalear tan importante dictamen. Además, estos forenses aseguraron que las lesiones cervicales en el cuerpo de Diana se corresponden con un fuerte golpe hecho con un objeto contundente, que podría haberla dejado inconsciente. Luego llegó el momento de gloria de Bayes y su teorema.
A partir de ahí, la sala se convirtió en el escenario de un cordial, pero acerado debate. Para los forenses que tocaron y manipularon el cadáver de Diana, el edema no existe y las lesiones en las cervicales no pudieron ser provocadas por un golpe. No hubo punto de acuerdo en la diferencia de pareceres, pero sí hubo intervención del presidente: “¿Y no es importante haber estado en la sala de autopsias?”. Como dijo el añorado doctor García Andrade, los cadáveres hablan. Pero las fotos de los cadáveres hablan menos.