Karina entró con 12 años en los Trinitarios, en un momento en el que sufría acoso en el colegio. Buscaba "protección" y se integró en la banda latina "por amor" a su novio de 16 años, que era "respetado". Con 25 años, cuenta a EFE su doloroso paso por unas organizaciones que ven en las chicas una herramienta sexual y de las que se sirven para espiar a sus rivales.
Hace ocho años Karina acudió a una iglesia de Madrid por recomendación de una compañera del colegio, después de haber intentado suicidarse hasta en cinco ocasiones, confiesa a EFE mientras lleva su mano al tatuaje de su brazo izquierdo, la muestra de un pasado que le aterra. "En las pandillas las chicas son espías y novias. Muchas son obligadas a tener relaciones sexuales con los miembros de las bandas y tienen prohibido hablar con hombres de otras organizaciones. Tuve amigas a las que les fue muy mal por hacerlo", explica Karina en medio de un descanso de su labor como obrera de la iglesia.
Solo en Madrid las fuerzas de seguridad han detectado casi 90 grupos de bandas latinas, integrados por unos 400 miembros, que cada vez son reclutados a edades más tempranas: entre los 11 y 12 años.
Ante el incremento de la actividad de las bandas tras el primer año de la pandemia, la Policía, fundaciones, instituciones educativas y exmiembros de pandillas se han involucrado en iniciativas de concienciación, con charlas a los adolescentes para evitar que acaben en las garras de estos grupos.
Karina
Es el caso de Karina, que cuenta su experiencia para poder concienciar sobre el rol de la mujer en esas violentas pandillas. Cayó en esa situación porque su hogar era "disfuncional", con un padre que maltrataba constantemente a su madre. "Encontré en los Trinitarios una familia. Pero luego me di cuenta de que, como mi mamá, allí solo era maltratada", dice. Ya como miembro de la banda, tuvo que drogarse, robar, asaltar a hombres ebrios en discotecas y buscar la amistad de chicos de pandillas rivales para sacarles información. A los 17 años buscó ayuda para zafarse de la banda después de un aborto en casa que casi le causa la muerte.
No hay datos contrastados de cuántas chicas forman parte de las bandas latinas en España, que operan sobre todo en la Comunidad de Madrid, pero quienes trabajan para combatir a estos grupos las cuentan por decenas, en su mayoría adolescentes que no son conscientes de que están atrapadas y explotadas sexualmente hasta que su permanencia en el grupo les pasa factura.
Mónica
"Las chicas de las bandas son una demostración de los pasos en reversa que se dan en la lucha por la igualdad entre hombres y mujeres. Dentro de las bandas, a las mujeres las denominan ‘cueros’, que significa en su lenguaje ‘putas’ y no son consideradas parte de la estructura", explica a EFE Mónica Cubillos, psicóloga y agente de la Policía Local de Torrejón de Ardoz.
Cubillos, con una amplia experiencia en estos grupos, recuerda que las chicas, además de 'cueros', son utilizadas como "informadoras" y para el transporte de armas y drogas.
Esta agente, que trabaja en una ciudad que se ha convertido en un ejemplo de cómo afrontar el problema de las bandas, indica: "Hoy nos encontramos con chicas menores de edad que normalizan tener relaciones sexuales con toda la cúpula de la banda bajo el consumo de sustancias que las desinhiben. Encima tienen la percepción de que lo hacen desde la libertad. Cuando hablo con ellas me dicen que son libres y hacen con su cuerpo lo que quieran. Sin embargo, me confirman que no pueden flirtear con chicos de otras bandas, porque los hombres de sus pandillas se lo tienen prohibido. Nosotros les hacemos ver que solo con esa prohibición no están actuando desde su libertad".
María
También lo ha constatado María Oliver, investigadora de doctorado en el proyecto Transgang en Madrid, que estudia a grupos juveniles de calle en 12 ciudades del mundo y que cifra en un 30% el porcentaje de chicas en las bandas.
Oliver también se integró en una banda, en concreto en los Latin Kings. Ingresó "como un acto de rebeldía contra la discriminación". Con 24 años fue procesada por asociación ilícita y condenada a seis meses de prisión.
Tras cumplir su pena, comenzó sus estudios en lengua inglesa mientras crecía su activismo contra la violencia y a favor del feminismo. De su etapa de pandillera solo le queda la experiencia que comparte para evitar que otras chicas ingresen y una cicatriz de cuchillo en la parte baja de su espalda. "Yo jamás cometí un delito. La herida fue por separar a dos chicos en una pelea", comenta a EFE. Por otro lado, relata que el abuso a las adolescentes en bandas como la Mara Salvatrucha, de origen salvadoreño, comienza desde el mismo momento del ingreso en la banda. Por ejemplo, a los varones se les somete a una paliza grupal de 13 segundos. Si la resisten, ya serán respetados. En el caso de las mujeres, el ingreso se inicia o con una paliza o con relaciones sexuales con los "reyes" de la banda.
Estefanía
Estefanía tenía 15 años cuando quiso "coquetear" con una banda en el barrio madrileño de Vallecas. "Hice amistad con un par de chavales. Me invitaron a una fiesta y cuando llegué vi las ventanas cerradas, chicos tocando a las chicas, todos fumaban y tomaban. Decidí irme", relata esta joven. Tras ese episodio, los mismos amigos de la banda que le habían ofrecido "protección" le intimidaron para que no hiciese amistad con otras pandillas. "Dejé de ir por donde ellos frecuentaban. Tenía miedo", reconoce.
"Programas de pacificación"
Pasó miedo también una adolescente que pidió ayuda a Esteban Ibarra, director del Movimiento Contra la Intolerancia, una organización que lleva 30 años trabajando contra la violencia en España. "Hace años una adolescente me pidió ayuda porque la querían matar los Ñetas. Ella era una ‘Latin Queen’. Yo le preguntaba por qué se había metido en la banda de los Latin Kings y me dijo que porque le gustaba uno de los ‘reyes’ y porque era una reina. Me decía '¡Yo soy una reina!', cuenta a EFE.
El Movimiento que dirige ha detectado en los últimos meses una mayor proliferación de bandas latinas en Madrid, Cataluña y la Comunidad Valenciana, manifiesta Ibarra, crítico con las administraciones por la falta de políticas de prevención de la violencia juvenil.
Oliver también cuestiona la forma de abordar el problema. "En vez de perseguir, hay que involucrarse con las pandillas a través de programas de pacificación", opina. "En Madrid llevamos 20 años poniendo parches, lanzando a la Policía a perseguir a los jóvenes, pero no se ha avanzado", concluye.
Karla Vanessa López