Dice el historiador Emilio Gentile que cuando todo es mafia nada en realidad lo es. Usado para cualquier nomenclatura, el término se banaliza y terminar por diluirse como un azucarillo perdiendo toda su fuerza y alterando la propia realidad. Hay algo de todo eso en la controvertida figura de Silvio Berlusconi, y por ende en su criatura política: Forza Italia. Siempre envuelta en varios y contradictorios trajes, el resultado es que no se sabe muy bien quién es, hacia dónde va y de dónde viene.
"Forza Italia nace en Brancaccio, un barrio mafioso de Palermo. Corría el año 1993. El ideólogo fue Marcello Dell’Utri y el fundador Berlusconi". Las palabras, que resuenan como un trueno, son de Attilio Bolzoni, cronista del diario Domani y especialista en crimen organizado. "Un año antes comenzó el escándalo de Manos Limpias (Tangentopoli) con la detención de Mario Chiesa, hombre de confianza de Bettino Craxi. Sucedieron los atentados de los jueces Falcone y Borsellino… En 1992 jamás estuvieron tan cerca Milán y Palermo, porque mientras caía la Primera República se desmantelaba el sistema mafioso creándose un enorme vacío de poder. Lógicamente Giulio Andreotti ya no pudo ser reelegido presidente del Consejo de ministros", aclara. Es ahí donde irrumpe Silvio Berlusconi, quien ganará sus primeras elecciones en 1994, gobierno que duró menos de un año ya que la Lega de Umberto Bossi le retiró su apoyo -clave en el entonces tablero de ajedrez político- para devolvérselo años después.
Ese primer mandato del ex Cavaliere, además de ser el único de la historia republicana con presencia de exponentes del Movimiento Social Italiano (partido de inspiración neofascista), tuvo algo de innovativo: su política era la antipolítica, sus hombres eran empresarios, su fin era el dinero y su altavoz era Mediaset con sus tres canales, un puñado de velinas y el monopolio de la publicidad. Esa corriente fulgurante arribó con fuerza para sustituir las viejas recetas del pentapartito (Democracia Cristiana, Socialistas, Socialdemócratas, Liberales y Republicanos), que había movido los hilos del país durante varias décadas.
Arribó sin pedir la vez para proteger sus empresas privadas, legitimadas por la famosa Ley Mammì (un regalo para sus televisiones), y arropadas por todos aquellos partidos que pagaba para el cometido, principalmente la Democracia Cristiana y los socialistas de Craxi, su gran hombre de confianza. De hecho, cuando cae el castillo de naipes y el líder del partido socialista se fuga a Túnez, se ve prácticamente obligado a preparar su salto en política para seguir dotando de inmunidad a sus empresas, a su fortuna.
No tardaron en llegar las primeras grietas. Y es que al ser un partido fundado en pocos meses -sin la densidad política y el linaje de la DC o el PCI-, carecía de anticuerpos ante presuntas infiltraciones oscuras. "Las hubo, las hubo", espeta Bolzoni. Es más, Dell’Utri fue condenado por concurso externo en asociación mafiosa al erigirse el mediador del pacto entre Cosa Nostra y Berlusconi. "Ambos aún siguen siendo investigados por las matanzas de Capaci (la de Falcone). No sé de dónde sacó tanto dinero. Yo creo que la presencia del Biscione dentro del gobierno puso fin a estas masacres porque ya no eran necesarias. Tenían dentro a quien querían".
Berlusconi II, III y IV
Tras un breve gobierno técnico de Lamberto Dini y el lustro dorado del Ulivo (1996-01 con Romano Prodi, D’Alema y Amato como premiers), Forza Italia vuelve a ganar unas elecciones en 2001. En sus cuatro años de mandato (hasta el 23 de abril de 2005), se convirtió en el ejecutivo más longevo desde la Unificación de Italia, sólo por detrás del de Mussolini. Con algunos ajustes, le siguió un tercer encargo de tan sólo un año (2005-06), coincidiendo con el final de la legislatura, ordenado también por el presidente de la República: Carlo Azeglio Ciampi. Como personajes fuertes que la tejían, además de Gianni Letta (histórico director del diario romano Il Tempo), se encontraban Gianfranco Fini, Mirko Tremaglia, Giulio Tremonti, Beppe Pisanu, Roberto Castelli, Antonio Martino y Rocco Buttiglione. Todos con carteras importantes.
