Con la marcha de Esperanza Aguirre del Gobierno de la Comunidad y tras un primer periodo de adaptación interna, la aguas parecían calmadas. Tal es así que, tras aceptar Moncloa y Génova que Ignacio González se hiciera cargo de la presidencia autonómica pero no de las riendas del partido cuando llegara el caso, las semanas posteriores transcurrieron con cierta sintonía, hasta el punto de que la resistencia inicial a su figura se fue tornando en disponibilidad a considerarle un nuevo barón popular con todos los derechos. Pero por poco tiempo. Su decisión de instaurar el euro por receta, unido a acontecimientos posteriores derivados de la tragedia del Madrid Arena, han vuelto a poner todo patas arriba. La calma chica se acabó.
Cuando Ignacio González presentó el proyecto de Presupuestos para la Comunidad el pasado 31 de octubre hay muchos que lo interpretaron como una declaración de guerra. El sucesor de Aguirre, que había reclamado infructuosamente 1.000 millones de euros más de financiación para Madrid, osaba seguir los pasos de Artur Mas poniendo sobre la mesa el controvertido y rechazado pago de un euro por receta. No había sido, en todo caso, una decisión que se viniera rumiando desde mucho tiempo atrás, pero olía a desquite, a venganza por no ver atendidas sus reivindicaciones.
En el Gobierno ha sentado como si lanzara un misil tierra-aire al corazón de Moncloa. Hasta Mariano Rajoy ha tenido que admitir en público lo que todos sabían que opinaba en privado, que la medida no le gustaba. Su mano derecha en el Ejecutivo, la vicepresidenta Soraya Sáenz de Santamaría, volvió a echar mano de la amenaza del Tribunal Constitucional. No es, desde luego, la mejor manera para estrenarse como presidente de la Comunidad de Madrid a ojos del resto de sus compañeros de partido. Los obuses al Gobierno, en una situación de crisis como la actual, no pueden ser producto, dicen, del fuego amigo.
Tras ese órdago han venido otras escaramuzas, otros enfrentamientos que han reproducido aquella guerra sin cuartel protagonizada durante años por Esperanza Aguirre y Alberto Ruiz Gallardón. De hecho, no sentaron anda bien en el antiguo Palacio de Correos de Madrid las palabras de Aguirre sobre el Madrid Arena defendiendo aquello de que se debía llegar a la verdad, "caiga quien caiga". Molestó el tono admonitorio, bronco, acusatorio, dicen en el Ayuntamiento, lo que podía tener de cuestionamiento de la estrategia de la alcaldesa, Ana Botella, y de su equipo. De hecho, se extiende como una mancha de aceite por los mentideros de la ciudad que Aguirre aspira a hacerse con la candidatura de la alcaldía, que fue siempre lo que le gustó después de que Aznar, en esa maniobra sorpresiva del año 2002, lanzara a Gallardón al sillón del consistorio y a ella al de la Comunidad.
No faltan críticas a la decisión de no haber intentado forzar la dimisión de Aguirre al frente del partido y resolver de inmediato su sucesión
Y en medio del enredo llega Ana Botella y firma, junto a su yerno, Alejandro Agag, en contra de la conversión del Hospital de la Princesa en un geriátrico, seún los planes que había presentado Ignacio González . Es la guerra. Éste contraataca y dice que la alcaldesa no sabe lo que ha firmado. El enfrentamiento es indisimulable. Además ha surgido otra protagonista en esta obra por entregas: la delegada del Gobierno de Madrid, Cristina Cifuentes. Pillada muchas veces entre dos fuegos, la gestión del Madrid Arena le ha enfrentado con Botella en un juego de acusaciones cruzadas sobre el papel que jugó o no la policía nacional. Tampoco es que la actuación del ayuntamiento haya sido aplaudida desde el Gobierno y Génova, aunque la dimisión de Pedro Calvo se ha considerado una buena táctica para rebajar la presión política en torno a la tragedia que sesgó la vida de cuatro jóvenes además de una quinta que sigue en estado grave.
En mitad del lío, la planta séptima de Génova es consciente de que en algún momento tendrá que acometer la sucesión de Esperanza Aguirre al frente del partido. Los hechos acontecidos desde que dejó la Comunidad, el pasado 17 de septiembre, parecen haber dado la razón a aquellos que defendían haber abordado de inmediato el relevo en el partido previa indicación a Aguirre de que hiciera efectiva y total su decisión de abandonar la primera línea política. Pero la secretaria general del PP, María Dolores de Cospedal, inmersa en la campaña de las elecciones gallegas, determinante para los populares, prefirió esperar antes de abrir una batalla para la que no habían preparado recambio. Antes los comicios autonómicos, incluidos los de Cataluña, y después las cuestiones internas de partido, esa fue la consigna.
Y las primeras semanas transcurrieron con cierta normalidad. Tras las reticencias iniciales, González comenzó a ser mejor visto, la oposición de la mayor parte de los miembros de la dirección nacional a que éste se hiciera también con el liderazgo del partido en Madrid, fue cediendo. No había estridencias, ni salidas de tono. El sucesor respetaba la ortodoxia. Eso sí, hasta el día 31 de octubre. Ahora se busca líder regional.