Vinícius José Paixão de Oliveira Junior nació el 12 de julio de 2000 en la favela Portão da Rosa, São Gonçalo (hinterland de Rio de Janeiro, Brasil). Es uno de los hijos que tuvieron Vinicius José Paixão de Oliveira (senior) y su esposa Fernanda. El padre, al menos en teoría, se ganaba la vida reparando ordenadores y la madre se ocupaba de la diminuta casa y de los chicos.
El entorno es importante. La favela Portão da Rosa es uno de los lugares más peligrosos de Brasil, y también de los más pobres y superpoblados. El lugar está azotado por el tráfico de drogas (allí gobierna el “comando Vermelho”), por el de armas y por las iglesias evangélicas: São Gonçalo está en el corazón mismo de la llamada “revolución evangélica” de Brasil, un movimiento religioso de extrema derecha populista que fue fundamental para hacer presidente al “ultra” Jair Bolsonaro. Pero hay que admitir que la secta evangélica, que crece incesantemente, que mantiene a sus adeptos en la ignorancia y que estimula su fanatismo, en el plano asistencial llega allí donde el Estado brasileño es incapaz de llegar; esa es una de las razones de su éxito.
La historia de Vinícius Jr., por lo menos al principio, recuerda mucho a la de Oliver Twist, de Dickens. El chaval se crio y aprendió a sobrevivir en la calle, con los arrapiezos de su edad. Las fotos de entonces lo muestran muy flaco, muy cabezón y con una mirada huidiza. Apenas aprendió, de niño, a leer y escribir. Iba por casa, como él mismo ha reconocido, nada más que a comer, a dormir y a “jugar a la FIFA”, porque estamos ya ante una generación que vive en las lindes de la miseria, como tantas, pero que tiene teléfono móvil y videojuegos.
Este de la FIFA es uno de los más populares y adictivos. Se trata de jugar partidos de fútbol virtuales con equipos “de verdad”, en los que los muñequitos que cada cual mueve en la pantalla tienen nombre de auténticas estrellas y juegan mejor o peor según su categoría; el jugador toma las decisiones. Ahí Vinícius adquiría siempre la personalidad del ídolo de su infancia, Leo Messi: otro niño pobre que empezó dando balonazos a una puerta y que llegó a lo más alto de la cumbre. Otro Oliver Twist. También le encantaban las habilidades de Robinho.
Vinícius destacaba con el balón (lo mismo en el videojuego que en la calle) a pesar de que no levantaba mucho más de un metro del suelo. Era casi forzoso que alguien se diese cuenta porque, como sucedió con el clan Messi, tener cerca a un geniecito del fútbol podía significar la diferencia entre la miseria y una vida, por lo menos, normal para toda la familia. Un pequeño artista del regate podía ser la gallina de los huevos de oro. Fue Vinícius padre quien se dio cuenta del talento del chavalín y quien dedicó incesantes esfuerzos para sacarle partido.
Empezó con el fútbol sala, como quizá no podía ser de otro modo. A los seis años, el niño empezó a estudiar. A los siete, su padre lo inscribió en el club Canto do Rio, en Niteroi, al sur de São Gonçalo. Aquello estaba lejísimos de casa y no había dinero para transporte. Así que la familia decidió enviar al chico a vivir con su tío Ulises, primo de Vinícius padre, a quien le iban mejor las cosas y se alojaba muy cerca del club. Esa fue la primera despedida familiar de Vini, como le llamaba todo el mundo.
En apenas un año, aquel crío dejó pasmados a los del club. Se movía como una ardilla, era capaz de hacer prodigios en espacios muy reducidos (el famoso chapeau de Robinho) y, en cuanto se ponía la camiseta, el chavalín se transformaba: se convertía en un líder, en un organizador, en un arquitecto, en un genio vehemente.
La segunda despedida llegó en agosto de 2010, cuando el niño logró entrar en el club Flamengo para jugar al fútbol de verdad, no al de siete críos corriendo por una cancha pequeña; lo había intentado el año anterior pero el club le pidió que esperase unos meses porque, sencillamente, no se podían creer que aquel chavalín fuese capaz de hacer lo que todos veían que hacía. Cuando por fin fue admitido, cada mañana se veía a una madre amorosa que llevaba al chico hasta la puerta de las instalaciones. Por la tarde estaba allí para recogerlo. El esfuerzo de tiempo y dinero que tuvo que hacer la familia en aquellos días fue muy grande. Pero era una inversión en la que todos confiaban.
