Juan Carlos I, más al descubierto que nunca. Vozpópuli ha tenido acceso al segundo capítulo del libro 'King Corp. El imperio nunca contado de Juan Carlos I', del cual procedemos a mostrarte un extracto. "En julio de 2017, Juan Carlos I tenía tanto tiempo libre que decidió viajar a Irlanda para pasar unos días en la mansión de un amigo. El industrial mexicano Allen Sanginés-Krause lo invitó a su castillo, emplazado en Clonmellon, un pueblo de 600 habitantes a 75 kilómetros al oeste de Dublín, en plena campiña, rodeado de laderas verdes, rebaños de ovejas y antiguos linderos de piedra medio derruidos, que parecía la antítesis del verano en el puerto deportivo de Palma de Mallorca.
El monarca había conocido a Sanginés-Krause cuando este era responsable del banco estadounidense Goldamn Sachs en España, aunque no establecieron un vínculo de confianza hasta después de la abdicación. Corinna ya había hecho negocios en pasado con el banquero. Juan Carlos I y Sanginés-Krause pertenecían a esferas distintas, pero el rey emérito consideró que el financiero podía resultarle útil después de la abdicación.
Sanginés-Krause nació en México en 1959. Tras cursar sus estudios universitarios en el Instituto Tecnológico Autónomo de Ciudad de México, ingresó en la Universidad de Harvard, donde se doctoró en Economía en 1987. Después, empezó una larga carrera en el mundo de la banca de inversión que le llevó a codearse con magnates de casi todos los continentes y a sentarse en los consejos de administración de fondos soberanos y compañías de telecomunicaciones.
Juan Carlos I elige a Sanginés-Krause
El mexicano también tenía otras inquietudes, como pueden imaginar. Ocupaba un asiento en el organismo que gestiona los principales castillos del Reino Unido, entre ellos, la Torre de Londres y Kensington Palace; formaba parte del consejo de antiguos alumnos de Harvard; era miembro fundador de la Fundación Europea para la Cetrería y hablaba seis idiomas, entre ellos, ruso y alemán. Aunque Sanginés-Krause había ganado mucho dinero en la banca, su riqueza era muy inferior a las de Juan Abelló, Juan Miguel Villar Mir, las hermanas Koplowitz o la familia Botín, algunos de los empresarios que formaron parte hasta 2014 del selecto círculo de confianza de la Zarzuela. Pero el mexicano conocía bien el funcionamiento del sistema bancario y ese aspecto despertó el interés de Juan Carlos I.
Tras la renuncia al trono, el junio de 2014, dejando su reinado a su hijo Felipe, el rey emérito tomó la decisión de fijar su nueva residencia en Londres y rodearse de una nueva corte. Quería empezar de cero y tejer otra red de contactos, una que nadie pudiera controlar desde Madrid. Para montarla, necesitaba un gestor financiero. Sanginés-Krause emergió como el mejor de los que tenía a su alcance, la persona idónea para actuar de puente entre su pasado y su futuro. En 2014, el rey Juan Carlos tenía fundaciones y tesaferros con millones de euros en diferentes bancos y países. El banquero mexicano sabría gestionarlos.
El viaje a Irlanda era una oportunidad para hablar de negocios. Sanginés-Krause había comprado el castillo en 1999 (...) Había sido habitado por última vez en 1930 y se encontraba en pésimo estado de conservación. Sanginés-Krause encargó una reforma ambiciosa: se cambiaron las vigas de madera, todas las ventanas y los adoquines del sótano, se instaló suelo radiante en todas las plantas, se levantó un puente peatonal y se restauró un parque y un lago cercano, como explica la empresa contratista, Powderly Construction (...).
La reforma de la iglesia concluyó en 2017, y el 22 de julio de ese año, Sanginés-Krause decidió organizar una pequeña celebración para que todos los vecinos del pueblo pudieran comprobar el resultado de la reforma. El mecenas dirigió unas breves palabras a los asistentes y anunció que pronto llegaría un invitado importante. Minutos después, apareció en escena Juan Carlos I acompañado de una mujer. Los vecinos de Clonmellon se quedaron boquiabiertos. No podían creerse que el antiguo rey de España estuviera allí con ellos. (...)
