Badajoz, julio de 1998. Álvaro se despide de sus padres algo resentido en la puerta de El Tomillar, el internado del barrio de Las Vaguadas donde pasará las vacaciones de verano después de haber suspendido siete asignaturas de 3º de BUP o, dicho de otra forma, después de haber aprobado solo una materia: Educación Física. Estaba avisado.
Con un gran bolso de viaje en la mano en el que guarda un par de polos, unos Levi's, una camiseta Puma del Atlético de Madrid con publicidad de Bandai, un chándal, unas zapatillas con cámara de aire, ropa interior y toda clase de productos de higiene personal sigue con desgana los pasos del director del centro.
No fui a clase, solo aprobé gimnasia, así que me planté con el boletín de notas en casa sabiendo que me iba a quedar sin vacaciones
Tras atravesar unos cuantos pasillos, llegan a la que será su habitación durante un par de meses. Una estancia compartida con otros once jóvenes, cada uno de su padre y de su madre, pero con un objetivo común: el de aprobar un saco de suspensos en los exámenes de septiembre y poder pasar a COU.
"No fui a clase en todo el año, solo aprobé gimnasia, así que me planté con el boletín de notas en casa sabiendo que me iba a quedar sin ir al pueblo de mis abuelos en verano. Lo que no sabía es que mis padres se iban a atrever a cumplir con su advertencia de mandarme a El Tomillar, en Badajoz. Ya conocía a otros malos estudiantes de cursos superiores que habían pasado por allí antes que yo y que luego habían aprobado, así que, lejos de enfadarme, sabía que si quería aprobar, tocaba hincar codos", cuenta hoy a Vozpópuli.
Larga tradición
Los internados, colegios donde los "pupilos" no solo estudian, sino que también viven, poseen una larga tradición en España. Aunque en la actualidad no están necesariamente ligados a instituciones religiosas, el vínculo con estas sigue siendo muy estrecho. Tampoco es tan frecuente recurrir a ellos como en décadas pasadas, algo que sí continúa vigente en países anglosajones.
Los alumnos pueden vivir a tiempo completo durante el curso, pero hasta hace poco, era muy habitual que algunas familias enviasen a sus queridos hijos -a la par que malos estudiantes- a pasar allí los meses de julio y agosto para ver si así conseguían recuperar aquel rosario de materias suspensas.
Algunos han cerrado, otros siguen ofertando cursos intensivos de verano, pero cada vez se acercan más a lo que hoy se conocen como campamentos de verano y menos a un régimen estricto. Eso sí, el objetivo sigue siendo sacar el mayor rendimiento posible al estudiante y que apruebe los exámenes.
En el Ministerio de Educación, no disponen de cifras sobre los colegios internados que aún están operativos, tampoco en las consejerías llevan el recuento. Las Escuelas Católicas de España tienen registrados un total de 149 internados católicos, de los cuales solo 25 han notificado contar con este tipo de servicios durante el verano.
El día a día
Vuelta al 98. "La habitación era compartida, tenía seis literas, éramos doce, cada uno con su taquilla para dejar las toallas, cepillos de dientes, desodorante, etcétera. Uno de mis compañeros era Luis Medina, el hijo pequeño de Naty Abascal, nos llevábamos muy bien. Nos tocó juntos porque nos organizaban por cursos y teníamos la misma edad", recuerda el madrileño, que hoy se dedica a la Terapia Ocupacional. "Me tocó la litera más cercana a la ventana. Eso era bueno y malo a la vez porque veías el exterior desde la cama, pero claro, a lo lejos se veían las luces de neón de las discotecas de la zona de fiesta de la ciudad y alguna noche pensabas que qué pintabas un jueves metido en la cama tan temprano", dice entre risas.
Fueron meses de estudio intensivo y alguna que otra tropelía. No había televisión ni transistores de radio, aunque sí colaban algún número de la revista Jueves. Al fin y al cabo, aquel internado reunía cada verano a "lo mejor" de cada casa, al menos en lo referido a "empollar". "Al menos en mi promoción no había ni un buen estudiante que fuese allí a que le ayudasen a recuperar alguna asignatura suelta o a subir notas. Éramos todos malos estudiantes", asegura.
