La dentellada talibán fue tan salvaje como coordinada. Los terroristas entraron a sangre y fuego en la embajada española de Kabul, en una secuencia que se sacude entre los disparos y las explosiones. Un infierno de violencia que se prolongó durante doce horas; una agonía de la que este 11 de diciembre se han cumplido cinco años. Embestida terrorista que se llevó por delante la vida de los policías nacionales Isidro Gabino San Martín Hernández y Jorge García Tudela.
Afganistán no era un destino sencillo. Los esfuerzos diplomáticos no habían servido para apaciguar un país que llevaba demasiado tiempo en guerra. Los enfrentamientos abiertos habían dado paso a las escaramuzas; incluso en Kabul, la capital, donde las fuerzas oficiales tenían un mayor poder. Isidro y Jorge lo sabían. Veteranos agentes de la Policía, una existencia al servicio de su uniforme. El primero tenía 48 años y cuatro hijos; miembro de la Unidad de Intervención Policial (UIP). El segundo, subinspector de 45 años de edad, también era padre de dos pequeños.
Aquella era una misión ‘demandante’, como dicen en el argot militar y policial. Su misión: blindar la embajada española en Kabul, en el barrio de Sherpur. A priori, una de las zonas más protegidas de la ciudad debido al alto número de representaciones diplomáticas internacionales que albergaba.
La de España no era una más. Las tropas de nuestro país contribuían de forma activa a la misión Resolute Support de la OTAN, con el objetivo de “asistir, entrenar y asesorar a las instituciones afganas” en la “lucha contra la insurgencia” y en la “reconstrucción del país” [define el Ministerio de Defensa]. Por eso, la legación era un centro neurálgico en materia de diplomacia e inteligencia. El equipo de policías allí destinados eran pata negra, los mejores de entre los más formados.
Entre otras reformas se retiraron unas placas metálicas de las ventanas que obstaculizaban el control visual del recinto diplomático
Entrenados, preparados física y mentalmente; pero todo planeamiento saltó por los aires el 11 de enero de 2015. Dolores Delgado, entonces fiscal general del Estado, escribió un informe cuyos extractos se intercalan en cursiva durante el siguiente relato de los hechos. El texto arranca con unos antecedentes que, a juicio de la autora, fueron clave:
“Unos días antes de producirse el ataque terrorista contra la Embajada española se realizaron unas obras de acondicionamiento en el edificio que iba a ser asaltado por los talibanes. Entre otras reformas se retiraron unas placas metálicas de las ventanas que obstaculizaban el control visual del recinto diplomático. El lugar donde estaban ubicadas era de residencia y no destinado a vigilancia. De las cinco personas que accedieron para realizar los trabajos dos permanecieron en actitud vigilante, observando el entorno y sin realizar trabajo alguno”.
Hay más. Según la fiscal, el miércoles 9 de diciembre -dos días antes de los ataques- el coche del embajador español Emilio Pérez de Ágreda fue objeto de un seguimiento por un vehículo no identificado por parte de un vehículo desconocido:
“El seguimiento fue constante y parece ser destinado a comprobar la accesibilidad de los vehículos al recinto y las medidas de control de los mismos”.
Comienza el ataque
Así se llega al 11 de diciembre. Faltan unos minutos para que den las seis de la tarde, hora local. Los talibán atacan con un coche bomba una de las tres puertas de acceso al recinto amurallado en el que se ubica la embajada española. Se lanzan con todo contra la legación y para ello no dudan en recurrir a un conductor kamikaze. La explosión se hace notar en toda la ciudad de Kabul. En el suelo queda un cráter de 30 metros de diámetro. Ocho policías españoles y los representantes diplomáticos están repartidos entre los tres edificios que componen la embajada.
“El ataque, por la forma en que se desarrolló, estaba minuciosamente preparado y planificado de manera que una vez en el patio tenían un objetivo preciso y se dirigieron al edificio desde el que accederían a la azotea, tras destruir el cuadro eléctrico que provocó el cese de energía eléctrica en el mismo”.
Repelió el ataque disparando si bien fue alcanzado por proyectiles y finalmente falleció a consecuencia de las heridas provocadas tras una explosión, posiblemente causada por una de las granadas arrojadas por los talibanes
La cadencia de los disparos aumenta hasta convertirse en un zumbido constante; sólo el estruendo de las granadas parece imponerse por unos segundos al silbido de las balas, que enseguida retoman su frenética actividad. Los terroristas atraviesan el patio con paso firme hacia uno de los edificios, el que está más cerca de la puerta que han reventado con el coche bomba.
El subinspector García Tudela se enfrenta a la embestida:
“… repelió el ataque disparando si bien fue alcanzado por proyectiles y finalmente falleció a consecuencia de las heridas provocadas tras una explosión, posiblemente causada por una de las granadas arrojadas por los talibanes y los efectos de esta en los elementos del baño, donde fue hallado el cadáver”.
Los talibán alcanzan el tejado del edificio, puesto estratégico en sus objetivos. Desde allí abren fuego contra todo lo que se mueve, pero a la vez es la posición más alejada de otras viviendas que hay en el barrio de Sherpur. La situación que se vive dentro del recinto es asfixiante. Cuatro policías españoles logran encerrarse a duras penas en un refugio ubicado en el sótano.
“Entre tanto, los funcionarios policiales que se hallaban en el edificio que había sido ocupado por los terroristas se ocultaron en el sótano del mismo que disponía de una puerta metálica que tuvieron que encajar puesto que a resultas de la explosión del coche bomba había sufrido desperfectos. E intentaron comunicar con el subinspector Jorge García sin conseguirlo”.