Los ecos de la escena llegaron rápidamente a los medios españoles, quienes pronto descubrieron un personaje novedoso. Los ojos de la prensa no se posaron en el rey emérito ni en su nuevo amigo, sino en la mujer que acompañaba al monarca, una señora de unos sesenta años, alta, morena y con el pelo largo. Vestía una gabardina negra y un fular de colores pastel. El gran público nunca la hubiera reconocido, pero la prensa del corazón no tardó en identificarla. Era Marta Gayá, una antigua amante del rey. Juan Carlos I se sentía tan liberado tras la abdicación que ya no le importaba aparecer en compañía de una mujer que no fuera la reina Sofía. Aquella fue la primera vez que lo hacía ante desconocidos o la primera vez que no le preocupó que trascendiera (...)
El nombre de Marta Gayá ya había salido en el pasado. El rey la conoció en Mallorca (...) Veinticinco años después y superada ya su relación con Corinna, Juan Carlos I decidió refugiarse en su antigua amante y pasar unos días con ella en Irlanda. Allí les esperaban Sanginés-Krause y su mujer, Lorena, fotógrafa de profesión. La inauguración de la iglesia sólo duró una hora. El resto del tiempo recorrieron la zona y disfrutaron de las tres plantas del castillo y sus jardines amurallados.
Juan Carlos I y su nuevo asesor económico pasaron muchas horas hablando de dinero e inversiones. El antiguo banquero es socio y directivo del fondo inmobiliario BK Partners, un conglomerado que superaba en ese momento los 2.200 millones de euros. Uno de los vehículos financieros que gestionaba, RLH Properties, acababa de cerrar en abril de 2017 la compra del 51% de un complejo turístico en el Caribe con varios hoteles de lujo y campos de golf de la constructora española OHL, propiedad de Juan Miguel Villar Mir, uno de los amigos más estrechos del rey y también uno de sus principales financiadores. El primo del monarca, Álvaro de Orléans Borbón, cobró 4,6 millones de euros en 2009 por intermediar precisamente en el desarrollo urbanístico de los terrenos que terminaron ocupando los hoteles y campos de golf de ese resort. Ese pago y otros similares se convertirán en uno de los mayores problemas de Juan Carlos I con la justicia.
En 2017 todavía no hay ningún motivo que le inquiete. Su fortuna privada está a salvo y Sanginés-Krause inyecta más dinero en su caja B por una nueva vía: al menos desde 2015, el empresario mexicano transfiere fondos al rey a través de uno de sus ayudantes de campo en la Zarzuela, el coronel del Ejército del Aire Nicolás Murga. El dinero llega a una cuenta del militar en Ibercaja y desde ahí sale para pagar facturas privadas del rey y su familia. las infantas Elena y Cristina y los hijos de éstas usan esos fondos durante años para comprar caballos, pagar viajes y sufragar hasta desplazamientos por Madrid en Uber.
Juan Carlos I tiene otros asuntos que tratar con Sanginés-Krause. La fortuna que guarda en el exterior está en continuo movimiento. El detalle de sus cuentas revela operaciones con divisas e inversiones en instrumentos bancarios de hasta una decena de entidades diferentes. Los gestores y testaferros del monarca tienen orden de invertir el dinero en acciones de grandes compañías, bonos, fondos de inversión, sicavs y cualquier otro producto que genere rentabilidades extraordinarias.
'Colocar' 20 millones de euros
Ese verano de 2017, el rey le cuenta a Sanginés-Krause que acaba de recibir una cantidad importante de dinero -diversos testimonios de su entorno más próximo cuantifican el importe en unos 20 millones de euros- y que pretende colocarlo en una estructura offshore distinta de las que ya usa para diversificar riesgos y obtener nuevas plusvalías. El banquero mexicano se ofrece a invertir ese nuevo dinero y a aumentar su valor sin que nadie descubra quién es su auténtico propietario (...)
El encargo está a la altura del currículum de Sanginés-Krause, que ha trabajado para una entidad de la envergadura de Goldman Sachs durante veinticinco años y conoce los entresijos del sistema bancario internacional. Ha sido responsable de la entidad para México, Latinoamérica, Rusia y España y ha pasado por otras divisiones del banco. Además, ha sido presidente del consejo de administración de una compañía telefónica especializada en mercados emergentes, y ha ocupado un asiento en el máximo órgano directivo del grupo sueco de inversión propietario de la plataforma de venta online de ropa Zalando, Kinnevik AB.
