¿Y si fallan los cálculos? ¿Y si hemos tocado techo? Son las preguntas que se hace recurrentemente el PSOE en estos días de zozobra por la repetición electoral del 10-N. Las dudas que asaltan a los cuadros socialistas, las disimulen más o menos, son muchas. Y un nombre golpea el ánimo de los más pesimistas: Susana Díaz.
La líder del PSOE andaluz fue víctima de una amarga victoria hace nueve meses. Un triunfo insuficiente que expulsó al socialismo de la Junta de Andalucía por primera vez en democracia. Ni la peor encuesta interna de Díaz anunciaba un resultado tan malo como el que obtuvo el 2 de diciembre del 2018. Por eso forzó el adelanto electoral. Y se equivocó.
Muchos han visto un paralelismo entre la decisión de Díaz y la que ha tomado el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. El candidato del PSOE ha dejado morir la legislatura sin intentar mínimamente un acuerdo con Podemos. Sánchez no se ha entrevistado con el líder morado, Pablo Iglesias, desde la investidura fallida de julio.
Buenos sondeos
El Gobierno y el PSOE transmiten en público y en privado que han actuado correctamente y que no se podía pactar con Podemos. El riesgo de otras elecciones, dicen, es mejor que sacrificar la estabilidad del Ejecutivo. Pero detrás de ese mensaje se esconden unos buenos sondeos. Existe, al igual que en Andalucía aunque por distintos motivos, el convencimiento de que se mejorarán los resultados y que Sánchez será el único candidato con los números para formar Gobierno después del 10-N.
En las semanas previas al adelanto electoral en Andalucía, Díaz dudó mucho con la fecha. Pero finalmente se decantó por diciembre. Las encuestas eran buenas. El margen, suficiente. La posibilidad de que el PP y Ciudadanos desbancaran al PSOE, tan remotas que ni se contemplaban. Así lo transmitía el círculo de Sánchez, especialmente su director de Gabinete Iván Redondo, a todos los medios. Era la primera contienda electoral con Pablo Casado al frente del PP, y Sánchez quería mandarle un mensaje.
Susana Díaz eligió dormir la campaña. La candidata del PSOE estaba convencida de que el perfil bajo para evitar errores era la mejor estrategia. El socialismo estrenó en Andalucía un mensaje que a Sánchez le funcionó bien: agitar el miedo a Vox.
En Andalucía, sin embargo, fue contraproducente. Sus 12 escaños, que ningún sondeo detectó, fueron determinantes para sacar al PSOE de la Junta. Díaz pagó muy caro la desmovilización de su electorado. En una cosa sí tenía razón. El PP igualó el peor resultado de su historia en esta comunidad -26 escaños-, que sin embargo fueron suficientes para convertir a Juanma Moreno Bonilla en presidente.
Desmovilización de la izquierda
¿Se arriesga Sánchez a un escenario similar? Ninguna encuesta lo predice. Sin embargo, hay inquietantes paralelismos. La desmovilización del electorado de izquierdas es un riesgo real. Y el fantasma de Vox asusta menos después de su pinchazo el 28-A.
Sánchez tiene otras bazas. El PSOE dice que su base electoral es sólida. Sus análisis dicen que los votantes socialistas comparten la decisión del jefe del Ejecutivo de no ceder Y en su planteamiento inicial de campaña, Sánchez ha esbozado un giro al centro en busca de los votantes indecisos de Ciudadanos.
Sin embargo, su primera entrevista en La Sexta supuso un primer traspié. El presidente se pasó de frenada con Podemos. Dijo que no podía dormir tranquilo, “como el 95% de españoles”, con Iglesias en el Consejo de Ministros. Y aseguró que el acuerdo con Albert Rivera era “ciencia ficción”. ¿Con quién quiere pactar Sánchez?
Díaz tampoco reveló entonces con quien quería pactar. Y se reservó la posibilidad de hacerlo a un lado y a otro. La estrategia no funcionó.