Política

Aznar y el golpismo catalán: Soraya y Casado preparan su arsenal de campaña

Soraya y Casado se soportan. Sus trayectorias apenas han colisionado hasta encontrarse en el pulso final del relevo de Rajoy. Preparan ya su estrategia ofensiva. Sin cuertale

  • Las dos reinonas y el principito en el tren de la bruja

Preparan ya su estrategia ofensiva. Y agresiva. Santamaría y Casado recolectan ya argumentos de campaña. El exportavoz de Génova atacará por el flanco débil de su rival: la 'operación diálogo', el golpe de Estado separatista, el 155 light, el desastre catalán. La exvicepresidenta arrincona a su contrincante en el agujero del pasado, bajo el bigotón de Aznar, el inmovilismo, la derechos y la casi la caverna. Todo muy sutil, como esos puntazos que apenas duelen pero que desangran.

No se saludaron en el vuelo a Oviedo. En plena campaña, las comitivas de Soraya Sáenz de Santamaría y de Pablo Casado coincidieron en el aeropuerto. Ni se miraron a la cara. Lo contaba Soraya, con su inocente desparpajo: "Nosotros íbamos atrás, vimos que ellos entraron luego e iban delante. Salieron escopeteados y les perdimos de vista". 

Tampoco se cruzaron en la jornada electoral del pasado jueves. Votaban ambos en el corazón espiritual del PP de Madrid, en Golla 47, donde radica el 'aleph' de la derecha española. Llegó primero Casado, con su esposa, Isabel Torres. Fotos, selfies, autógrafos y declaraciones. Media hora después, tenía anunciada su presencia Soraya y su gente. Casado, de verbo muy fácil, se alargaba ante los medios hasta que alguien le advirtió que su tiempo había concluido y que llegaba la 'exvice'. Dicho y hecho. A la calle raudos antes de que el encuentro resultara inevitable. Ni se vieron ni se saludaron. Unas horas después, se convertirían en los supervivientes del primer corte de las primarias, en las futuras estrellas de la gran velada del día 21. Pero ya se trataban con recelo, convencidos de que serian ellos quienes subirían al ring.

Nunca fue así. Santamaría y Casado han mantenido relaciones distantes pero cordiales a lo largo de su trayectoria profesional. La primera, en el grupo parlamentario, primero, y en Moncloa con Rajoy después. El segundo, en el despacho de Aznar como jefe de Gabinete, en la Asamblea de Madrid y en el Congreso luego, con responsabilidades de ámbito internacional. Y en el partido como vicesecretario. Apenas ámbitos de fricción y pulsos de poder. Cada uno en su sitio. Hasta que llegó el conflicto.

Casado dio el paso al frente ante la renuencia de Feijóo a asumir su condición de 'delfín' natural de Rajoy. Santamaría había decidido su candidatura tiempo antes. En la intensa tarde de la moción de censura, cuando Rajoy se ocultó entre las brumas de un restaurante en la calle de Alcalá mientras la oposición hilvanaba su defenestración, el equipo de Soraya transmitía a los medios que el presidente había dimitido y que la vice asumía el mando.

Sentada en su escaño, la vicepresidenta colocó ostensiblemente su bolso en el de Rajoy. Así pasó toda la tarde. Un nítido mensaje a su bancada y a su partido. Era ella el guardián del sillón de mando. Es decir, la heredera. Hasta que apareció Dolores Cospedal en el Congreso y, de dos manotazos ante los medios, desbarató la improvisada y frágil estrategia de la sucesión.

Casado y Soraya presentan ofertas diferentes y se dirigen a sectores distantes. Soraya es el Gobierno, la futura rival de Pedro Sánchez. Quizás, la única candidata con garantías de expulsarle de la Moncloa en unas generales. Casado encarna los principios ideológicos del PP, los postulados políticos, los cimientos del ideario de las siglas, 'las dos Pes'.

La precampaña del exportavoz de Génova ha resultado más agresiva que la de la 'exvice'. Contemporizaba Casado hasta que, una buena mañana, en una entrevista en esRadio, se le hincharon las venas y se despojó de la faja. Dejó de ser el buen chico de siempre y se lanzó ala yugular de sus oponentes y en defensa de sus candidatura. Soraya recibió una considerable carretada de pullazos. Las cargas fiscales sobre la clase media, la burocracia administrativa, el bloqueo de la ley de Educación, la memoria histórica sin freno, la defensa de la familia y, por supuesto, la Operación diálogo y el naufragio del Estado en Cataluña.

"Será presidenta"

La virreina del 155 ha evitado este delicado episodio en su campaña. Ha puesto su objetivo en la Moncloa y su punto de mira en Pedro Sánchez. Ha ignorado a Cospedal y a Casado. Ha ninguneado a Margallao que buscaba con torpeza, siquiera un leve choque. Santamaría no ha bajado al barro, ha ignorado a sus rivales, incluso les ha ofrecido, ahora tras su triunfo, un rincón en sus filas, un cargo en las futuras listas, un hueco en el reparto. 

Su equipo ha sido menos complaciente. Se apuntaron desde el primer día a expandir la imagen aznarista de Casado, sus vínculos con el viejo PP y, desde ego, los convulsos episodios de los máster y titulaciones. Reproches de tapadillo, puñaladas en la oscuridad. Nada que ver con las trompadas frontales que le ha dedicado Cospedal, quizás su futura socia. Soraya las mata callando, dicen algunos en Génova. Y está dispuesta a ser presidenta. "Y lo será", añaden, sin pestañear. 

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