Fueron meses de estudio intensivo y alguna que otra tropelía. No había tv ni radio, aunque sí colaban algún número de la revista Jueves
Pero todo cambió cuando sonó la primera alarma. "Antes de las 8:00 de la mañana nos despertaban para que nos fuésemos duchando. Luego desayunábamos en el comedor y a las 10:00 ya estábamos todos en la sala de estudio hincando los codos. Recuerdo que había un profesor vigilándonos y atendiendo nuestras dudas cada día. Las mesas estaban muy separadas unas de otras para que no nos distrajésemos y tenía que haber un silencio sepulcral. A algunos les molestaba el ruido de las páginas de los otros y se ponían unas orejeras descomunales", apunta.
Tras tres horas de estudio, llegaba el tiempo de descanso y los estudiantes podían practicar deporte o descansar en unos banquitos de madera. "Luego esperábamos en el patio para entrar a comer y nos dejaban echarnos la siesta. De 17:00 a 20:00 horas estábamos estudiando otra vez, después teníamos una hora libre antes de la cena y, cuando cenábamos, podíamos seguir estudiando o irnos a acostar. Para los libros y apuntes no había límites", destaca.
Exámenes parciales
Para que no se despistasen, los alumnos internos se veían obligados a aprobar exámenes parciales todas las semanas. Solo así podían "escaparse" el fin de semana a sus casas. "Como quería irme al pueblo lo más pronto posible, estudié muchísimo, así que salí antes de cumplir los dos meses, para envidia de mis compañeros y terminé aprobando todas las asignaturas en septiembre", señala.
Y ríe al recordar que los amigos que había hecho esos días, aquellos que se quedaron dentro unas semanas más en El Tomillar, le enviaban cartas -el smartphone era una realidad del futuro que jamás habían imaginado- contándole alguna aventura sobre 'Gusiluz', el nombre con el que habían bautizado al vigilante nocturno que irrumpía en las habitaciones linterna en mano cada vez que percibía cierto alboroto. "Estaba todo a oscuras, salvo él, que era calvo, y su linterna. ¡Se ganó el apodo!", comenta. Y añade que también le contaban alguna historia de sus visitas fugaces al Puertapalma, el internado de chicas que estaba enfrente.
Han pasado casi dos décadas desde aquel verano y el famoso centro educativo, que fue fundado en 1976, sigue atrayendo a cientos de estudiantes de la región, pero ya no dispone internado para el verano. Jesús Carrión, profesor y actual responsable de Comunicación del colegio, se lo cuenta a este diario. "El Colegio Tomillar pertenece al grupo Attendis, una institución educativa creada por un grupo de padres en Málaga que se fue extendiendo por Andalucía y Extremadura. Hoy cuenta con más de 20 centros escolares", dice el docente.
Foto: Flickr Autor: Anais Gómez-C
Estudio intensivo
"Sin embargo, los internados de verano solo estaban en alguno de ellos y, en nuestro caso, cerramos ese servicio hace unos cinco años porque los alumnos de hoy tienen la posibilidad de obtener el título de la ESO con dos asignaturas suspensas y sobre todo, porque tienen la opción de recuperar los exámenes suspensos en el mes de junio y no esperar a septiembre", comenta.
El Tomillar era muy famoso por el boca a oreja, la atención era muy personalizada y venían muchos alumnos de colegios públicos
Los suspensos de los 80 y de los 90, continúa Carrión, estaban sometidos a una estricta disciplina de estudio. "Les despertábamos con el frescor de la mañana y combinábamos clases con horas de estudio. Organizábamos grupos reducidos según los cursos a los que pertenecían y, si querían salir el fin de semana, tenían que aprobar todos los exámenes semanales que les poníamos", asegura. "Después podían hacer deporte y bañarse a la piscina, para desfogarse", cuenta.
"Se hizo muy famoso por el boca a oreja, la atención era muy personalizada y venían muchos alumnos de colegios públicos que no estaban acostumbrados a esto. Fue una experiencia para muchos de ellos, a veces me encuentro a antiguos alumnos ejerciendo sus actuales profesiones y me dicen que recuperaron gracias a El Tomillar", afirma el profesor. Y agrega que fue uno de los centros pioneros en apostar por los profesores bilingües o nativos.
Foto: Flickr Autor: Opengridscheduler
"Valía una pasta"
Otros colegios del grupo sí continúan ofertando internado para el verano. Es el caso del Altocastillo, en Jaén. O del Mulhacén, en Granada. "Yo estuve en el Mulhacén y eso no se olvida jamás. Nunca había estado en un colegio del OPUS y, como me quedaron seis asignaturas en 2º de BUP, mis padres decidieron llevarme allí para que recuperase las asignaturas en septiembre", dice Carlos, que después terminó estudiando Empresariales y trabaja en un banco en Granada.