La respuesta de Sanginés-Krause provoca estupor a Juan Carlos I. El inversor mexicano le cuenta que la inversión ha sido un desastre. El dinero se ha esfumado y no puede hacer nada para recuperarloKing Corp. Capítulo 2. La estafa
Su trayectoria tiene también un reverso tenebroso que lo hace aún más idóneo para este encargo. Su nombre apareció en los llamados Paradise Papers (...) La investigación reveló que Sanginés-Krause era accionista y administrador de una sociedad con domicilio en Malta, con ramificaciones en Luxemburgo, Países Bajos y México. Se llamaba Rasa Land Investors y le servía para controlar 1.500 hectáreas de terreno distribuidas en trece kilómetros de costa virgen del estado mexicano de Jalisco. En la sociedad también participaban fondos estadounidenses y hasta veinticinco fortunas españolas, como la familia vasca Delclaux, el industrial Jaime Castellano y la que fue mujer del editor Jesús Polanco, Mari Luz Barreriros. Los activos de Rasa Land Investors estaban valorados en el año 2017 en 267 millones de euros.
Si Juan Carlos I necesita encontrar una grieta en el sistema para introducir unos 20 millones de origen opaco sin que salten las alarmas de los organismos contra el lavado de capitales, Sanginés-Krause es el mejor profesional a su alcance para hacerlo. El trato se cierra paseando por los dominios del castillo de Irlanda. El rey ha encontrado una salida para unos fondos que le quemaban en las manos.
A finales de ese mismo verano, Juan Carlos I y Marta Gayá viajan con el matrimonio Sanginés-Krause a las islas griegas. Durante varios meses, las transferencias del banquero siguen llegando a la cuenta que tiene el ayudante de campo del monarca en Ibercaja y, desde ahí, son transferidas a la Zarzuela para pagar todo tipo de gastos, algunos obscenamente menores. La relación del rey con su amigo mexicano es más intensa que nunca.
La situación da un giro inesperado en la primavera de 2018. En una de sus habituales con Sanginés-Krause, el rey pregunta por la evolución de los 20 millones de euros que le ha confiado. Ha trascurrido casi un año desde que le entregó el dinero y no ha recibido ninguna noticia. A Juan Carlos I siempre le ha gustado hacer un seguimiento exhaustivo de su cartera. Sus testaferros de cabecera, el abogado Dante Canónica y el gestor Arturo Fassana, se desplazaron durante años desde Suiza a la Zarzuela para comentar directamente con el monarca el comportamiento de sus negocios opacos y recibir instrucciones.
La respuesta de Sanginés-Krause provoca estupor a Juan Carlos I. El inversor mexicano le cuenta que la inversión ha sido un desastre. El dinero se ha esfumado y no puede hacer nada para recuperarlo. No hay forma de deshacer la inversión y reintegrarle los fondos.
El rey recibe esas palabras como un puñetazo en la nariz, la misma que se ha señalado centenares de veces para subrayar el olfato que siempre ha tenido para la política y los negocios.
El declive del rey emérito empezó cuando comprobó que le habían levantado 20 millones de euros en su cara (...) Nadie se hubiera atrevido en el pasado a engañarle de una forma tan burdaKing Corp. Capítulo 2. La estafa
La sorpresa inicial da paso a la ira. ¿Cómo es posible que se haya perdido el dinero? Aun en el caso de que la inversión hubiera sido desastrosa, es altamente improbable, casi imposible, que desaparezcan los 20 millones de euros por completo, menos aún teniendo en cuenta la supuesta pericia de Sanginés-Krause como gestor.
Las explicaciones del financiero mexicano no convencen al antiguo jefe del Estado. Sus palabras suenan a excusas. El rey le exige la restitución inmediata de su dinero, pero su nuevo gestor insiste en que eso ya no es posible.
Aquella situación desconcierta a Juan Carlos I. Tiene la sensación de estar recorriendo un camino por el que no ha transitado antes. Nadie se hubiera atrevido en el pasado a engañarle de una forma tan burda e interpreta el episodio como el signo irreversible de su decadencia, como la grieta que amenaza la estabilidad de un coloso.
Una anécdota apócrifa del franquismo relata que los ministros de la dictadura se dieron cuenta de que el régimen se acercaba a su final cuando la próstata de Franco dejó de aguantar las cuatro horas que solían prolongarse sus consejos de ministros. El declive del rey emérito empezó cuando comprobó que le habían levantado 20 millones de euros en su cara. (...)"