Existe coincidencia casi general a la hora de afirmar que este ha sido el año más duro y difícil de nuestra democracia, dureza provocada por la doble crisis que soportamos: la económica, traducida en una escandalosa cifra de parados, y la política, que ha afectado al crédito de España como país y ha dañado gravemente la confianza de los ciudadanos en las instituciones, expandiendo un ambiente colectivo de pesimismo rayano en la desesperación. Durante un tiempo, particularmente en torno al verano, se llegaron a vivir momentos tales de pánico colectivo a cuenta de un rescate-país que parecía inminente que ahora mismo, cuando 2012 está a punto de entregar la cuchara para dar vida a 2013, las cosas se ven de otro color, mientras asoman tímidos signos de esperanza, voces que sostienen que lo peor ha pasado ya, manejando en apoyo de sus tesis algunos cambios que se están produciendo en los fundamentos de la economía y que podrían manifestarse con claridad en la segunda mitad del próximo año.
Algunas luces parpadean al final del túnel, cierto, tal que los pasos dados últimamente en materia de saneamiento de los bancos nacionalizados; la mejora de la balanza de pagos por cuenta corriente gracias al aumento de las exportaciones; las ganancias en productividad (espectaculares respecto a Francia, por ejemplo); el comportamiento del turismo; el freno a la fuga de capitales y el regreso de algunos de ellos, así como el renovado interés de grandes fondos por España… A la espera del dato clave sobre el cumplimiento del objetivo de déficit –con Bruselas dispuesta a aceptar hasta el 7%-, parece, en efecto, que los mercados tienen prisa por descontar la recuperación de nuestra Economía y de hecho ya lo están haciendo. Conviene, con todo, no engañarse, porque aún quedan tiempos duros por delante. A pesar de la comentada y todavía tímida vuelta de dinero foráneo, la normalización de los flujos de capital hacia España está lejos de ser una realidad, y con una prima de riesgo que sigue anclada en los 400 puntos, el Gobierno no va a tener más remedio que solicitar finalmente algún tipo de rescate, condición sine qua non para que el BCE proceda a comprar deuda española y para poder financiarnos a tipos de interés razonables.
Un país obligado a pagar el próximo año más de 38.600 millones –3,6% del PIB- en intereses de la deuda, no es viable
Moncloa le tiene pánico a esa petición de rescate por las consecuencias que podría entrañar desde el punto de vista de la política interna (¡ay, los votos!), aunque la condicionalidad inherente a esa petición sería mínima y vendría marcada por el compromiso del Gobierno de llevar a cabo su propio programa de reformas, de modo que solo su incumplimiento flagrante forzaría a las instancias internacionales a intervenir de forma directa. Es evidente, en todo caso, que la prima de riesgo tiene que bajar otros 200 puntos básicos, como poco, para poder situar en niveles asumibles el coste de nuestra deuda. La situación de las finanzas de Francia, que empieza a complicarse sobremanera, podría hacer aconsejable adoptar esa decisión cuanto antes.
Lo cierto es que con los ajustes ya efectuados, con el daño infligido a tantos colectivos, nuestra deuda exterior sigue disparada, al punto de estar obligados a salir a los mercados a pedir todos los meses del orden de 20.000 millones durante 2013. Las alternativas a la situación, insostenible en el tiempo, son habas contadas: o conseguimos que la Economía arranque o esto explota, si es que antes no nos intervienen, pero a la griega o, en su defecto, a la portuguesa. Un país obligado a pagar el próximo año más de 38.600 millones –3,6% del PIB- en intereses de la deuda, no es viable. Seguimos siendo prisioneros de algunas realidades elementales que tendemos a olvidar con facilidad: tenemos un Estado cuyo funcionamiento no podemos financiar con nuestros propios recursos más que en la fase expansiva del ciclo, y todo el edificio asistencial español se ha construido sobre la base de acumular una deuda elefantiásica que hay que seguir pagando si no queremos terminar en el arroyo de la miseria colectiva, lo que inevitablemente obliga a tener que seguir ajustando las distintas partidas del gasto público.
La sensación de fatiga causada por los recortes
El 31 de diciembre de 2011 dijimos aquí que “El miedo existente en el mercado es que los paños calientes del Gobierno Rajoy alarguen innecesariamente el proceso de ajuste retrasando la recuperación. Reducir drásticamente el tamaño de nuestro déficit público exige meter la navaja hasta el fondo en aquellas partidas donde se puede aminorar significativamente el gasto –cuatro en esencia: Sanidad, Educación, Pensiones y Desempleo- para extirpar de una vez, porque los milagros no existen. La estrategia del “ajuste por entregas”, por miedo a afrontar las protestas de los afectados o por contagio socialdemócrata, solo conseguirá retrasar la estabilización de las cuentas públicas y causar más dolor durante más tiempo”. Hoy sabemos que el Ejecutivo prefirió el ajuste en cómodos plazos y en forma de anuncios diferidos a los consejos de ministros de cada viernes. El resultado de ese gradualismo es que, a pesar de los paños calientes, las contradicciones y los desmentidos, a pesar de lo poquito que en el fondo se ha hecho, la sensación de fatiga causada por la lluvia fina de los recortes entre grandes capas de población es agobiante y, lo que es peor, empieza a ser insoportable.