Muy pronto empezaron a llegar los premios, las medallas y las “botas de oro” para aquel ya casi adolescente que muy pronto demostró que su sitio no estaba en un lateral, donde le habían puesto, sino delante, manejando las fauces del tiburón. Debutó como profesional en el primer equipo del Flamengo a los 17 años, en mayo de 2017. Jugó diez minutos, pero dos días después le ampliaron el contrato por cinco temporadas más y le pusieron una disparatada cláusula de rescisión de 45 millones de euros.
¿La razón? Los halcones. Desde tiempo atrás había aves de presa, ojeadores de otros equipos que sobrevolaban a aquel chaval que ya había logrado proporcionar su cabeza con el resto del cuerpo y que jugaba como si le fuese la vida en ello. Lo requería de amores el Manchester United. Y el Barcelona, el equipo de Messi (que era el favorito de Vini desde los tiempos del videojuego de la FIFA). Y el Real Madrid. Con aquella cláusula de los 45 millones, el Flamengo pretendía hacer un negocio colosal.
Y lo consiguió. El Real Madrid ganó la partida arrasando a los demás con un cheque “imposible de rechazar”, que habría dicho Marlon Brando en El padrino: el traspaso más caro de la historia del fútbol brasileño. Pero es que el chico, poco antes, había marcado siete goles en el campeonato sudamericano sub-17 y había dado la victoria a Brasil. Florentino Pérez sabía lo que hacía. Incluso se permitió el lujo de “prestarle” el jugador a su club de origen, el Flamengo, durante una temporada más, para que el muchacho terminase de cuajar físicamente.
Hoy Vinícius Jr. es la estrella emergente del club blanco. Y eso que, por razones de edad, al principio lo inscribieron en el equipo filial, el Castilla. Debutó en el Bernabéu en agosto de 2018. Después de un tiempo de rodaje, hizo pareja artística con Karim Benzema y ambos formaron una pareja de escualos irresistible en la delantera del equipo. Llevaron al Real Madrid a su 34º campeonato de Liga, en la temporada 2019-2020. Fue el segundo máximo goleador del curso 2021-2022 (el primero fue, naturalmente, Benzema). Llevó a Brasil a los cuartos de final del Mundial de Catar, en el que marcó jun gol, como quizá no podía ser de otra manera.
Ese muchacho rápido, alto, sentimental y apasionado, de pasmosa habilidad, que no bebe alcohol, que no tiene carné de conducir, del que no se sabe cuántas novias tiene o ha tenido (la Prensa le atribuye un número equivalente al de los abonados de la guía de teléfonos de Alicante, más o menos) y que se lo ha ganado todo él solo, vive ahora en un casoplón en La Moraleja. De más está decir que junto a toda su familia, la que se desvivió en una chabola de Brasil para sacarlo adelante.
¿Qué le falta, entonces, para ser feliz? Pues que le dejen en paz. ¿Quiénes? Los integrantes de diversas manadas de primates que, en muy diversos estadios, parecen hallar una gran diversión en insultar a uno de los mejores futbolistas del mundo por el simple hecho de que su piel es negra. Pasó en el campo del Atlético de Madrid en septiembre de 2022. Pasó en Valladolid en diciembre del mismo año. Unas semanas después, un muñeco (negro) con la camiseta del jugador apareció ahorcado en un puente de Madrid. En febrero regresaron los insultos en Mallorca. Siempre es igual: los presuntos aficionados le llaman “mono” y comienzan a saltar, a aullar y a gesticular como los monos. Qué otra cosa podrían hacer, si bien se mira, dada su condición y su equipaje neuronal.
Los insultos racistas llegaron al extremo de lo intolerable hace unos días, en el estadio de Mestalla, en Valencia. Lo intolerable fue, sobre todo, el número de los primates, extraordinariamente crecido. En todos los casos anteriores (también en este último) hubo reacciones oficiales, enérgicas condenas verbales, indignaciones diversas y, tras lo de Valencia, una multita, algunas detenciones y cierre (parcial) del graderío que suelen ocupar los simios aulladores. Y luego están los “comentaristas” que aseguran que la culpa de todo la tiene él, Vinícius, que les provoca.
