Hace ya más de 60 años que comenzó la historia de amor-odio entre el campo y la Unión Europea, que este domingo se la juega en las elecciones al Parlamento Europeo. A diferencia de otras relaciones matrimoniales, esta no es gratuita: sobre la mesa hay 386.600 millones de euros en juego, la cantidad del presupuesto de la Unión Europea que se va a destinar a la PAC desde el 2021 hasta el 2027.
"El marco financiero plurianual (MFP) de la UE para el período 2021-2027, asciende a 1,21 billones de euros. [...] La asignación total para la política agrícola común (PAC) asciende a 386.600 millones de euros", recogen en la misma página web de la Comisión Europea.
No es tema baladí: estas elecciones son clave para el campo, para la Unión Europea y para el pacto que les une desde 1962. La Política Agraria Común (PAC) es una de las principales políticas de la UE (y la más antigua), y constituye una de las pocas materias cuya potestad política está cedida a la Comisión. Además, mueve una gran cantidad de dinero.
Pese a todo, durante mucho tiempo, ha sido una relación cuanto menos complicada, en la que, aunque también ha habido momentos de cariño, la mayoría del tiempo ha estado marcado por el resentimiento.
La historia de la PAC y su relación con el campo
Orígenes de la PAC
A principios de 1962, tras la devastación de la Segunda Guerra Mundial, y después de 140 horas de debate y discusión, los ministros de los seis países fundadores de la UE llegaron a un acuerdo que daba efecto jurídico al primer acuerdo común en materia agrícola, enmarcado en una serie de medidas que buscaban "un futuro de unión y paz".
Ya entonces dejaron claros cuáles iban a ser sus objetivos: aumentar la productividad y estabilizar los mercados, garantizar la disponibilidad de alimentos a precios razonables y proporcionar niveles de vida justos a los agricultores. Unos inicios de la relación positivos y esperanzados, porque el campo se ubicaba como principal interés de la UE.
Con el paso del tiempo, la productividad y la disponibilidad de los alimentos aumentaron, pero la renta de los agricultores se mantuvo estancada a pesar de las ayudas que recibían de la PAC. El comisario europeo de Agricultura, Sicco Mansholt, "pronosticó que el exceso de producción y las ayudas a los precios podrían producir desequilibrios de mercado". Había que tomar decisiones.
Propuso entonces una modernización a gran escala, con el objetivo de mejorar el nivel de vida de los agricultores y evitar distorsiones del mercado. Se trataba de un plan que se basaba en dos pilares: optimizar la superficie cultivada y fusionar explotaciones agrícolas para crear unidades más grandes.
Comienzan los problemas
Hasta entonces, todo avanzaba de manera más o menos positiva. Pero llegaron los años 80, y aparecieron los primeros problemas serios: la producción comenzó a superar la demanda, dando lugar a demasiados excedentes.
Los agricultores se veían obligados a tirar alimentos o a venderlos fuera del mercado a precios mucho más bajos. Aparecen así las primeras grietas a consecuencia del acuerdo entre todos los países; y ya entonces comenzaron las revueltas esporádicas de agricultores y ganaderos que pedían acabar con la PAC y recuperar la independencia.
La solución que tomaron en Bruselas no fue precisamente alentadora para el campo. Se instauró, en 1984, un sistema de cuotas para productos como la leche, a fin de limitar el exceso de producción y gestionar la oferta. "Cada productor recibe una cuota que representa la cantidad de alimentos que puede producir. Se impone una tasa a quienes superen la cuota. Al mismo tiempo, crece la presión por parte de agentes externos que acusan a las Comunidades Europeas de un exceso de proteccionismo y piden la liberalización del mercado", explican desde la Comisión Europea.
Dos décadas de estabilidad
Tras las revueltas que se produjeron en la década de los 80, se realizaron algunas reformas. La principal fue abandonar la política de precios garantizados ilimitados y comenzar a dar ayuda directa a la renta de los agricultores. Pero incluyen por primera vez obligaciones para que los agricultores protejan el medio ambiente e incentivos para que mejoren la calidad de los alimentos.
Esta medida, positiva de primeras, se terminará convirtiendo en la soga del campo: "Si quieres ayuda, tienes que cumplir con estas exigencias", sería el mensaje que se lance. Pero en la balanza del campo, todavía pesaban más los aspectos positivos que los negativos. El apoyo comunitario seguía por encima del 'ahogo' medioambientalista.
Así pasaron los años '90 y los primeros 2000, en un equilibrio sano y que parecía que daba sus frutos.
El ecologismo, cada vez más 'ahogante'
Aunque las medidas de sostenibilidad iban aumentando, todavía se hablaba de feliz matrimonio. Hasta que llegó el año 2013. La llegada del nuevo milenio trajo consigo "nuevos retos". La 'obsesión' por el medio ambiente se hizo evidente, y se convirtió en centro de la PAC. "No solo debe garantizar prosperidad y buena alimentación para la sociedad, sino que también debe responder a nuevas inquietudes como el cambio climático, el bienestar animal, la seguridad de los alimentos y el uso sostenible de los recursos naturales", defendieron en la reforma que se realizó aquel año, y que marcó el inicio del 'divorcio'.
La PAC daba ayudas al campo para que pudieran hacer frente a todos los retos, pero no fueron suficientes; ya no tenían independencia productiva y la presión de terceros países se hacía ya insufrible. Y así, hasta que en el 2021, cuando la ya tensa situación entre ambas partes estaba casi muerta, terminó saltando por los aires.
Unas elecciones clave
En este contexto, después de las revueltas que se han producido por todo Europa, estas elecciones se presentan fundamentales para el campo, no solo porque el sector primario va a tener un peso importantísimo en la próxima legislatura, sino porque de cómo evolucione la relación entre ambas partes dependen muchas cosas. Para empezar, 386.600 millones de euros.