En el siglo XIX, el Lehman Brothers que desató una crisis bancaria global se llamaba Overend, Gurney and Co. La entidad se declaraba en bancarrota en mayo de 1866 y el resultado de la quiebra fue una jornada de caos bautizada como “viernes negro” y un pánico que se extendió por todo el continente. Lo que hoy se describe como una crisis “sin precedentes” tiene uno muy claro: el de la España del siglo XIX que –según concluye un nuevo estudio del BCE— sirvió al país para reforzar su sistema financiero pero requirió la ayuda del banco central.
Los paralelismos de la España isabelina de 1866 con los de la España de 2013 resultan alarmantes hasta cierto punto. También en el siglo XIX el sistema bancario español se había embarcado en una inversión especulativa pero no en ladrillo sino en infinitos proyectos de ferrocarril. Antes de 1855, sólo se habían construido 440 kilómetros de vías. Entre 1856 y 1866 se abrieron al tráfico más de 4.300 kilómetros, una suma que –al igual que en el siglo XXI—volvía a superar la de algunos de nuestros países vecinos juntos. Y también como en la actualidad, bajo muchos de aquellos proyectos se escondían los grandes escándalos de corrupción que sacudían la prensa monárquica.
La banca se concentraba en ferrocarilles tras la que florecía la corrupción
También como con la burbuja inmobiliaria del siglo XX, en 1850 se produjo una expansión monetaria “tremenda” como consecuencia de la Ley General de Sociedades de Crédito de 1856. La norma permitía a las sociedades de ferrocarril depositar sus proyectos en los bancos y que fueran las entidades las que buscaran financiación para los promotores de las vías. En ese mismo año, la Ley de Bancos de Emisión convertía al Banco de San Fernando en el Banco de España y le permitía triplicar el volumen de billetes que emitía.
El boom de la construcción de ferrocarriles y la escasa regulación del sector dieron lugar a una explosión bancaria y a una concentración de riesgos: en 1861, se habían creado ya 12 sociedades de crédito; en 1864 ya eran 34. Como ocurre dos siglos más tarde, el BCE describe un sistema bancario tan “descentralizado” que permitía inversiones en proyectos no rentables.
Y llegó la crisis…
Con esos paralelismos sobre la mesa (concentración del riesgo, escasa regulación y un sistema de pequeños bancos descentralizados) llegó la crisis internacional. El Lehman Brothers de hace dos siglos se llamaba Overend, Gurney and Co. e hizo sacudirse todo el edificio internacional.
El BCE describe la recesión de 1860 como una "crisis de origen internacional"
La mayor sociedad de crédito de España, la Compañía General de Crédito suspendió pagos. El 85% de su inversión se concentraba entonces en líneas ferroviarias. Fue la Bankia del momento tras la que se vinieron abajo bancos menores como el Banco de Valladolid. La crisis se extendió a Cataluña y Catalana General de Crédito y Crédito Mobiliario Barcelonés suspendieron pagos. Cuando terminó lo que los historiadores del BCE describen como “una crisis de origen internacional”, el 40% del sistema financiero español había sido liquidado. La crisis había sido especialmente severa para las sociedades de crédito hasta el punto de que en Barcelona, el Ejército tuvo que intervenir para dar prioridad a los pagos en metálico a los trabajadores ante el temor a un alzamiento de los trabajadores.
A fecha de hoy, con una crisis internacional por cuyo fin ya se apuesta, el saldo resulta parecido: de las 45 entidades que componían el sistema financiero español sólo 28 siguen en pie y de ellas sólo dos cajas activas y limitadas a sus mercados locales, según los datos del Banco de España. Los disturbios de los ahorradores han sido mucho menores pero las medidas políticas sí se han adoptado.
El final depende del banco central
Fue la intervención del banco central la que puso fin a aquella crisis. El Banco de España se resistió a pedir préstamos al Banco de Inglaterra, algo que constituía un rescate de facto. A cambio, aumento de 30 a 50 millones de pesetas su emisión de fondos y acudió a los mercados internacionales entre 1864 y 1866 para poder prestar dinero al Gobierno. El Ejecutivo fue el que prestó después dinero y subsidios al sector privado. El flujo del crédito se convirtió también en aquella ocasión en la clave para detener la tormenta. La emisión de deuda de 1868, 1872 y 1873 atrajeron después flujos de capital internacional.
Ese último capítulo es el que todavía no tiene paralelismo en el siglo XXI. Sin un banco central propio y con un BCE reticente a financiar operaciones, el calco de las situaciones puede no ser exacto.
Pero el relato del BCE y su análisis deja una conclusión: la crisis sin precedentes que vive España no sólo tiene un precedente… sino que tiene, además, muchas lecciones olvidadas.