José Luis Rodríguez Moreno nació en Madrid el 16 de abril de 1947. Es hijo de la pianista Josefa Moreno Centeno y del marionetista Natalio Rodríguez, “Talio”, director del teatro de marionetas del Retiro de Madrid. Hermano de su madre fue el ventrílocuo Wenceslao Moreno, “Señor Wences”, una celebridad en su tiempo, sobre todo en América.
José Luis Moreno se introdujo en el mundo de la música a los 16 años, pero al de la fantasía debió de acceder mucho antes. Su biografía, por lo menos la de los años jóvenes, es un prodigio de creatividad e imaginación. Viajó a Italia, esto sí se sabe. Estudió piano, estudio violonchelo, esto también es probable. Debió de hacer sus pinitos en el canto, pinitos que alguien ha transformado en una carrera operística fulgurante de la que no hay forma de encontrar grabaciones ni testimonios ni documentos; una popularidad extraordinaria que nadie recuerda en absoluto y hasta una actuación en la Royal Opera House de Londres, delante de la reina de Inglaterra, de la que no queda el más mínimo rastro ni la menor memoria. Todo esto antes de los 18 años, que fue cuando “dejó la ópera” (seguía en Italia) a causa de un desengaño amoroso. Cualquier mediano aficionado al canto lírico sabe bien que, al menos desde principios del siglo XIX (el tiempo de los últimos castrati), no existen precedentes de un tenor que se haya hecho ni remotamente famoso a los diecisiete años, porque a esa edad la voz aún no está formada y el alumno, que no cantante, está aprendiendo todavía. Así que José Luis Moreno sería una milagrosa excepción… que nadie recuerda.
Estudió Medicina. ¿Estudió Medicina? Es posible. Debió de comenzar a los 18, cuando volvió de Italia. Pero cosa muy distinta es que se convirtiese en un reputado neurocirujano. Actividad que, según sus biografías “oficiales” compatibilizó con sus primeros pasos en el mundo de la ventriloquía, para lo cual pidió a su padre, “Talio”, que le fabricase algunos muñecos.
El primero en aparecer, y sin duda el más logrado y famoso, fue el cuervo Rockefeller, un pajarraco cínico e impertinente que llevaba levita negra y chistera, y que le cantaba a todo el mundo (incluido Moreno) las verdades del barquero. Sus otros dos muñecos, Monchito y Macario, tuvieron una relevancia mucho menor. Hoy se multiplican las visualizaciones de un viejo vídeo (años 90) en el que Rockefeller acusa a Moreno de ladrón, corrupto, defraudador, de engañar a todo el mundo (empezando por sus trabajadores) y de que “lo único que tiene negro es el dinero”.
Fue la edad dorada de “Morenín”, como le llamaba el malévolo y profético cuervo. El tenor/neurocirujano/ventrílocuo, campeón de Europa de patinaje artístico (eso dice él) y además escritor (asegura que ha escrito 26 libros en varios idiomas pero que, humilde y modesto como es, no los firmó con su nombre), logró una inmensa popularidad tanto en España como en Italia, donde lo fichó Berlusconi. En los años 80, Moreno tenía más fama que Rafaella Carrà, tanto en Italia como en España. El presidente italiano, Sandro Pertini, era fan incondicional de Rockefeller y no se perdía uno solo de sus sketches. Fueron los tiempos en que Moreno era indispensable en todos los programas de fin de año de TVE, en programas de variedades como Entre amigos o Risas y Estrellas, y, en fin, en todos los programas “familiares” que recibían unos tremendos palos de los críticos de televisión pero el favor total del público.
En los años 90 del pasado siglo, José Luis Moreno metió a los muñecos en unas maletas de viaje y se dedicó a la producción de programas, algo que daba muchísimo más dinero: esa es una de sus principales obsesiones. Hoy es difícil encontrar un actor o actriz, cantante o artista de cualquier clase y condición que haya trabajado en sus programas y que no haya salido, como mínimo, pálido. El simpático y ocurrente “padre” de Rockefeller se convirtió en un déspota, en un tirano que trataba muy mal a sus empleados (a veces, más de cien) y que exigía de todos un esfuerzo inhumano, más o menos el mismo que desarrollaba él, que no se cansaba nunca. En sus programas amenazaba, insultaba, vetaba a quien le daba la gana y contrataba también a quien quería.
Vida sentimental
Aquí entra la parte sentimental, por llamarla de algún modo. Moreno se casó tres veces y tuvo varios hijos. Pero sentía debilidad por los mozos musculosos y de espectaculares hechuras. Esto puede pasarle a cualquiera, pero lo que ya no es tan frecuente es que impusiese a sus amantes como actores o presentadores de sus programas. Fue lo que hizo con Martin Czehmester, un modelo y actor porno checo que se hacía llamar Jarda Malek y que acabó copresentando producciones de Moreno como Noche de fiesta, donde los actores profesionales le llamaban, con mucha sorna y no poca mala leche, Martincito, porque el joven tendría un cuerpazo pero de dotes para la actuación andaba más bien escaso. Daba igual: Moreno exhibía a Czehmester allá donde iba y lo impuso en producciones suyas como Noche de fiesta, Escenas de matrimonio, A tortas con la vida, Planta 25, Sábado sensacional, Aquí no hay quien viva o Torrente 3.
