El ambiente de la mañana era el de las grandes ocasiones y la concentración de periodistas y de cámaras pronosticaba que cualquier minucia que fuera captada podría multiplicar su difusión convirtiéndose en noticia. Rebosaba de informadores el patio formado entre los dos edificios, el área de prensa, la Tribuna del hemiciclo, donde además de los sospechosos habituales se dejaban ver algunas caras menos habituales. Iban entrando los diputados y casi al final lo hicieron los de Esquerra Republicana y Junts per Cat con sus ramitos de flores amarillas que pasaron inadvertidas sin levantar mayor curiosidad. Jueces y cronometradores a sus puestos dicen los altavoces en los estadios olímpicos. Así también el lunes 23 a las 12 horas se iniciaba el Pleno de Investidura con la presidenta puntual rogando a todos que ocuparan sus escaños.
Primero fue la jura de cuatro señoras diputadas que sustituían a quienes habían renunciado a sus escaños como por ejemplo a Antonio (Tony) Roldán Monés disidente de la deriva impuesta a Ciudadanos por Albert Rivera. Enseguida el candidato, Pedro Sánchez, subió a la tribuna de oradores para una intervención sin límite de tiempo que sumó 120 minutos y fue dedicada a exponer según preceptúa el punto 2 del artículo 99 de la Constitución el programa político del Gobierno que pretende formar y solicitar la confianza de la Cámara. Ese “sin límite de tiempo” acaba siendo una trampa porque incita a extenderse sobrepasando la capacidad de atención de la audiencia. Hubo puntualidad en la apertura de la sesión. Ninguna excentricidad en la indumentaria de las señoras diputadas y las consabidas informalidades exhibidas por los señores diputados de Podemos y algunas otras formaciones de menor relevancia.
Repetía Napoleón qu’il faut créer l’événement y el empeño del candidato Sánchez era el de crear el vértigo del no-gobierno que indujera la asunción de responsabilidades en primer lugar del Grupo Popular y del de Ciudadanos. Su esquema argumental era el de la viñeta de Chumy Chúmez que dibujaba un prócer en el estrado dirigiéndose a la multitud para decirles O yo o el caos. Cualquier otra alternativa quedaba descartada. Por eso, todos los esfuerzos de Pedro Sánchez iban encaminados a crear el vértigo del no-gobierno que por un plano inclinado llevaría a desencadenar una nueva convocatoria electoral. Y llegados a este punto la batalla del relato es la de dilucidar quién cargaría con esa mochila a sus espaldas. Partiendo del supuesto de que quien quede identificado por el público como causante de provocarlas será severamente penalizado en las urnas, mientras que los que comparezcan como campeones de haber intentado ahorrarlas, obtendrán el favor de los votantes.
Pedro Sánchez, en un tono suasorio carente de énfasis ni de esas aceleraciones que incitan a la claque, desgranaba sus seis propuestas; desmenuzaba estrategias, ejes, leyes orgánicas; alternaba el dibujo de una España en vanguardia del feminismo, de la igualdad, del ecologismo, del europeísmo, de le revolución digital, en una versión idílica de “las nubes se levantan, los pajaritos cantan…” que se cumpliría de su mano en el gobierno y en caso contrario se frustraría. La cuestión en el aire es la de dónde saldrían los recursos para pagar todas las ventajas que vamos a gozar o a qué otras maravillas habríamos de renunciar. Eso sí, el candidato conseguía pasar por alto cualquier mención a sus aliados necesarios de Podemos y, algo todavía más difícil, sorteaba pronunciar la palabra Cataluña.
El turno de intervenciones quedaba fijado para las cuatro de la tarde siguiendo el orden de mayor a menor empezando por Pablo Casado del Partido Popular que mostró sus facultades dialécticas y probó que tiene galvanizado a los diputados de su Grupo. Reconozcamos el acierto del elefante morado y señalemos cómo fueron sus afirmaciones más inconvenientes las que recibieron las ovaciones de mayor intensidad en términos de decibelios y más prolongadas. Se cumplía una vez más el adagio de “por sus aplausos los conoceréis. El turno de Albert Rivera de Cs confirmó su baja forma. Se enamora de sus propias ocurrencias y las repite hasta la saciedad. Además, sigue en el cultivo del victimismo más primario y parece haberse inscrito en la cofradía del santo reproche. Lo niega todo pero trasluce estar afectado por las deserciones registradas en sus filas.
Iglesias quería vender cara su derrota desquitándose en la tribuna con toda clase de brindis al sol de sus inscritos
La esgrima más esperada era la que había de enfrentar a Pablo Manuel Iglesias con Pedro Sánchez. Primero hubimos de tomar nota de que la portavoz, Irene Montero, se había anticipado a solicitar el voto telemático, lo que dejaba el protagonismo al excluido, que comparecía con todas las cuentas pendientes, renegando del trágala al que quería someterle el candidato, del que no ahorraba detalles. Pablo Manuel quería vender cara su derrota desquitándose en la tribuna con toda clase de brindis al sol de sus inscritos. Además, redujo la propuesta de Pedro Sánchez de reformar el artículo 99 de la Constitución a una finta en favor de la comodidad desacorde con las características de una democracia parlamentaria, en línea con lo que al día siguiente sostenía Miguel Satrústegui en las páginas de El País.
De la segunda jornada resaltemos al nuevo Rufián con Unamuno a cuestas que comparece vacunado contra la excentricidad y convencido de la eficacia del suaviter in modo, fortiter in res. Interesante escucharle que a él España no le roba, pero enseguida vuelta al estribillo del victimismo igual que su competidora de Junts pel Cat, Laura Borrás. Se quejan de padecimientos que están infligiendo a los catalanes que no quieren ponerse en fila. Aitor Esteban vino con el cuento de “estamos a Rolex o estamos a setas”. El único que subió a la tribuna sin despeinarse ofreciendo su sí en primera instancia fue José María Mazón del PRC seguro que si hay gobierno tendrá premio. Continuará.