La reciente acusación de Argelia contra Marruecos de haber matado a tres civiles en el Sáhara Occidental no es más que la punta del iceberg, el último episodio de una creciente tensión diplomática entre ambos países que viene enquistándose en los últimos meses. ¿Será el preludio de una escalada de tintes bélicos? El fantasma del conflicto empieza a sobrevolar... y España tiembla ante las posibles consecuencias. Economía, seguridad, migración y energía están en juego. Pero las bazas que puede mover el Gobierno español son entre limitadas o nulas, habida cuenta de que un posicionamiento en un sentido u otro puede detonar el frágil equilibrio que mantiene entre ambas partes.
Dos cuestiones dinamitan las relaciones entre Argelia y Marruecos desde hace décadas. Por un lado, las tensiones fronterizas que se desataron tras la independencia de ambos países, en una cuestión que medio siglo después aún sigue sin resolverse. Por otro, la situación del Sáhara Occidental: mientras que Rabat reivindica su soberanía, Argel apoya sin límites al Frente Polisario, que alza las armas contra el reino alauí en busca de su independencia.
Aquí surge un nombre clave que ha trascendido a la opinión pública española en los últimos meses: Brahim Ghali. El líder del Polisario llegó a Logroño para recibir un tratamiento médico y Marruecos acusó a nuestro país de ocultar la gestión y de traicionar su confianza. A eso hay que unir la creciente irritación que arrastraba el reino alauí con el Gobierno español por el posicionamiento de una parte del Ejecutivo, representada por Unidas Podemos, de celebrar un referéndum de autodeterminación en el Sáhara. El cóctel fue explosivo y estalló con la entrada de miles de personas en Ceuta por vías irregulares.
El papel de España
Ese tablero a tres se vuelve a mover estos días, aunque España dispone de pocos recursos en la partida. Nuestro país está obligado a tener una relación fluida con Rabat y Argel en una batería de temas fundamentales: control de flujos migratorios, exportaciones e importaciones, acuerdos pesqueros y lucha antiterrorista. También en cuestiones energéticas, la pieza que más se tambalea tras los últimos episodios. De acuerdo a los datos ofrecidos por el Departamento de Seguridad Nacional en su Informe Anual 2020, Argelia suministra el 29,2% del gas que España importa cada año. Una cifra que sostiene la inquietud del Gobierno ante la previsible
Mucho en juego y poco margen. El ministro de Asuntos Exteriores, José Manuel Albares, discurrió este jueves sobre la "preocupación" del Gobierno español sobre la escalada de tensión entre Marruecos y Argelia, que ya se ha traducido en movimientos militares. Albares, no obstante, midió sus palabras para no soliviantar a cualquiera de las dos partes: "Seguimos con preocupación cualquier cosa que pueda afectar a dos socios estratégicos que además son fundamentales para la estabilidad y la prosperidad en el Mediterráneo, que es lo que quiere España".
La situación tiene un mayor alcance teniendo en cuenta la carrera armamentística en la que están inmersos Marruecos y Argelia, y en la que basan parte de su estrategia de control sobre la región
La situación tiene un mayor alcance teniendo en cuenta la carrera armamentística en la que están inmersos Marruecos y Argelia, y en la que basan parte de su estrategia de control sobre la región. El Instituto de Seguridad y Cultura arrojó algunos datos sobre esta escalada en un informe reciente. En él abordaba cómo Rabat ha puesto en marcha toda su maquinaria para alcanzar el arsenal y las capacidades de sus vecinos argelinos: "Además de sus ambiciones políticas y económicas, Marruecos aspira a alcanzar la supremacía militar regional, para lo cual, entre otras cosas, ha llevado a cabo desde 2017 un plan quinquenal de rearme por valor de 22.000 millones de dólares con apoyo de EEUU y Arabia Saudí".
Un plan del que Mohamed VI ya presume de resultados. Como contó Vozpópuli, cuando la tensión entre Madrid y Rabat alcanzaba sus cotas más altas, Marruecos y Estados Unidos -junto a otros países aliados- escenificaron todo su músculo militar en unas macromaniobras bautizadas con el nombre de African Lion 21, que reunieron a casi 8.000 efectivos.
Porque Estados Unidos ve en Marruecos a su aliado natural en el norte de África para combatir algunas de las inestabilidades que azotan el continente y que, por su rápida extensión, amenazan directamente las fronteras de Europa y Occidente. Principalmente el terrorismo yihadista, pero también la actuación de organizaciones criminales y el tráfico de seres humanos. Para estrechar aún más esas relaciones bilaterales, Washington reconoció la soberanía de Marruecos sobre el Sáhara Occidental; para el reino alauí, un éxito sin precedentes a nivel internacional. A eso hay que sumar las sospechas estadounidenses de que uno de sus enemigos acérrimos, Irán, proporciona armas al Frente Polisario. Difícil sumar más ingredientes a la receta.
Las acusaciones de Argelia
Todos esos elementos sostienen una situación crítica que amenaza con estallar en la siempre caliente frontera marroquí-argelina. Y una acusación dispara las alarmas en toda la región: Argelia dice que Marruecos ha bombardeado un convoy de camiones en la ruta comercial que une la ciudad de Uargla con la capital de Mauritania (Nuakchott) con fatídicas consecuencias, la muerte de tres civiles. "No quedará impune", señalan desde Argel, al mismo tiempo que moviliza un lanzamisiles a la divisoria entre ambos países.
¿Guerra? ¿Enfrentamiento armado? El reino alauí responde: "Si Argelia quiere la guerra, Marruecos no la quiere. Marruecos no será arrastrado jamás a una espiral de violencia y de desestabilización regional", señalan fuentes oficiales del Gobierno marroquí a la agencia AFP. También consideran que las acusaciones son "gratuitas" y que "Marruecos nunca ha tenido ni tendrá como objetivo a ciudadanos argelinos".
Un enfrentamiento bilateral que, en caso de alcanzar cotas más altas, tendrá un coste directo para los intereses del Gobierno español: un escenario de inestabilidad a las mismas puertas de España y una amenaza directa para la economía y la seguridad nacional, ya incipiente en términos energéticos.