España

"Nunca volveré a sentirme española":

Para una parte de los catalanes ya no hay marcha atrás. Cualquier argumento que cuestione el futuro tras la independencia suena a manipulación. 

  • Un manifestante de la concentración convocada en apoyo a la declaración unilateral de independencia el martes.

"¿Cómo puedo querer seguir siendo española cuando vi sangrar a mis vecinos en el referéndum?". Es lo que se pregunta Sara, una camarera de 30 años que participó como miembro de una mesa electoral en la consulta ilegal del 1 de octubre y que presenció cómo los agentes antidisturbios de la Policía Nacional  desalojaron por la fuerza el colegio electoral de su barrio. 

"Cuando ves cómo pegan a tu gente es imposible que nada te haga volver", apunta mientras aclara unas copas en el local de cervezas artesanas que regenta en la ciudad condal. "Por mucho miedo que nos intenten meter, para mí ya no hay vuelta atrás", apostilla Lidia -32 años- y socia en el negocio. "Lo de las cargas fue un punto de no retorno. Mucha gente que no es independentista y que no iba a votar, acabó bajando a los colegios", enfatiza. 

Esta especie de mantra se repite desde aquel día entre los partidarios de la ruptura con España. "Las cargas nos han hecho más fuertes", comentaban los manifestantes en la huelga general del 3 de octubre. "Yo no quiero ser independentista, pero me están obligando a serlo", recalcaba indignado César -53 años- que se quedó en paro hace cinco en una fábrica de componentes para el automóvil. Lo hacía después de ver que el mensaje del Rey Felipe VI no contenía ningún guiño a los heridos. 

"Lo único que pueden hacer es dejarles votar en condiciones para decidir su futuro", añade Jesús -27 años- al ser preguntado por la deriva que puede tomar el proceso a partir de ahora. "Si aplican el artículo 155, toda esta gente se va a levantar de verdad y acabará mal", asevera este recepcionista de un hotel de Barcelona, que sin ser independentista, justifica la situación. 

"Tiene difícil arreglo. Y ni los unos ni los otros van a dar su brazo a torcer", augura Antonio, que a sus 73 años aún lleva las riendas de un bar de toda la vida en el barrio barcelonés de Poble Nou. "Ahora nos quieren acojonar con lo de que se van las empresas", sentencia soltando una carcajada convencido de que sus dos nietas adolescentes verán la independencia.

Los cinco protagonistas de este reportaje tienen algo en común: todos son emigrantes de otras regiones de España o hijos de emigrantes. Lo que habitualmente se conoce como 'charnegos', con cierta carga peyorativa. Las dos primeras chicas nacieron en Cataluña, el tercero llegó con apenas 15 años, el cuarto lleva viviendo en Barcelona desde 2011 y el quinto ha pasado más de 50 años en Cataluña. 

"Me han insultado toda la vida"

"Siempre he tenido que aguantar las mismas bromas cuando volvía a Ciudad Real", reniega César. "Que si es un rata que no quiere pagar, que si os creéis mejor que el resto de España... Vamos, que me han insultado toda la vida", critica. "Yo sé que aquí también hay corrupción y no quiero ni a los Pujol ni a Mas, pero es que con el Rajoy no puedo", añade dejando entrever que prefiere que le roben 'los de casa'. 

"De mi familia de León, los que han justificado la violencia para mí es como si ya no existieran", sentencia Sara, cuya madre nació en un pueblo de El Bierzo y emigró antes de tenerla a ella. "De pequeña tenía amigas allí porque iba en verano. Pero de un año para otro empezaron a decirme gilipolleces por ser catalana y ahora paso de volver", recuerda. "¿Para qué? ¿Para que me digan que soy independentista porque me manipularon en el colegio y por ver TV3?", prosigue indignada. 

"No se dan cuenta de que aquí tenemos una cultura distinta. Hay más tradición de asociaciones y eso ayudó mucho el día del referéndum. A cada problema, encontrábamos una solución", recalca su compañera Lidia. "Además, tenemos otra lengua que quieras que no, pues te hace ver las cosas de otra manera. Eso es muy difícil de entender fuera. Y te lo digo yo que mis padres eran de la provincia de Sevilla", remata. "Aquí hemos sabido desarrollar una industria muy fuerte. Qué culpa tenemos nosotros de que en Castilla no hayan sabido modernizarse?", añade haciendo gala del argumentario que más o menos todos comparten.

Ninguno de ellos demuestra la más mínima preocupación ante la fuga de empresas que han decidido trasladar sus sedes sociales en las últimas semanas a otros puntos de España para huir de la incertidumbre económica que acompaña a la declaración de independencia. "Tarde o temprano volverán a poner su sede aquí. ¿O te crees que con la de clientes que tienen aquí nos van a dejar en la estacada?", señala César, repitiendo el mensaje lanzado por el portavoz del Govern horas antes del discurso de Puigdemont

Tampoco dan la más mínima importancia a la posible salida de la Unión Europea si se terminase consumando una independencia unilateral. "No van a dejar que se vaya una economía y un pueblo tan importante. No se lo pueden permitir", concluye Antonio. 

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