Otro policía español que está en el control de cámaras -en un segundo edificio- trata de activar la alarma, sin éxito. Los terroristas habían actuado con precisión quirúrgica y, al cortar el suministro eléctrico, evitaron que se pudiera lanzar el mensaje de auxilio. El agente bloquea la puerta para evitar la entrada de los talibán y recorre las habitaciones para cerciorarse de que no hay miembros del personal diplomático en ellas. Acto seguido, se precipita hacia el edificio en el que sus compañeros están encerrados. Las balas silban por encima de su cabeza al recorrer el patio.
Isidro busca a Jorge
¿Qué ocurría mientras tanto en el tercer edificio? Otro policía nacional bloquea la puerta y sube a la segunda planta, donde está la residencia del segundo embajador. Después, a la terraza para comprobar con sus propios ojos lo que ocurre en el exterior. Lo que ve confirma sus sospechas: los terroristas se han hecho con el control de la situación y vuelcan su furia en los gatillos de sus fusiles de asalto.
Todos los españoles que están en el edificio se blindan en las dependencias superiores, donde se atrincheran en previsión de un ataque. Todos menos uno, Isidro Gabino San Martín:
“Salió de allí en dirección primero a la garita buscando al compañero que podría encontrarse allí y después se dirigió hasta el sótano para incorporarse al grupo de compañeros que allí se encontraban”.
Tratan de contactar una y otra vez al policía Jorge García. La angustia les consume: no hay respuesta. Temen -y así es realmente- que su compañero haya caído en la fatalidad.
“Ante la falta de respuesta de Jorge, Isidro Gabino junto al funcionario policial 122.977 y un agente contratado local de seguridad decidieron abandonar la zona segura y salir en busca del compañero, para lo cual rodearon el edificio intentando evitar los disparos de los terroristas desde la terraza”.
La ráfaga le alcanza de pleno. Isidro cae al suelo entre los vehículos que están aparcados. Arrecian las balas. El policía español que le acompaña no puede hacer nada ante esa lluvia de plomo y fuego, y se resguarda en lugar más seguro para informar de la situación. En esas, escucha un nuevo estruendo, la explosión de una granada en un punto muy próximo al que está Isidro.
La sucesión de estos hechos hay que interpretarla en el discurrir de varias horas. La situación es crítica. Mariano Rajoy, presidente del Gobierno, y José Manuel García-Margallo, ministro de Asuntos Exteriores, se encuentran en un acto político. Pronto informan de que un asalto terrorista está teniendo lugar en la embajada española en Kabul. La información es contradictoria y en ese momento -así informan a los medios- creen que no hay ningún español muerto.
Un policía español regresa del aeropuerto
El transmisor no deja de sonar. Un policía español que había salido de la embajada para atender unos compromisos en el aeropuerto de Kabul escucha la alerta. Al llegar a la legación se encuentra con las puertas del infierno abiertas.
“… pudo comunicar con Isidro Gabino San Martín. Trató en un primer intento de entrar en el recinto pero no pudo ante el intenso fuego enemigo sufrido. Volvió a comunicar con el herido desde la garita de guardia situada en la puerta no dañada. En ese momento decidió acceder al interior con uno de los vehículos blindados de las fuerzas afganas pero tuvo que retroceder ante el lanzamiento por los terroristas de una granada de mano o proyectil de RPG”.
ante la intermediación del ayudante del Agregado de Defensa en la Embajada se le permitió entrar para auxiliar al compañero que aún permanecía con vida en el suelo
Está desesperado. Su amigo y compañero Isidro Gabino está tirado en el suelo del patio, malherido. Cada segundo que pasa es un baile hacia la muerte. El policía que permanece en el exterior busca ayuda:
“… se dirigió a un equipo de asalto de EEUU y dos equipos de asalto afgano explicándoles con un croquis la ubicación de los edificios y que dos compañeros no están en lugar seguro”.
Sin lograrlo. Los protocolos de actuación le impiden entrar y así se lo recuerdan los efectivos aliados a los que implora auxilio. A las dos horas, éstos abren la puerta a una decisión excepcional:
“… ante la intermediación del ayudante del Agregado de Defensa en la Embajada se le permitió entrar para auxiliar al compañero que aún permanecía con vida en el suelo”.
Llega hasta Isidro. Le sujeta con firmeza y le arrastra junto a un vehículo, en busca de protección frente a las balas. Los talibán perciben movimiento y lanzan una granada, que explota a pocos metros de su posición. Los dos policías, Isidro malherido, consiguen ponerse de pie y, cubiertos por las fuerzas afganas, salen del recinto.
El tiempo que tarda en llegar un vehículo con destino al hospital se les hace eterno. Isidro no sobrevive al trayecto.
Mientras, los policías y diplomáticos españoles permanecen en el interior de la embajada. Mantienen firmes sus posiciones con las puertas atrancadas. Unos, en el refugio del sótano; los otros, en las dependencias superiores del otro edificio.
Doce horas de asalto. Por fin se coordina la intervención aliada. Fuerzas de asalto estadounidenses y noruegas -uno de éstos últimos caería herido- acceden al recinto y abaten a los terroristas. El escenario es desolador: nubes de humo, cadáveres y fuego en una embajada que, sobre el papel, debía ser uno de los espacios más seguros de toda la ciudad.
Doce horas de infierno. Cinco años desde que Isidro Gabino San Martín Hernández y Jorge García Tudela perdieran la vida en Afganistán.