Embarcó Rajoy en el avión que el llevaba a Pekín pocas horas después de haber despachado, sin pestañear, a Ruiz-Gallardón, su ministro menos apreciado, y de haber sepultado la ley del aborto, su iniciativa más polémica. Arrancaba así una semana intensa y atípica para la vicepresidenta, sentada en el puente de mando de la Moncloa, con el rey en Nueva York y el presidente del Gobierno en China.
Juego simultáneo
Sáenz de Santamaría ha sido durante unos días la más alta jerarquía del Estado en territorio español en unas jornadas críticas, en las que Artur Mas amagaba con estampar la firma en la convocatoria de su referéndum ilegal, en las que el titular de Justicia protagonizaba una estruendosa pero limitada crisis de Gobierno y el ente televisivo español perdía a su máximo responsable.
Soraya al frente de la nave, sola en el cuadro de mandos, entretenida en una partida simultánea en al menos tres tableros sin nadie en las alturas. El rey y el presidente estaban a miles de kilómetros de Madrid. Conocía de sobra la jugada y cómo propinar el jaque mate. Desprecio supino a las bravatas de Mas, que ya se la encontrará. Relevo inmediato del ministro en fuga, clac-clac, y ni un pestañeo ante las turbulencias en el Ente. Tres chasquidos de dedos le bastaron para liquidar estos asuntos mientras preparaba con su fiel Cristóbal Montoro el paquete presupuestario para el viernes.
Desde hace meses, la fiel auxiliar de Rajoy es quien maneja los hilos del frente soberanista, congela la ley del aborto y abandona a Echenique cuando ella lo colocó en RTVE
La vicepresidenta no sólo amplía su ámbito de poder, sino que, en estas procelosas jornadas, lo ha puesto en evidencia. Las agendas deparan estas casualidades. O no. Desde hace meses, la fiel auxiliar de Rajoy es quien maneja los hilos más delicados del frente soberanista catalán. Desde hace meses, es quien congela el anteproyecto de ley del aborto que le ha costado el puesto a Gallardón. Hace dos años, es quien colocó al malogrado Echenique al frente del Pirulí, hasta que se sintió defraudada y lo abandonó a su suerte.
Tres jugadas muy bien ensayadas, por supuesto con la anuencia del presidente, quien naturalmente es quien mueve el pulgar de la sentencia. No le agradan a Sáenz de Santamaría los políticos, sólo dan problemas. A veces hasta tienen principios e incluso ideales. No dan más que problemas. Abogada del Estado, se rodea de jóvenes tecnócratas para desarrollar su labor. No se trata precisamente de esos brillantes enarcas que controlan la Administración francesa, pero ellos se lo creen. Y su jefa, también. Altaneros y displicentes, han ocupado los despachos del poder y juegan a dirigir una enrevesada travesía con muy irregular fortuna.
Una máquina de gestión
Poco a poco el Gobierno de Rajoy va diluyendo su perfil político para convertirse en una máquina de gestión. Blindada e inaccesible. Con el relevo de Gallardón por el muy ilustre técnico Rafael Catalá (próximo a Rajoy y por supuesto, a la vicepresidenta) son ya cuatro los miembros del gabinete sin carnet del partido (Wert, Guindos y Morenés). Están luego los amigos del presidente, como Fernández Díaz, Pastor y Soria, que ejercen de eso, de gente de confianza de Rajoy. Entregados y sumisos, voluntariosos e irregulares. En este grupo cabe incluir a García-Margallo, que va por libre y no le toman en serio aunque molesta. Y por ahí deambulan Mato, alma en pena, Tejerina, otra tecnócrata y, por supuesto, Montoro y Báñez, dos fieles piezas del equipo de la vicepresidenta, los centuriones de Soraya. Esta es la radiografía del Gobierno de Rajoy, perfil plano, si aristas, obsesionados con su supervivencia personal y con el rabillo del ojo en permanente vigilancia hacia Moncloa. ¿Qué se dice de mí? ¿Le ha gustado al jefe? Y así, en general.
A la hora de repartir carteras, el partido no existe. Ni tampoco sus postulados ideológicos más básicos, según las quejas de algunos populares
Huye la vicepresidenta, como Rajoy, de los conflictos y se retira de la primera línea cuando hay peligro en el horizonte o avizora alguna tormenta. Esta semana envió a la fiel Fátima al Congreso a dar la cara en sustitución del defenestrado Gallardón. Resultaba singular ver a la ministra de Empleo debatiendo sobre interrupciones de embarazo. No estuvo tampoco en vanguardia cuando la reforma laboral y se ocultó aviesamente con la semifallida reforma fiscal. Soraya juega sus bazas, evita los riesgos, mueve a sus peones y mira fijamente hacia el horizonte. Su pequeño ejército coriáceo de no tan brillantes ejecutivos va acaparando áreas de poder, va laminando los obstáculos y desbrozando el camino por donde transitará luego 'la jefa'.
Una estrategia arriesgada
¿Y el partido? ¿Dónde está el PP? El clamoroso silencio de Génova tras ser enterrado el proyecto de ley del aborto ha resultado estrepitoso. En esta semana de gloria monclovita muy poco movimiento se ha advertido en Génova. Dolores de Cospedal se conoce el paño. No eran días para protagonismos ni jaculatorias. La secretaria general ha permanecido en su discretísimo octavo plano. Ni se la ha visto.
Llovían las llamadas de veteranos dirigentes de la formación, asombrados con el cajonazo al aborto, incrédulos con la salida de Gallardón, iracundos con el rápido relevo y cabreados con la elección. ¿Y qué pinta el partido en todo ésto?, se quejaban amargamente a Cospedal. Años de entrega, de defender unos valores, de aguantar insultos, persecuciones, desprecios. Para nada... A la hora de repartir carteras, el partido no existe. Ni tampoco sus postulados ideológicos más básicos. Debaten en las agrupaciones los programas, las estrategias, las líneas de acción y luego, desde Moncloa, en un plis plas, suben impuestos, manosean la Ley de Educación, sepultan la reforma del aborto. Y sólo se acuerdan del partido para echarle la bazofia de Bárcenas y la de la Gürtel, como si Rajoy no le debiera la presidencia del partido al atribulado Camps.
Una estrategia singular en puertas de un año electoral decisivo. Y con un PSOE enfrente que apuesta netamente por la pirotecnia política y la mercdotecnia electoralista. Pero el pragmatismo se ha adueñado de Moncloa. Rajoy sólo cree en Arriola y confía en su diligente Soraya. Ya vendrá el tiempo de los mítines y de acariciar el lomo de la militancia. Pero ahora no toca.
La urgencia de la crisis moldeó el perfil del Ejecutivo. Todo lo que no fueran resultados económicos quedaba desplazado. Ni batallas políticas sni debates ideológicos. "Nadie sabe muy bien de qué color es Soraya. Yo creo que podría estar perfectamente en el PSOE", comentaba recientemente un experimentado dirigente popular desde su atalaya zaragozana. No será para tanto. Ni siquiera. Pero Sáenz de Santamaría se ha convertido en el Travolta de aquella película: "No preguntes. Yo soy quien dice cómo están las cosas". Y punto.