Conocían Afganistán, pero lo que se encontraron en Kabul reventó todos los estándares con los que hasta entonces se habían encontrado: basura, caos, una multitud apelotonada. Era una carrera contrarreloj para salvar vidas, para lograr la evacuación de los colaboradores afganos y sus familias, acosados por los talibán. Alberto y sus compañeros cargaban con un amplio historial de misiones de alto riesgo. Porque los Grupos de Operaciones Especiales del Ejército de Tierra del que forman parte son los encargados de llevar a cabo las intervenciones más arriesgadas, que requieren una precisión quirúrgica. Se deben al anonimato para salvaguardar su seguridad. Y ahora atienden a Vozpópuli para detallar cómo fue su misión en el aeropuerto afgano, quizá la más mediática a la que se hayan enfrentado jamás.
Este viernes, la ministra de Defensa, Margarita Robles, impuso 160 Cruces al Mérito Militar a personal implicado en la evacuación del pasado mes de agosto, donde las Fuerzas Armadas consiguieron recuperar a cerca de 2.000 personas que arriesgaron su existencia por abandonar su país. Sami, uno de los afganos que lo lograron, se dirigía a los militares en el acto celebrado en la Escuela de Guerra del Ejército de Tierra: "Salvasteis vidas poniendo en riesgo las vuestras". "Salvar una vida es salvar a la Humanidad entera", reflexionaba este colaborador, acompañado de su mujer Marian y de su hija Samia, de 17 años.
En el auditorio se congregaban las más altas autoridades militares y del Ministerio de Defensa. Los militares condecorados -"héroes de verdad, héroes con mayúsculas", en palabras de Margarita Robles- escuchaban las palabras de Sami desde una grada ubicada al fondo de la gran sala. La variedad de colores de los uniformes era un reflejo de la implicación de todos los cuerpos de las Fuerzas Armadas en el proceso de evacuación. Pero en una esquina, en un plano discreto, se congregaban un puñado de efectivos con la inconfundible boina verde de Operaciones Especiales. Guerrilleros curtidos en mil escenarios y que desempeñaron un papel clave en la misión de Kabul.
Todos los planes se precipitaron en la misión. "Nos alertaron en cuestión de un par de días y nos desplegamos en Afganistán", detalla Alberto, miembro de uno de los Grupos de Operaciones Especiales, recién condecorado en la Escuela de Guerra. A su alrededor hay un creciente trasiego, a medida que la banda de música recoge todo su material y los militares se reúnen con sus familias para enseñarles la Cruz al Mérito que acaban de recibir. Pero la cabeza de Alberto está en agosto, en Kabul, en un lugar en el que nadie querría estar... salvo ellos.
La llegada a Kabul
"Fue muy impactante la llegada al aeropuerto. Lo conocíamos, pero estaba todo abandonado, dejado, lleno de basura... y con gente amontonada esperando para salir". Los miembros de Operaciones Especiales aterrizaron en uno de los aviones A400M operados por el Ala 31 del Ejército del Aire. No había margen de error. Nada más aterrizar debían reunirse con los militares del Escuadrón del Apoyo al Despliegue Aéreo (EADA) del Ejército del Aire, a los agentes de la Policía Nacional -GEO y UIP- y al personal diplomático que se afanaban en las labores de evacuación. En el mismo avión en el que habían llegado debía embarcar un nuevo grupo de afganos que habían superado todos los obstáculos para salir de su país.
"Nuestra misión era sacar al máximo número posible de personas y que no hubiera ningún tipo de contratiempo, ni sobre ellos ni sobre nosotros mismos", cuenta Alberto. Así, el equipo del que formaba parte se trasladó rápidamente hasta el muro junto al que se agolpaban cientos, quizá miles de personas. Hasta donde la vista alcanzaba. Sin espacio, sin respiración. Los únicos que gozaban de cierto espacio a su alrededor eran los talibán, una "presencia intimidatoria" que azuzaba y acosaba a los civiles -hombres, mujeres, niños, ancianos- en su intento por salir de Afganistán.
Pero aún peor que los talibán eran las condiciones que tenían soportar los afganos. Alberto habla de los "dos o tres días" que pasaban junto al muro, bajo el implacable calor afgano de agosto, sin agua o comida que llevarse a la boca: "Estaban rodeados de basura... y dentro de un canal de desagüe que evacuaba todos los desechos". Y de entre esa vorágine, los militares españoles debían seleccionar a aquellos civiles que tenían algún tipo de vínculo con nuestro país. Tras contactar con ellos les pedían que mostrasen un pañuelo o una prenda de color rojo, que moviesen el teléfono de un modo determinado, que hiciesen un gesto concreto. Una suerte de contraseña secreta que inmediatamente quedaba obsoleta, cuando los demás civiles imitaban los movimientos para que también se les sacase a ellos y, por tanto, se perdía la eficacia de localizar a un determinado colectivo.
¿Y qué misión concreta desempeñaban los miembros de Operaciones Especiales? El Jefe del Estado Mayor de la Defensa (JEMAD), almirante general Teodoro López Calderón, lo contó durante el propio proceso de evacuación. Debían dar apoyo a los militares del EADA y a los policías nacionales que, desde hacía días, se desempeñaban sin descanso en las labores de evacuación. Pero también se les asignó la misión de salir a las inmediaciones del aeródromo, si las condiciones de seguridad lo permitían, para ayudar a los afganos que habían colaborado con España y que no eran capaces de alcanzar los muros del aeropuerto.
El atentado
Unas condiciones de seguridad que, en el sentido más estricto, volaron por los aires con el atentado perpetrado por el Estado Islámico el 26 de agosto, con una explosión que se cobró la vida de casi 200 personas, incluidos trece marines estadounidenses. "Ese día estábamos esperando para recuperar a una familia de afganos, pero se cerró la puerta por el inminente riesgo de ataque terrorista", detalla el guerrillero. "Nos replegamos a la zona española de la base y fue cuando se produjo la explosión". Un estruendo abrumador, pero que no todos los militares españoles llegaron a escuchar. Otros miembros de Operaciones Especiales estaban en un punto tan próximo al constante tráfico aéreo que no alcanzaban a oír más que el ruido ensordecedor de los motores.
Saltaron todas las alarmas. La megafonía escupía mensajes en los que se informaba de que un atentado terrorista había tenido lugar junto al perímetro del aeródromo. "Hubo un periodo de incertidumbre", admite Alberto. Porque los terroristas suelen aprovechar los momentos de caos para tratar de adueñarse del escenario y perpetrar una masacre aún mayor. "Temíamos que pudiera haber otro atentado, un ataque más complejo contra el aeropuerto o que se hubiera colado un intruso con intención de hacer más daño".
Pero la agresión no fue a más. Lo que sí supuso fue el punto final a la evacuación española y a la de muchos otros países aliados, coordinados por la OTAN y Estados Unidos en la misión. Las condiciones de seguridad no permitían mantener el mismo trasiego que durante cerca de dos semanas se registró en el aeropuerto de Kabul. Los militares españoles se despedían de dos décadas de misión en Afganistán con un balance de unas 2.000 personas evacuadas.
¿Con qué sensación? Alberto, que está a punto de tomar un tren junto al resto de su grupo para regresar a Alicante -donde el Mando de Operaciones Especiales tiene su base-, se para unos segundos a reflexionar para encontrar la palabra adecuada. "Pena", desliza, por fin. "Como ha dicho la ministra, 102 españoles han muerto en Afganistán y ahora todo vuelve a quedar en manos de los talibán".