En piel ajena ha visto Iñigo Urkullu el escaso recorrido de las propuestas soberanistas unilaterales. Primero, en la de su compañero de partido -que no de aspiraciones- Juan José Ibarretxe que con su plan chocó de forma estrepitosa en el Congreso y puso en bandeja la llegada a Ajuria Enea del socialista Patxi López. Después, como mediador de urgencia entre el Gobierno paralizado de Mariano Rajoy y el alterado de Carles Puigdemont. Ahora, en el espejo de Sabin Etxea ve que los mismos fantasmas pueden asaltar la política vasca de prosperar el acuerdo entre el PNV más extremo -encabezado por Joseba Egibar- y EH Bildu de la mano de Arnaldo Otegui.
La intención de seguir el camino de la unilateralidad asusta, y mucho, al lehendakari. Principalmente por dos motivos: por un lado, la espiral autodestructiva en la que ha entrado Cataluña demuestra que las aventuras políticas sin pactos previos tienen escaso recorrido y el que tienen está lleno de violencia de todo tipo; por otro, porque acabada la lacra del terrorismo nacionalista de ETA, la sociedad vasca no está preocupada en aventuras identitarias. Eso no significa que hayan desaparecido, ni mucho menos, pero si han caído a un segundo plano en busca de una tranquilidad política, económica y social que se ha añorado durante muchos años en Euskadi.
En este contexto, Urkullu ha querido, en su primera intervención tras las vacaciones de verano, ha tomado distancia del acuerdo alcanzado por su partido y EH Bildu en la ponencia de autogobierno y ha insistido en que se trata de un texto "inicial", por lo que resulta necesario "ensanchar" el acuerdo y garantizar su "recorrido institucional".
Para el lehendakari es más importante sumar adeptos, y mantener el actual Gobierno con el PSOE, que abrir una brecha política y social en el País Vasco. "Cada uno de nosotros tenemos nuestra opinión sobre lo que han hecho nuestros partidos en el Parlamento Vasco. Como lehendakari, me reitero en lo dicho: la posibilidad de que el acuerdo que resulte tenga recorrido institucional y sea lo más ancho posible, lo más consensuado posible, es la voluntad de este Gobierno de coalición PNV-PSE", ha señalado en San Sebastián. "Cuando hablamos de la necesidad de entendernos entre diferentes, hay que creer en ello", ha abundado el lehendakari.
Equilibrio en el PNV
Como si de una serie de televisión se tratase la historia del PNV es la del equilibrio entre el poli bueno y el poli malo. Entre el partido que aúpa gobiernos a Moncloa y el que amenaza con echarse al monte sin llegar nunca -de momento- a romper la baraja. En esta temporada, la trama versa sobre un nuevo estatuto vasco. Una nueva ley que fije el acomodo de los vascos con el resto de España y "supere", en la siempre medida y meditada terminología local, al inacabado Estatuto de Gernika del 79. Entre otras cosas, el nuevo texto, que cuenta con el rechazo del PSE, socio de Gobierno de Urkullu, Podemos y el PP, plantea que sea aprobado en referéndum antes del preceptivo paso por el Congreso de los Diputados.
Esta 'escapada al monte' de los nacionalistas contó, por razones diferentes, con la oposición de socialistas, populares y Podemos. Una oposición que poco ha importado a Andoni Ortúzar, mucho más radical que Iñigo Urkullu, que no dudó en amenazar con seguir adelante con el proceso rupturista: "Parar, no. No van a conseguir que paremos. Con ellos o sin ellos tiraremos para adelante. Si quieren venir con nosotros, encantados", señaló en el 123 aniversario de la fundación del partido de Sabino Arana.