Sonrisas, besos, abrazos… así empieza una jornada de manifestación en Madrid de la comunidad de iraníes en España. Hombres y mujeres que desde nuestro país buscan ser la voz de los que siguen bajo el yugo de un régimen que día a día intenta acallar los gritos de aquellos que piden libertad y derechos. Este mismo sábado, 11 de febrero, en Teherán se conmemora el 44º aniversario de la Revolución Islámica, una fecha que cambió el destino de millones de personas para siempre. Durante estas últimas cuatro décadas, Irán ha vivido múltiples protestas, aunque las desatadas desde el pasado 16 de septiembre -tras la muerte de una joven de 22 años que murió durante una detención por presuntamente no llevar bien colocado el hiyab - se han convertido en unas de las más multitudinarias desde que los ayatolás llegaron al poder. Desde Madrid, sus compatriotas cogen el relevo y salen a las calles para exigir al Gobierno de Pedro Sánchez que rompa sus relaciones con el país persa.
Un centenar personas se ha reunido este sábado en la capital para emprender una marcha en señal de apoyo a decenas de miles de iraníes que ponen en riesgo su vida pidiendo más libertades. Sobre los brazos de los manifestantes podían verse algunos de los rostros de la "revolución"; el rostro de Masha Amini, la joven cuya muerte desató las protestas en diferentes ciudades de la República Islámica, de Nika Shakarami, de Niloofar Hamedi o de Mohammad Mehdi Karami, el joven de 22 años que fue ejecutado el pasado 7 de enero tras su participación en las protestas. Cada uno cumple un papel en la manifestación: algunas mujeres se maquillan el rostro de color morado, imitando los golpes que reciben algunas de sus compañeras en Irán por sacar sus pañuelos al viento a modo de revolución, otro grupo de adolescentes lucen 'colgados' de una soga en recuerdo a los condenados a muerte por el régimen y otros se disfrazan de basij, los subordinados del ayatolá Jomeni, una milicia paramilitar fundada 1979.
A cientos de kilómetros, sobre el asfalto de capital española, decenas de historias similares. Historias de vida como la Masha que cuenta como ella y su familia conviven "con mucho estrés" por la seguridad de su hermana, perseguida desde hace cuatro años por el gobierno iraní. Tuvo que dejar su hogar atravesando a pie el Monte Ararat hasta llegar a Turquía en un viaje de varios días sin apenas agua y comida. Tras su marcha, Masha y su madre vivieron meses de registros en casa, detenciones e interrogatorios. "Nos arrestaban durante uno o dos días, querían saber dónde estaba mi hermana", recuerda. Ahora la joven, que camina junto a varias compañeras por las calles de Madrid para luchar por los derechos de las mujeres en su país, afronta con entusiasmo su etapa como estudiante en España.
Sade también conoce lo que es tener que abandonar tu hogar de la noche a la mañana. La joven fue durante años activista en Irán, pero tuvo que salir del país -durante la Revolución Verde que se inició en 2009- rumbo a Polonia por miedo a entrar en prisión. "De un día para otro tuve que coger todas mis cosas", explica. "La gente que está protestando tiene miedo, pero ahí sigue. Nosotras lo hacemos desde España, porque tenemos la sensación de que aquí no saben lo que está pasando. Ellos hacen propaganda, todo sobre el pelo y el hiyab. Queremos cambiar un régimen dictatorial, no solo es el velo", continúa. Esta mujer de 40 años, al igual que otros muchos de los presentes este sábado frente a la embajada iraní en Madrid, resalta el carácter especial que distinguen a las últimas protestas: "Ahora estamos todos más unidos, todos los jóvenes quieren un cambio; antes pensaban en reformas, pero ya no es suficiente".
Lejos de Teherán las mujeres iraníes muestran sus cabellos sin miedo, aunque algunos pocos prefieren no parecer en las fotos o hacerlo cubiertos por una mascarilla por miedo a las represalias que puedan sufrir su familia en Irán. Una de las manifestantes que ha viajado este fin de semana hasta la capital desde Marbella detalla que su miedo, además de por la seguridad de su familia que vive en el país del Golfo Pérsico, es no poder volver a visitar a los suyos si su rostro es identificado por las autoridades iraníes. A pesar de todo entiende lo importante de esta cita y no ha querido perdérsela.
Shirin, lleva solo tres meses en España gracias a una beca de estudios y ha sido testigo de cómo en su barrio, situado junto a una universidad, se ha convertido desde el pasado mes de septiembre en una zona controlada día y noche por la policía para sofocar las protestas. Algo tímida y con una sonrisa en el rostro recuerda la primera vez que se quitó el hiyab en la calle: "Sentí miedo, pero era lo que yo podía hacer", señala.
En el camino de la calle Príncipe de Vergara hasta la embajada iraní se van uniendo más personas -jóvenes, hombre y mujeres a partes iguales- que al grito de "mujer, vida y libertad", piden un cambio sin precedentes en su país, el hogar que los vio nacer. "No a la dictadura, abajo ayatolá", "paz, amor e igualdad", "pegadnos, matadnos, a no podéis callarnos", se escucha una y otra vez durante la marcha. Cuando los gritos se detienen, suenan canciones de la revolución en un altavoz en cuya cúspide preside la foto de Masha Amini, símbolo de las protestas; todos conocen la letra y la cantan al unísono, emocionados. En las primeras filas pueden verse algunas lágrimas y pantallas de móvil iluminadas por una cámara al otro lado: todos quieren ver lo que ocurre en Madrid, cómo sus familias reclaman libertades desde España.
Alrededor de la una del mediodía los manifestantes llegan a la embajada, donde el volumen de los cánticos sube unos cuantos decivelios. Daniel y Arezu y Sara Amiri, representante de la comunidad de iraníes en España, leen varios manifiestos frente al edificio insitucional en los que exigen a la comunidad internacional y a los medios que "no minimicen" el mensaje de las protestas: "Las reformas ya no sirven, queremos un cambio de régimen".
El colofón final lo pone un falso Ruhollah Jomeiní, que desciende del avión de la compañía francesa Air France con el que llegó a Teherán en 1979. Un grupo de mujeres se enfrenta a él mientras sostiene el extremo de una soga que cuelga del cuyo de uno de los actores de esta representación. Las cámaras graban la escena, en este caso los palos son de goma y las pistolas no portan balas en su interior, pero al otro lado del mapa, en Irán, los golpes sí hieren. "Yo disparo a todo el mundo. Tengo que pegar a las mujeres, ¡pobres mujeres!", dijo Madi entre risas al inicio de la manifestación, cuando todos se preparaban para interpretar su papel dentro del régimen de los ayatolás.
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