¿Debe quien un día fue la alcaldesa de España a ojos de sus seguidores arrastrarse por el Senado con tal de conservar el aforamiento? La imagen de Rita Barberá en su estreno este martes en el Grupo Mixto, tras ser investigada por el Supremo en el caso Imelsa, ha sido la de un púgil abatido, que si no fuera por la dialéctica parlamentaria, despertó más compasión que indignación entre sus nuevos compañeros. Hasta los eternos rivales de Compromís se estremecieron al ver a una Barberá grogui, atolondrada, muy desmejorada físicamente. Que no le iban a permitir ser portavoz de comisión alguna (ella quería serlo en la Constitucional o en la de Economía, a las que antes pertenecía) estaba cantado. Ahora le piden que deje de ser senadora, pero tal ruego tiene más de gesto de caridad que de exigencia en el albero político.
Esto fue lo que hizo desde la tribuna el actual portavoz del Grupo Mixto, Francisco Javier Alegre, de Ciudadanos. Instó a Mariano Rajoy a que reclame el escaño a Barberá. Pero esa eventual renuncia, que ya sería una muestra de dignidad, antes que de claudicación, tardará en llegar. Porque ni el líder popular posee ya autoridad alguna sobre su antigua munícipe estrella, ni esta señora tiene la cabeza sobre sus hombros. De aquella Barberá de las mayorías absolutas (1995, 1999, 2003, 2007 y 2011), de las amistades poderosas, del vasallaje y la pleitesía a la Corona, del ordeno y mando con puño de hierro, del carácter de la que llamaron la Thatcher valenciana, no queda más que el rastro de un alma en pena.
"Buenos días, ¿me dejan pasar?", preguntó Barberá a sus colegas de pupitre en su primer día de cole. Lo hizo emulando a ese alumno repetidor que genera profundo recelo. Pero en este caso, no despertó ni eso. Lo que transmitían en privado los senadores del Grupo Mixto que compartieron con ella mesa redonda es que la habían notado "desconcertada", como si tuviera la mente en otro sitio y sobre todo "aturdida por lo que está viviendo".
Barberá apenas abrió la boca en la mesa redonda y sólo mostró interés por ser portavoz de la Comisión Constitucional o de la de Economía
Relatan estas fuentes presentes en la reunión del Grupo Mixto que Barberá apenas abrió la boca, salvo cuando, después de que se abordaran los puntos del Pleno, mostró su único interés por ser portavoz de la Comisión Constitucional o de la de Economía. Acto seguido abandonó la sala (ya no regresó más) para que "con calma" sus señorías debatieran y le otorgaran o no ese último deseo, la última aspiración de una longeva carrera profesional que entró en barrena hace tiempo.
El sanedrín, como era de esperar, le privó de tal consolación y le asignó, porque era obligatorio según el Reglamento, una vocalía menor, la del final del reparto automático, esto es, la viceportavocía de la Comisión de Incompatibilidades (cobrará ahora 5.333 euros, casi 700 euros más). El senador de Compromís, Carles Mulet, que ya tiene otras funciones orgánicas, ni siquiera se molestó por ceder tal puesto a Barberá. En política también se siente lástima.
El espíritu vagante de la exregidora sólo encontró calor y efímeros gestos cariñosos en el líder del PP catalán, Xavier García Albiol, y algunos senadores populares, como los que le acompañaron al término de la sesión por mera deferencia. Con el expresidente de la Generalitat Alberto Fabra -designado como ella por las Cortes Valencianas- coincidió en el comedor del Senado, donde también departió con García Albiol, quien, no obstante, asegura que, en su caso, "ya habría dejado el acta". Sin embargo, y pese a que fuentes parlamentarias del PP y de otros partidos sitúan a Albiol en esa escena en el comedor, el coordinador general de los populares catalanes lo ha negado rotundamente este miércoles en conversación con Vozpópuli. Según señala, lo más cerca que tuvo ayer a Barberá fue a "veinte metros en el salón de Plenos" y afirma que no habría tenido problema en saludarla si se hubiera cruzado con ella. Además, apunta que él almorzó fuera de la Cámara Alta junto a sus compañeras Rosa Vindel y Alicia Sánchez Camacho.
Con todo, los mayores apoyos de Barberá en el día de ayer fueron los policías de la Cámara Alta, que le abrían paso como antes lo hacían sus conmilitones. Fue ella misma quien luego, al inicio del Pleno vespertino, volvió al buscar refugio en el PP y se arrimó a la bancada popular para no sentirse aislada, tal jarrón chino cuarteado, en el nuevo asignado escaño (el 301). Un sitio alejado del grueso del Grupo Mixto. Ella se sentó en el número 299, una butaca sobrante. Así pudo compartir confidencias con el senador del PP que tenía al lado, Mariano Hernández, electo por La Palma. Idéntico 'modus operandi' al seguido por el expopular Pedro Gómez de la Serna en el Congreso de los Diputados en la legislatura fallida.
Vota lo mismo que el PP en "regeneración democrática"
Allí permaneció siendo diana de los ataques que la oposición dirigió al PP en el debate sobre "regeneración democrática". La iniciativa de los populares al respecto, con la que defendieron que la mejor manera de fortalecer la democracia es permitir un gobierno presidido "por la fuerza más votada", contó con el voto a favor de Rita. El resto de integrantes del Grupo Mixto no respaldaron la propuesta.
Al parecer, Barberá no cogió ayer el AVE a Madrid -tren al que tampoco subió el pasado día 13 tras la decisión del Supremo- sino que habría viajado en coche desde Valencia con dos asistentes. Un trayecto que parece estar dispuesta a repetir al menos hasta que se disuelvan las Cortes dentro de un mes. Luego podrá retomar el escaño, ya que fue elegida por designación autonómica, lo que le faculta para continuar en el Senado hasta 2019. Pero Barberá no está en plenas condiciones psicomotrices de aguantar el acta hasta entonces. Sólo deambula su espectro.