Se viven horas bajas en Moncloa. En términos políticos, casi todo lo que puede ir mal, va mal. El Gobierno es incapaz de controlar la agenda. Está asediado por la investigación a Begoña Gómez, las rebajas de penas a etarras, las cuitas internas en el PSOE y las novedades de la trama Koldo. Pedro Sánchez está en el centro de una tormenta perfecta que le ha llevado a activar un comité de crisis que, según ha sabido este diario, lanzará una ofensiva mediática de ministros para intentar tapar los escándalos.
En verdad, el Ejecutivo hace semanas que ha perdido la batalla del relato. Muestra de ello fue el puñetazo que le dio el prestigioso semanario británico 'The Economist' la semana pasada al destripar en un artículo al presidente del Gobierno en poco más de mil palabras encabezadas por un titular que indignó a buena parte del Ejecutivo: "Sánchez se aferra al poder a costa de la democracia española".
Varios ministros, en conversación con este diario, no dudaron en arremeter contra la publicación, a la que directamente califican como un medio que "reproduce los bulos de la derecha patria", en línea con la tesis del sociólogo Jesús M. de Miguel, quien en otro artículo sostiene que el semanario basa su información en "bulos": "Toma los bulos como hechos, la desinformación como la realidad. Adopta la posición de la derecha y ultraderecha (...) sin enjuiciar racionalmente lo que ocurre" en España.
La comunicación del Ejecutivo, controlada por el secretario de Estado del ramo, Francesc Vallés, es el corazón de la protección política del presidente. Y en estos momentos es una sala de guerra que controla al máximo los mensajes y el argumentario. Hasta el punto de forzar a la ministra portavoz, Pilar Alegría, a retorcer la realidad judicial de la esposa del presidente del Gobierno tras la decisión de la Audiencia Nacional de permitir al juez Juan Carlos Peinado seguir investigándola en lo referente a su relación con la Universidad Complutense, que le ha cancelado los dos másteres y la cátedra que dirigía, y con el empresario Juan Carlos Barrabés.
La idea del búnker de Moncloa es lanzar a los ministros a los medios para intentar manejar la conversación pública una vez baje la presión de esta semana, que empezó con el 'gol' de Moncloa y de Bildu al Congreso. Y es que socialistas y abertzales pactaron que Sumar repescaría una proposición de ley de 2021 firmada por Podemos para lograr una rebaja de penas a decenas de etarras condenados. Moncloa se lavó las manos y puso el foco en los diputados, pero aquello se hizo con el visto bueno del PSOE, que cedió a las presiones de Bildu sobre política penitenciaria a cambio de sus votos en el Congreso.
Cada día que pasa, Sánchez está más débil. Es un hecho. Basta escuchar la ristra de problemas que se le acumulan y acrecientan. Todo ello no hay quien lo justifique ante los militantes, los simpatizantes y los votantes de buena parte del país. Los cuadros socialistas intermedios de media España están de uñas. Por eso, el líder socialista vislumbra el Congreso Federal más convulso desde que dirige el partido.
Y hay que sumar la creciente pelea interna. La dirección federal se ha impuesto a varias federaciones que pretendían adelantar sus propios congresos autonómicos para llegar al gran cónclave de Sevilla, que se celebrará del 29 del noviembre al 1 de diciembre, con sus liderazgos ya resueltos. Pero Sánchez lo ha impedido. El aparato socialista quiere colocar en algunos territorios a sus particulares delfines. La planta noble de Ferraz está promoviendo candidaturas alternativas en territorios como Madrid.
Lo cierto es que la comunicación obsesiona en Moncloa. Es más, se culminó la grabación de una docuserie, que no se ha publicado aún, y que trata de acercar el día a día del equipo de la presidencia del Gobierno y de su inquilino a los ciudadanos. Cualquier herramienta importa para mejorar la imagen del presidente.
La docuserie de marras recoge los recuerdos y anécdotas de los trabajadores del complejo de La Moncloa o una imagen que muestra a Pedro Sánchez y su mujer Begoña Gómez desayunando en la residencia presidencial. El objetivo es mostrar una cara más cercana y amable del presidente del Gobierno. Pero los recientes escándalos que le rodean han complicado su última fase. Ahora, Sánchez volverá a usar a sus ministros como bomberos.