El vicepresidente y ministro italiano de Asuntos Exteriores, Antonio Tajani, tiene una calle con su nombre en Gijón. Se la dedicó el Principado de Asturias en atención a su mediación, cuando se desempeñaba como vicepresidente de la Comisión Europea y comisario de Industria, para evitar la deslocalización de una fábrica de amortiguadores. Tajani se implicó personalmente en una negociación que conjuró el peligro de cierre de la factoría y permitió preservar decenas de puestos de trabajo tras convencer a la multinacional norteamericana propietaria de la planta de que valía la pena apostar por su continuidad en la región. Los empleados impulsaron la iniciativa para que el hoy responsable de la política exterior del Gobierno de Georgia Meloni tuviera un reconocimiento perdurable a la altura del esfuerzo que este dirigente italiano puso en la defensa de los intereses de la factoría y su plantilla.
Tajani definió aquella peripecia como un ejemplo del poder del "trabajo en concordia", en este caso entre las distintas administraciones y representantes del tejido empresarial local. Cuando contó la historia, durante la ceremonia de entrega de los Premios Princesa de Asturias de 2017, adornó el relato con una cita del escritor romano Publio Siro: "Donde hay concordia siempre hay victoria». Acabó su intervención con un "¡Viva la democracia! ¡Viva Europa! ¡Viva España! y ¡Viva el Rey! "
Por entonces, acababa de ser elegido presidente del Parlamento Europeo, cargo al que accedió gracias, entre otras razones, a que conocía como pocos los entresijos de la intrincada política comunitaria, en la que la capacidad de entenderse hasta con los extintores de los pasillos de la Eurocámara supone una cualidad impagable que precisamente Tajani había sabido desarrollar durante sus largos años empapado en la bruma bruselense.
Su carta a Puigdemont
A Tajani le gusta España. Y le duele. De hecho sus recientes advertencias, expuestas por otra parte con un respeto exquisito, sobre la ley de amnistía y otras concesiones de Pedro Sánchez al independentismo catalán, suponen solo las últimas de sus 'reflexiones' en torno al devenir político de la que considera, desde hace mucho, su segunda patria. Que ahora, sin responsabilidades directas sobre el proyecto de construcción europeo, haya expresado una cierta inquietud ante las "concesiones divisorias y controvertidas" incluidas en la ley de amnistía y en el resto de componendas urdidas entre Sánchez y los independentistas es congruente con su actitud ante las exigencias del eurodiputado Puigdemont cuando el italiano permanecía al frente del Parlamento. "Parece que sus nombres (los de Carles Puigdemont y Toni Comín) no están en la lista de miembros electos comunicada oficialmente al Parlamento Europeo por las autoridades españolas. En consecuencia, y hasta nuevo aviso por parte de las autoridades españolas, no estoy en posición de tratarles como futuros miembros del Parlamento Europeo", fue la respuesta que Tajani espetó en 2019 al expresidente catalán y a su exconsejero cuando estos reclamaron sus actas de europarlamentarios en pleno frenesí de euroórdenes activadas por el magistrado Pablo Llarena.
A la sombra de Berlusconi
Su debilidad hacia España enlaza con esa inquietud territorial que ve regresiva cualquier opción terruñera en unos tiempos de irreversible interconexión, lo que le ha llevado en múltiples ocasiones a defender la unidad nacional frente a las convulsiones generadas en torno al 1-O. «Es importante respetar las autonomías y las diferentes identidades en todos los países de la Unión, pero la patria es una sola, no hay pequeñas patrias. La patria es España, al igual que lo es Italia", declaró en una entrevista con ABC por aquellos tiempos.
Tajani es un político paradójico: su adhesión a Forza Italia, el partido del desaparecido Silvio Berlusconi, chirría con un talante tan expresivo como poco identificable con ese populismo que siempre definió al que fue su jefe de filas y mentor político, del que nunca abjuró pese a parecerse a Il Cavaliere como un huevo a una castaña.
Solo un botón de muestra: por "motivos éticos", decidió renunciar a la indemnización de casi medio millón de euros que le correspondía cuando cesó como comisario europeo.
gwy
Junto con Tusk y Juncker, y por supuesto junto a Felipe VI, ya salvó a España una vez en 2017. Pero un suicida pertinaz suele tener éxito, y Ex-paña es desde hace mucho una sociedad suicida. No siempre van a poder salvarnos desde fuera. Ni lo merecemos.
Zabulon
Mucha culpa de todo esto la tiene otro italiano, ya fallecido, un tal David Sassoli cuando,siendo presidente del Parlamento Europeo admitió como eurodiputdos a Puigdemont y Comin que no cumplian con los requisitos necesarios para serlo.Si no hubiera sido así esta pareja posiblemente hubieran entrado en la trena. De aquelos polvos, estos lodos.