Les provocará, está claro, por ser negro, que quién le manda, ¿verdad?, pudiendo ser blanco como las personas decentes; es decir, como ellos, tanto los ultras cercopitecos como los “comentaristas”.
Vinícius Jr. seguirá jugando como los ángeles, para disfrute de los verdaderos aficionados al fútbol, y, a no ser que se tomen medidas serias y eficaces, los primates racistas seguirán con sus aspavientos y sus aullidos, puesto que en realidad nadie se lo impide.
Y muchos seguiremos preguntándonos, viendo estas cosas, si la evolución de la especie humana que definió Darwin va siempre hacia delante o a veces va hacia atrás.
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El homo sapiens sapiens es la única especie de la familia de los homínidos que sobrevive hoy. Todas las demás, como los hombres de Kibish, Idaltu, Skhul, Neanderthal y alguna más, están extinguidas desde hace al menos 40.000 años. Salvo que uno se fije en los especímenes que aparecen en algunas gradas de algunos estadios de fútbol, ante los cuales esta teoría se tambalea seriamente. El humorista Chumy Chúmez, ya fallecido, dibujó hace años una viñeta en la que uno le decía a otro: “Es verdad que el hombre desciende del mono, pero es que usted descendió ayer”. Pues quizá es eso lo que pasa.
No, el hombre no desciende del mono. Los gorilas, chimpancés, orangutanes y seres humanos se clasifican hoy dentro de la familia de los homínidos, pero son primos entre sí. Esto quiere decir que todas esas especies y subespecies tienen un antepasado común, no que procedan unas de otras.
El homo sapiens sapiens tiene una gran capacidad craneal y, por tanto, un cerebro muy grande en proporción al resto de su cuerpo; cerebro que unos individuos usan y otros… Pues miren ustedes, pues quizá no tanto.
El sapiens sapiens, como muchísimos animales más, llega al mundo con una serie de características mentales impresas en los genes. El miedo, por ejemplo. La propensión a la violencia contra sus semejantes. El odio. La discriminación, el rechazo al que es distinto. El gregarismo. La tendencia a dominar a los otros, sean propios o extraños.
Pero el sapiens sapiens, además de su inteligencia, dispone de una increíble capacidad de aprendizaje, seguramente mayor que la de ningún otro ser vivo. Así, generación tras generación, siglo tras siglo, ha ido creando códigos morales que tienden a generalizar la tolerancia, el respeto hacia los demás, la empatía, la convivencia pacífica y la armonía. Y desde luego la dignidad. También ha creado sentimientos de admiración y de autosuperación, tanto en lo físico (el fútbol, por ejemplo) como en lo social. El sapiens sapiens creó la escritura, después las leyes escritas y más tarde algo tan artificioso, tan frágil y tan benéfico como la democracia.
Eso se llama civilización.
Pero, como es comprensible, no todos los sapiens sapiens son iguales. Hay numerosos individuos que siguen propendiendo al egoísmo, a la intolerancia, al rechazo instintivo hacia quien es diferente, al abuso y, en fin, a la violencia. Eso, que podemos ver en ciertas gradas de ciertos estadios de fútbol (pero no solo ahí, ni muchísimo menos), es prueba evidente de que nuestra genética es casi la misma que la de los simios; y que si lo que llamamos civilización no hace su efecto sobre los individuos, estos tienden a comportarse (al menos cuando están en grupo y se sienten impunes) como lo que en realidad son: animales.
Mono, mono. Uh, uh. Bueno, lo mismo le decían a Darwin.
S.Johnson
"...Hay numerosos individuos que siguen propendiendo al egoísmo, a la intolerancia, al rechazo instintivo hacia quien es diferente, al abuso y, en fin, a la violencia..." Rigurosamente cierto, pero... ¿qué tiene que ver con Vinicius? Los homínidos quizá, en ciertas circunstancias, queden lejos pero está claro que aún no hemos superado la tribu y destruir los dioses de la tribu enemiga es elemental. El que el dios de la otra tribu sea negro no es mas que un punto a favor... de nuestra tribu, facilita mucho la labor de zapa. Nada que ver con el racismo. Si Vinicius fuera el dios de nuestra tribu los tributos y homenajes serían incontables... pero por supuesto solo en nuestra tribu. Son los problemas que tienen los 'dioses' de las tribus, pero deberían tener en cuenta que les va en el sueldo. Si fueran monaguillos nadie se metería con ellos.
Orencio
Como de costumbre, excelente. Adelante.