Política

Debates, políticos de laboratorio y la muerte del mitin: cómo no actuar en campaña

La primigenia función de los mítines de explicar un programa electoral o de conectar con los asistentes pierde peso en favor de transmitir el mensaje de "lleno absoluto" a los telespectadores

  • Una imagen del debate electoral organizado por La Sexta.

Los mítines de los partidos políticos se resisten a desaparecer, pero la irrupción de las cámaras de televisión, los micrófonos y el poder de las redes sociales -con sus tuits, bots y trols y, en definitiva, todos esos anglicismos tecnológicos a los que se ha reducido la actualidad- están propiciando que estos actos pierdan su primigenia función formativa y de socialización política, aquella que les caracterizó en los comienzos de la Transición. Cuando no todas las familias españolas tenían la suerte de tener un televisor en casa, era fácil que los ciudadanos quisieran acudir a los mítines para conocer de primera mano las propuestas electorales de los candidatos, así como su forma de expresarse. Eran tiempos de pabellones y plazas de toros repletas.

Sin embargo, los nuevos medios de comunicación y una población con mayor acceso a la información, así como el descrédito de la política han hecho que los mítines se conviertan en instrumentos de campaña para demostrar fuerza a través de las pantallas. La labor de explicar un programa electoral o de conectar con los asistentes va perdiendo peso en favor de transmitir el mensaje de "lleno absoluto" a los telespectadores y usuarios de redes sociales. Es mejor fletar autobuses que mostrar un vacío.

Las "licencias"

Pero que el mitin esté dando sus últimos coletazos no es motivo para que los políticos se despreocupen y se tomen las "licencias" que un debate televisivo no se tomarían. Los comentarios que los líderes de una formación política se atreven a hacer movidos por la euforia de sus simpatizantes pueden llegar a millones de ciudadanos -votantes o no- en cuestión de segundos e, incluso, pueden hacer que gire el rumbo de la campaña.

Nadie va a varios mitines de diferentes partidos para que les resuelvan las dudas sobre a quién votar"

Por poner el ejemplo más reciente, aunque no es el único ni todo se reduce a la clase política española, la vicepresidenta Soraya Sáenz de Santamaría se ha visto obligada a defender unas controvertidas declaraciones durante un mitin en Girona en apoyo al candidato popular en las elecciones catalanas, Xavier García Albiol, donde habló de haber "descabezado" a los partidos independentistas, en referencia al encarcelamiento de Oriol Junqueras y la huida para evitar la probable cárcel preventiva de Carles Puigdemont. En los mítines, dijo, los políticos se permiten "ciertas licencias y concesiones" que no pueden usar en sede parlamentaria.

"Aunque sea un mitin o un acto de partido, los ciudadanos siguen viendo a Sáenz de Santamaría como la vicepresidenta del Gobierno. Es muy difícil separar la cara gubernamental de la cara del partido", estima Ignacio Martín Granados, miembro del Consejo Directivo de la Asociación de Comunicación Política (ACOP). Y advierte que los mitines han cambiado. "Son actos en los que los candidatos explican sus propuestas electorales de cara a unas elecciones, pero solo ante asistentes que ya están convencidos, casi nadie va a varios mitines de diferentes partidos para que les resuelvan las dudas sobre a quién votar", explica.

El riesgo del "aplauso fácil"

De acuerdo al experto en comunicación política, estos actos se han convertido en un instrumento "para sacar músculo". "Van todos los medios de comunicación, tenemos acceso a mucha información. Son una fiesta y los partidos tratan de hacerlos lo más divertido posible. A veces, incluso, parecen 'El club de la comedia'", dice. Pero advierte un problema: "al calor del simpatizante y de los vítores, los políticos piensan que están en territorio amigo y no piensan en las consecuencias de la presencia de los medios y, sobre todo, de las redes sociales".

En el debate por televisión tienen claro que los mensajes llegan a una audiencia general en la que hay votantes y otros que no lo son"

Para Martín Granados, la diferencia entre un mitin y un debate televisado radica en que durante el segundo de ellos, el político cuenta con "un contrincante que le devuelve la pelota", es un acto que se percibe "más serio", mientras que en el primero propicia el "aplauso fácil y las descalificaciones" al considerarse "un encuentro entre amigos". Con él coincide Marta Rebolledo, la subdirectora del Máster en Comunicación Política de la Universidad de Navarra.

"En el debate por televisión los políticos tienen claro que los mensajes llegan a más gente. Se trata de una audiencia general en la que hay votantes y otros que no lo son. En un mitin se supone que el tipo de público al que que te diriges son 'los tuyos', por lo que el objetivo es movilizar y crear esa sensación de euforia y contagio", explica.

Candidatos "de laboratorio"

Y, aunque avisa de los "riesgos" que supone no controlar determinadas "licencias", también aclara que no es beneficioso parecer "encorsetado". El baile a lo Freddie Mercury del líder del PSC Miquel Iceta durante la campaña de las Elecciones al Parlamento de Cataluña de 2015 fue una de esas licencias que, sin embargo, sirvió al socialista para mostrar cercanía a los votantes. "No se puede controlar todo en política, pero sí tienes que minimizar riesgos. Muchas veces hay cosas que surgen sin más y, aunque a primera vista puede parecer negativo, luego es beneficioso. El baile de Iceta le hizo ganar carisma, pero también puede ocurrir al revés", apunta la experta en comunicación política. 

Por otro lado, asegura, lo peor que le pueden decir hoy en día a un político en campaña es que es un "producto de marketing", como le ocurrió en su momento a Pedro Sánchez, o le ha ocurrido más recientemente a la candidata de Ciudadanos a la presidencia de la Generalitat, Inés Arrimadas, cuando en pleno debate con los otros seis contrincantes, cuando el exconseller de Justicia del Govern, Carles Mundó (ERC), le acusó de ser una "candidata de laboratorio".

"Aunque el debate es más encorsetado y todo el mundo sabe que los políticos lo preparan con un equipo de asesores, tienes que ser creíble, y la falta de naturalidad es la peor critica que le puedes hacer a un político", opina Rebolledo. Se trata de buscar un equilibrio, dice, entre la preparación y la naturalidad. Una fórmula compleja en un un mundo digital en el que cada vez es más fácil difundir las meteduras de pata.

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