La presidenta de la mesa en la que votó Fraga era una monja. Todo un símbolo del cambio. Un exministro de la Gobernación de Franco dinamitando la larga y terrible noche de la dictadura frente a una urna con hábitos al fondo. Era la mañana de un miércoles, 15 de junio, de hace ahora, también, cuarenta años. “No podemos pasarnos otros cuarenta años hablando de los cuarenta años”, decía José Sacristán en la última escena de “Solos en la madrugada”.
Fueron las elecciones del ‘puedo prometer y prometo’, ese eslogan electoral que el periodista Fernando Ónega se inventó para su candidato Aldolfo Suárez. Las del póster que un dibujante llamado José Ramón Sánchez ideó para Felipe González. Un cartel revolucionario para la época, un dibujo hippie/rural, un cómic colorido, casi sicodélico, a mitad de camino entre el submarino y el tractor amarillo.
Fraga votó ante la monja, Suárez y Carrillo lo hicieron con corbata y González se enfundó en un incómodo traje de jefe de planta de grandes almacenes. Todos lo hicieron a primeras horas de la mañana, en una ceremonia solemne y ruidosa, rodeados de fotógrafos, cámaras de tv. y cientos de curiosos que siguieron anhelantes la curiosa liturgia de la democracia. Entre la expectación y la esperanza. Sin apenas incidentes. "Libertad sin ira", había cantado el grupo Jarcha como banda sonora del nacimiento de 'Diario 16'.
La voladura controlada del régimen dio su primer paso sin estridencias, casi sin levantar polvo. Era un guigantesco búnker que se desmoronaba como un castillo de arena. Una señora se empeñó en votar al Rey. Las mesas de Galicia se llenaron, al mediodía, de cervezas, cocalolas y bocadillos de jamón, un detalle de don Manuel. Un caballero de Gijón que se olvidó el DNI, pretendió votar con el carné de socio del Sporting, quizás en homenaje a Garci. La CIA vigilaba de cerca. No podía ocurrir en España ‘otro Portugal’. Ni militares ni claveles. La Corona era la garantía.
Los sudores eternos de Martín Villa
Concurrieron 5343 candidatos encuadrados en 589 candidaturaas. Un total de 22 partidos lo hicieron a nivel nacional. "La sopa de letras", se llamó a aquel despliegue. Todos querían un papel en la función, un escaño en el Congreso, un pedacito en la gloria de la nueva España. Votó el 78,89 por ciento del censo. La mayor abstención correspondió a las provincias gallegas. Orense se llevó la palma. Sólo votó el 47 por ciento del electorado.
La noche más larga de la dictadura dio paso a la noche más larga del escrutinio electoral. Sin experiencia en el proceso y sin los ordenadores de Indra, el goteo en el recuento se alargó durante casi 24 horas. Rodolfo Martín Villa, ministro de la Gobernación, se consagró como el gran protagonista de esas largas y tediosas horas de tedioso conteo de las papeletas. En el Palacio de Congresos de la Castellana, atiborrado por una masa ingente de periodistas (casi 800 enviados especiales de todo el mundo), Martín Villa comparecía a cada rato para leer el mínimo avance de los datos. Sudaba la gota gorda y con el índice se colocaba, a cada segundo, las enormes gafas en el lugar correcto de la nariz. Esas impensables gafotas y ese sudor frontal también pasaron a la pequeña historia de la gran jornada.
Los periódicos echaron el cierre son adivinar el resultado. El diario ABC imprimió una edición especial a las 6 de la madrugada con tan sólo el 18,18 por ciento del escrutinio. La UCD suarista casi doblaba al PSOE y hasta Alianza Popular se imponía al PCE. Hasta las 13,30 del mediodía no se alcanzó el 75 por ciento de los votos escrutados. Farragoso, lento, interminable proceso que le valió a Martín Villa el sobrenombre de “el pucherazo”. Un apelativo injusto, como luego se encargaría de demostrar la historia.
A primera hora de la tarde se despejó el panorama. Los diarios lograron llegar a los kioskos con unos resultados que en algo se parecerían a la fotografía final. El diario “El País”, por ejemplo, evitó titular en portada con el nombre del partido ganador. En lugar de eso, optó por darle la vuelta y decidió abrir su primera con este encabezamiento: “El Centro no tendrá mayoría parlamentaria”. Es decir, se daba por hecho que había ganado, pero no se explicitaba. Y añadía un subtítulo: “El PSOE se consolida como el primer partido del país”. UCD concurrió a los primeros comicios democrático como una coalición de diversas formaciones que se integrarían luego en el gran partido que venció en las generales de 1979 y luego, vertiginosamente, se extinguió.
El electorado más singular fue el catalán. En La izquierda se impuso en las urnas de Cataluña. El PSC se impuso con 15 escaños a un Pacto Democrático que alcanzó 11. No existía aún Convergencia democrática. Fue la única excepción al bipartidismo, algo imperfecto, que se instaló en el Parlamento durante tres largas décadas.
La madre que la parió
Suárez, el joven secretario general del Movimiento, el falangista valiente y descarado, político valiente, arrojado, decidido y carismático, había alcanzado su gran sueño. UCD consiguió 165 votos, lo que le permitió gobernar gracias al apoyo de los 16 que logró AP. Felipe González fue la gran revelación, el PSOE que apenas había existido durante la dictadura, que carecía de una estructura sólida y armada, se encaramó como segunda fuerza incontestable con 118 diputados. "Me ha faltado una semana más de campaña", confesó luego a los suyos. Santiago Carrillo se plantificó en 20. Ese mismo día, el 16 de junio de 1997, Leónidas Breznev era proclamado presidente de la URSS.
“A España no la va a conocer ni la madre que la parió”, había dicho Alfonso Guerra, otro de los protagonistas de aquella jornada y de aquellos años. Nada estaba “atado y bien atado”, como se creyó el dictador, que murió en la cama. El eterno ‘número dos’ de González, describió con sencillez aquellos momentos: “La felicidad de la gente, los primeros mítines, esa alegría, esa pasión por la libertad. Todo eso ya no se volverá a vivir porque, afortunadamente, es el signo de que disfrutamos ya de la libertad. Pero a mí, que me quiten lo bailao”.