"No seguí estudiando gracias al internado, es verdad que en septiembre aprobé cinco con sobresalientes, pero eso es flor de un día. Luego estaba desatado y fue peor. Yo sé que mis padres lo hicieron pensando que era lo mejor para mí y, de hecho, se dejaron una pasta, era muy caro y en mi familia supuso un gran esfuerzo económico, pero no sabían qué hacer conmigo", reconoce.
Yo no llevaría a mi hijo a un internado. Veo bien que te aíslen un poco para estudiar, pero aquello era bastón de mando
"Yo no llevaría a mi hijo a un internado. Veo bien que te aíslen un poco para estudiar, pero aquello era bastón de mando. No les tengo rencor por llevarme, pero es un tema delicado en mi casa", dice riéndose. "Los horarios eran muy estrictos y, aparte de aprobar absolutamente todos los exámenes parciales, teníamos 10 puntos que se iban reduciendo según tu comportamiento", recuerda. "Eso significaba que si no querías ver a tus padres si te iban a visitar, si no te confesabas diariamente o si te quedabas comiendo el último, te iban quitando puntos y no podías irte el fin de semana a tu casa", dice.
Aún se acuerda del sueño y hambre que pasaba durante las misas diarias antes de desayunar. Y de que se hizo amigo de uno de los nietos del propietario de Bodegas Espadafor, empresa muy conocida en Granada. "Era el único que tenía móvil y cobraba 500 pesetas para dejarnos llamar por teléfono, que no se podía si no era desde el fijo del centro y pidiendo permiso", cuenta Carlos.
De norte a sur
Otros centros no pertenecen al afamado grupo Attendis, pero no por ello sus cursos intensivos de verano son menos conocidos. El Colegio Manuel Peleteiro es uno de los más populares en Galicia. En Madrid, los jóvenes eran advertidos con ser enviados al Colegio Montfort. "¡Te voy a llevar al Campillos!", decían los padres andaluces haciendo referencia al Colegio San José de Campillos, un centro privado en Málaga dedicado a la Educación desde 1952. En Toledo, el mejor ejemplo es el Colegio Mayol.
"El principal objetivo para nosotros es, naturalmente, que el alumnado logre un rendimiento satisfactorio. Para ello, su hijo/a se encontrará con clases no masificadas y profesores experimentados que le prestarán una atención personalizada", explica la directora del colegio en el dossier dirigido a las familias sobre los cursos intensivos de verano.
"En el curso de verano, nuestro plan de trabajo se centra en una enseñanza enfocada al éxito en las pruebas que nuestros alumnos tendrán que realizar en septiembre en los centros en los que han seguido el curso académico ordinario, a la vez, un aprendizaje que consolide el próximo curso escolar. Todo ello, gracias a la flexibilidad y adaptación en la medida de lo posible en las necesidades de cada alumno, que son la base de nuestro prestigio", sigue.
Familias "elitistas"
Pero la eficacia de los internados de verano aplaudida por algunos es cuestionada por otros. El catedrático de Teoría e Historia de la Educación de la Universidad de Salamanca, José María Hernández Díaz, opina que cuando un alumno tiene esas carencias a la hora de estudiar el problema de fondo posiblemente sea que esté intentando llamar la atención. Los padres podemos buscar ayuda puntualmente, para hacer un seguimiento específico, pero algunas familias delegan responsabilidades en otros para que resuelvan el problema y así poder lavarse las manos en vacaciones", considera.
Ahora se trata de un fenómeno residual, se ha evolucionado y se recurre a campamentos de verano cuya función no es meterles en cintura
"Hace décadas era un modelo generalizado entre las familias con posibilidades económicas, entre sectores elitistas. No eran niños inadaptados, eran hijos de familias pudientes que no eran buenos estudiantes. Pero ahora se trata de un fenómeno residual, se ha evolucionado y se recurre a campamentos de verano cuya función no es castigarles ni meterles en cintura", explica Hernández Díaz.
"Nunca me ha parecido un modelo demasiado eficaz, antes además era un sistema represivo con efectos contradictorios. Un ejemplo son los hijos de personas famosas que han recorrido internados de toda España y han concluido en colegios estrictos en Suiza u otros países", señala.
Aunque muchos de aquellos internados de los 80 ya no son para el verano y otros tantos han tenido que adaptar su oferta educativa a los nuevos tiempos, son varios los antiguos alumnos que hoy recuerdan con nostalgia aquellas vacaciones exclusivas para suspensos. Y también los hay que, a su edad, continúan reprochando a sus padres esos meses que no pisaron ni una sola verbena.