Para el común de los españoles, las ineficiencias de nuestros servicios públicos no se corrigen con una mejor gestión, sino con más dinero
En realidad ha explotado en cuanto la tijera ha llegado a los predios del sector público, después de que el privado haya soportado sin rechistar los más de 5 millones de parados. Con el Estado (alguien escribió que "siempre que el hombre ha querido hacer del Estado su cielo, lo ha convertido en su infierno") hemos topado. De acuerdo con esa ideología incursa en el ADN de todo españolito que se precie, ideología expandida por años de igualitarismo socialista (“El patetismo de la igualdad es el patetismo de la envidia”, que dijo Berdiaeff), el Estado no puede despedir, sus recursos son inagotables, y el funcionario tiene todos los derechos y casi ninguna obligación. Valga el ejemplo del personal sanitario, echado al monte en tropel. Y es que, para el común de los españoles, las ineficiencias y rigideces de nuestros servicios públicos no se corrigen con una mejor gestión, sino con más dinero. Siempre con más dinero.
No es posible abordar aquí el complejo problema de comparar sanidad pública versus privada, pero lo que resulta evidente es que el gasto sanitario español no puede seguir creciendo a tasas superiores al 6% anual acumulativo, al tiempo que consiente un absentismo del 22%. Y quien habla de hospitales habla de televisiones públicas, y de los organismos plagados de asesores, y de las empresas autonómicas y/o municipales donde el político de turno ha enchufado a media familia. Es obvio que esta economía “a la griega” no puede funcionar por más tiempo. El sector público tiene que perder grasa, y para que la economía vuelva a arrancar es preciso que esos excedentes de personal, empezando por los “enchufados”, se incorporen al sector privado en la producción de algún tipo de bien o servicio susceptible de ser comprado y vendido. Valga la conocida cita atribuida a Cicerón (año 55 AC): “El presupuesto debe equilibrarse, el Tesoro debe ser reaprovisionado, la deuda pública debe ser disminuida, la arrogancia de los funcionarios públicos debe ser moderada y controlada, y la ayuda a otros países debe eliminarse para que Roma no vaya a la bancarrota. La gente debe aprender nuevamente a trabajar, en lugar de vivir a costa del Estado”. Se non é vero…
La imagen de un Mariano Rajoy triste y cansado
Como antes se apuntó, el sector privado podría empezar a crear empleo en la segunda mitad de 2013, aunque nunca en proporción suficiente para compensar la pérdida de empleo público, por lo que las cifras de paro seguirán martirizándonos a lo largo de todo el año. La máquina económica empieza a moverse, aunque, por desgracia, con la lentitud de los grandes paquebotes. Podría hacerlo mucho más rápidamente si el señor Rajoy tuviera el arrojo de rematar de una vez por todas la faena del ajuste, anunciando las 2/3 reformas que le han apuntado desde Bruselas y que tienen que ver con las Pensiones, con la reestructuración del seguro de desempleo y con el mercado laboral. “Un anuncio de reformas capaces de sorprender al mercado haría innecesaria la petición de rescate, porque lograría hacer bajar notablemente la prima de riesgo de modo que el BCE podría empezar a comprar deuda sin necesidad de pedirlo formalmente”, asegura un experto.
Pero eso es pedir, nunca mejor dicho, peras al olmo. Lo dejó bien claro Mariano Rajoy en su intervención del pasado viernes. Puro continuismo. Ni un rasgo de genio y, mucho menos, de ingenio (“ni miento ni me arrepiento, ni digo ni me desdigo, ni estoy triste ni contento, ni reclamo ni consiento, ni fío ni desconfío”, que dijo mi paisano Jorge Manrique). Fue la imagen de un hombre triste y cansado, abrumado por la dimensión del envite. Retrato, también, de un cabal conservador español, refractario a los cambios y partidario, por tanto, de no tocar una Constitución que está pidiendo a gritos una puesta al día obligada por la corrupción galopante y por el diseño de un Estado autonómico que se perfila ya como una seria amenaza para la igualdad y prosperidad de los españoles. Habrá que ver cómo afronta el gallego a lo largo de 2013 el envite secesionista planteado por el nacionalismo catalán, y qué efecto tendrá tal desafío sobre las posibilidades de recuperación de la Economía. Para animar el regreso de esos flujos de capital dispuestos a comprar deuda española convendría que el señor Rajoy y su Gobierno despejaran cuanto antes y con la rotundidad debida esa incógnita que pesa sobre la estabilidad española. Feliz año nuevo a todos.