Czehmester fue algo más que la pareja de José Luis Moreno. Fue también su guardaespaldas y, como dice el periodista J. M. Olmo, “uno de sus principales testaferros, según explican fuentes próximas a la investigación. Czehmester aparece como apoderado y administrador en varias de las sociedades mercantiles presuntamente utilizadas por el empresario para estafar dinero a inversores, a los que seducía con la promesa de salir en los créditos y participar en los beneficios de series y programas de televisión”.
Moreno se convirtió en un mago de la creación (y desaparición milagrosa) de empresas o sociedades para gestionar sus producciones… y sus beneficios. Son decenas. Desde Miramón Mendi, ya extinguida, hasta Kulteperalia, hoy embargada, pasando por Crystal Forest, Gecaguma, Alba Adriática y muchas más. En este intricado bosque societario se ha metido Hacienda para tratar de entender dónde está el dinero de las deudas multimillonarias que, al final, llevan todas presuntamente a Moreno.
El antiguo ventrílocuo jamás tuvo ningún problema en no pagar a sus empleados, pero nunca estuvo desprovisto de sentimientos humanitarios. Así cedió generosamente cuantiosas sumas (en pesetas o en euros) a las obras de caridad que gestionaba Luis Bárcenas, como este se encargó de anotar puntualmente en sus célebres “papeles”. También era muy espléndido con sus relaciones amistosas: organizaba en su espectacular casa de Boadilla del Monte fiestas “benéficas” que nada tenían que envidiar, por lo visto, a las que montaba el maestro Berlusconi en la célebre Villa San Martino, en Arcore, y que acababan… bueno, pues como acababan. Moreno, según los investigadores, tenía el detalle cariñoso de grabar a escondidas vídeos de sus invitados, seguramente para obsequiárselos más tarde como recuerdo.
O no. Porque cuando, en diciembre de 2007, una banda de albanokosovares entró en su casa exigiéndole que les abriera la caja fuerte (Moreno, que estaba durmiendo, se negó y casi lo matan de un hachazo), los investigadores piensan que no buscaban dinero. Buscaban los vídeos.
Detención
En los últimos días el abnegado filántropo, incluido entre los “grandes deudores” de Hacienda ya en tiempos del ministro Montoro, ha sido detenido en el marco de la llamada operación Titella, que busca desentrañar una –por lo visto– enorme organización criminal dedicada a la estafa y al blanqueo de dinero negro procedente, entre otras fuentes, del tráfico de drogas. Las cifras del fraude son multimillonarias y el número de los detenidos pasa del medio centenar.
Pudiera ser (pero esto nunca se sabe) el canto no ya del cisne, sino del cuervo. Moreno quedó libre bajo fianza de tres millones pero, en cuanto se conoció su detención, decenas de personas relacionadas, de un modo u otro, con el mundo del espectáculo en las últimas décadas se ofrecieron a testificar para contar qué había hecho o intentado hacer con ellos (también con ellas) José Luis Moreno, qué habían visto, qué saben y qué se escondía, en realidad, bajo la levita del deslenguado Rockefeller.
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El cuervo común (corvus corax) es un ave paseriforme, aunque no lo parezca; quiere esto decir que guarda cierto parentesco con los gorriones, lo cual es probable que a los gorriones no termine de parecerles bien. Es uno de los pájaros más famosos del mundo y ocupa la práctica totalidad de hemisferio norte del planeta. Muchas civilizaciones le han tenido por ave de mal agüero. Otras, pues no tanto.
Es un ave omnívora (come de todo), pero básicamente carroñera, sobre todo en las zonas situadas más al norte. Es muy inteligente: sabe jugar (cosa que no pueden decir todos los animales) y dar espectáculo. Es cínico y fantasioso, presumido y egocéntrico. Y, esto sobre todo, muy desconfiado. También tiene la astucia suficiente para montar alianzas o sociedades con algunos depredadores, como los lobos o los osos, y aprovecharse así más fácil y beneficiosamente de las presas, que caen como tontas: el cuervo avisa de dónde están, los otros las matan y al final comen todos.
Hay una característica que singulariza enormemente al cuervo: puede imitar sonidos. Incluida la voz humana, como algunos loros y algunos mirlos. No se limita a los tradicionales graznidos reproductivos, como tantos pájaros. Con su característica voz cascada, inimaginable en un tenor de la Royal Opera House, emite evidentes sonidos de alarma, de persecución, de vuelo, de aviso, de llamada, de amenaza. Puede llegar a decir frases cortas, como “Toma Moreno” o “Lo único que tienes negro es el dinero”, aunque estos casos son poco frecuentes.
Según la cultura popular, le pueden la codicia y la vanidad. Es célebre la fábula de Esopo, la del cuervo que llevaba un queso robado en el pico; la zorra, que quería el queso, no dudó en halagarle por su elegancia y por su buena voz, digna, sin duda, de ser oída por la reina de Inglaterra en el Covent Garden. El cuervo cantó, el queso cayó y la zorra logró su propósito.
La frase más célebre, sin embargo, atribuida a un cuervo la constata Edgar Allan Poe en un famoso poema. El cuervo malvado, viendo la desgracia de los demás, profetiza su propio y triste final cuando dice, lúgubre: “Nunca más”.