Cataluña y el deterioro de las instituciones son los principales problemas del país a criterio del Rey. Dos "serias preocupaciones", señala en su sexto discurso navideño envuelto en una cierta pesadumbre, una especie de melancolía borbónica, mal disimulada por las pertinaces invocaciones a "confiar en España, a mantenernos unidos, sin divisiones ni enfrentamientos". Evitada en el mensaje del pasado año, Cataluña reaparece en el frontispicio del mensaje real con una invocación explícita y recurrente a defender la Constitución.
El mensaje del Monarca se produce en uno de los momentos más dramáticos de nuestra historia. En plena negociación del Gobierno con un partido secesionista que hace dos años promovía un golpe al Estado. Felipe VI ha inundado su alocución con palabras entusiastas, que transmiten ilusión y esperanza, como "solidaridad", "igualdad", "libertad", "tolerancia", "respeto". Una bienintencionada jaculatoria en medio de un maremoto. Casi como un tema de U2 con el que intenta combatir la amenazante calamidad que se cierne sobre la nación. Un himno al que le falta el aliento.
El Rey se muestra muy preocupado ante la creciente desafección de la sociedad hacia sus instituciones. "Vivimos tiempos de mucha incertidumbre". Lo repite con insistencia en su mensaje, en el que no olvida recordarle a los políticos su obligación de deshacer el nudo gordiano de la formación de Gobierno, para que tomen la decisión "que consideren más conveniente para el interés general de todos los españoles". El 'interés general', subraya el Monarca. Poco que ver con los meandros ocultos por los que se desenvuelve el actual equipo de Moncloa para desembocar en la investidura.
Concordia, generosidad, afectos, respeto y diálogo entre personas de ideologías muy diferentes que en su día derribaron "muros de intolerancia, rencor e incomprensión"
El jefe del Estado ha intentado plantar cara al obsceno espectáculo del manoseo de la Justicia, a la ostensible humillación del Gobierno ante la arrogancia de los separatistas, al desprestigio de las instituciones, con una lluvia de elogios a la "serenidad y entereza" de la sociedad y a la Constitución como garantía de nuestra convivencia. Concordia, generosidad, afectos, respeto y diálogo entre personas de ideologías muy diferentes que en su día derribaron "muros de intolerancia, rencor e incomprensión". No caer en los extremos. Ni en la engañosa autocomplacencia ni en la autocrítica destructiva. Y hasta un recuerdo a que nuestra Carta Magna reconoce "la diversidad territorial que nos define". Pantalla superada. Ya estamos en la 'nación de naciones' y en las "ocho naciones" de Miquel Iceta.
"Confiemos en España, mantengámonos unidos en los valores democráticos que compartimos, sin divisiones ni enfrentamientos"
Una lírica voluntarista se apodera del discurso del Rey, consciente de que buena parte de sus ciudadanos miran hacia la Corona como el último baluarte para contener la oleada del desastre que ya se adivina. Inyección de autoestima, de convicción en nuestros valores, "confiemos en España, mantengámonos unidos en los valores democráticos que compartimos, sin divisiones ni enfrentamientos".
Como corolario final, una invocación que quizás se pretendía épica pero sonaba a ruego: "ensemos en grande, avancemos unidos, todos juntos, sabemos hacerlo, conocemos el camino..." Más Roca Barea y menos Pérez Reverte. El homilía de Nochebuena se deslizó por el sendero de la esperanza, adecuada para la noche más familiar del año, muy alejada de la hiriente y penumbrosa realidad. Una exhortación a mantener en alto el optimismo cívico, la determinación democrática, el espíritu constitucional cuarenta años después de su fundación. "España no puede quedarse inmóvil". Habrá que moverse, claro, pero ¿hacia dónde? y, sobre todo, ¿quién señala el camino?. ¿Quizás Sánchez? ¿Será Junqueras? La prédica de don Felipe tenía ese amargo regusto de la charla del entrenador en el descanso de un partido que vas perdiendo por goleada.