"Berlusconi triunfó porque supo cuándo tenía que lanzarse a la política. Lo hizo tras comprobar que había un vacío en el sector moderado. Y no creo que el éxito de Fininvest (con sus canales Rete 4, Italia 1 y Canale5) haya coincidido con este hecho sino mucho antes. Ya interpretó qué televisión quería ver el italiano. Creo sinceramente que salvó a Italia de la bancarrota en el 92 y se liberó de una camisa de fuerza que llevaba tiempo ahogando al país: la vieja clase dirigente que cae poco después del Muro de Berlín y de la Unión Soviética", afirma Davide Gicalone, periodista y escritor italiano, otrora consultor de Fininvest.
Pese a que niega una presunta vinculación a Tangentopoli (financiación ilegal de partidos), admite haber sido uomo forte del propio Berlusconi en sus años dorados de la propaganda televisiva, esos en los que llegó a controlar hasta seis canales: sus tres privados más la televisión pública (RAI Uno, Dos y Tres). De hecho, andaba detrás de la ley Mammì. "Llegó ajeno a la política, y eso causó sensación. No creo que sólo mirara por el empresario descuidando lo social. Ni siquiera que usara siempre Mediaset para hacer campaña política. Sólo para la primera legislatura, pues había que operar en dos o tres meses. El resto no… Piensa que ganó, perdió, ganó, perdió… Ahí tienes el ejemplo", subraya firmemente.
Una de esas caídas supuso el fin de su legislatura y la sucesión de Romano Prodi, que afrontaba con L’Unione su segundo mandato. Un barbecho que duró para el ex presidente del Milán un par de años. Hasta que en 2008 se hizo nuevamente con el cetro de Palazzo Chigi y lo ocupó hasta 2011, sustituido dramáticamente por el gobierno técnico de Mario Monti, quien cogió un país al borde del colapso con una prima de riesgo por las nubes. Fue la última vez que Berlusconi gobernó como jefe máximo a través de Forza Italia, partido que por otra parte calificó la situación de complot internacional contra su macho alfa.
Escándalos judiciales
No se sabe muy bien dónde comienza Berlusconi y termina Forza Italia, y al revés. Uno es la prolongación del otro, y viceversa. Ambos han remado con un único fin: garantizar las financias de su imperio. En su travesía mesiánica no afrontó pocos problemas con la justicia, quien le condenó por fraude fiscal en el proceso Mediaset, hecho que le llevó incluso la expulsión del Parlamento en 2013. Cuatro años de cárcel, condonados en su mayoría por indulto.
Hace algunos meses, precisamente, fue rehabilitado en el hemiciclo, donde llegó henchido de narcisismo, de ego. También hace algunos meses salió absuelto del escándalo Ruby Ter, la mujer marroquí que le acusó de incitación a la prostitución de menores en los festines sexuales de Arcore. De hecho, la Fiscalía llegó incluso a pedir seis años de prisión por intentar comprar el silencio de algunos testigos. Si a eso se le suma su vinculación a la logia masónica P2, sus ataques de amor hacia Putin, las cruzadas -mutuas- contra Repubblica-L’Espresso, los asaltos judiciarios contra el empresario Carlo De Benedetti, la infiltración mafiosa en la reconstrucción de L’Aquila tras el terremoto cuando era aún primer ministro o la implicación en la corrupción que en 1991 llevó al juez Vittorio Metta a asignar el control de Mondadori a Fininvest, el traje berlusconiano queda -cuanto menos- llamativo.
"Craxi salvó las televisiones de Berlusconi con el famoso decreto que nosotros intentamos cambiar. Sin Craxi, Berlusconi tuvo que bajar al fango. Su partido político siempre fue la tele, porque jamás confió en la política clásica. El poder de la tv hace que hoy siga en juego. Cuando gobernamos nosotros cometimos un error grave: infravalorar el poder de este aparato. Ha berlusconizado la cultura de masa. Soy antiberluscoiano, promoví el referéndum contra la ley Mammì, pero nada. Eso sí, no discuto su indudable talento y la capacidad para construir un imperio". Así le ve, desde la oposición, el senador Vincenzo Maria Vita, quien fuera subsecretario del 1996 a 01 con los gobiernos Prodi, D’Alema y Amato. "Hoy no es el mismo que yo conocí. Ha envejecido, y su poder es residual. Se ha erigido en un gran promotor de campañas políticas, aunque hace que Forza Italia (8% de votos en las pasadas elecciones) viva, y que el gobierno Meloni la siga teniendo en cuenta. No es poco".
Su último baile
Como a Giulio Andreotti, al ex Cavaliere le habría gustado alcanzar la colina del Quirinal. Quizás sólo por la presidencia de la República, solo por ella, habría abandonado su querida Forza Italia. Como sabe que no podrá ser así, le queda un último baile haciendo alarde de una moral bañada en cicuta. "Berlusconi es un empresario que siempre miró por sus propios intereses. La política fue un medio. A veces sus intereses personales coincidían con los del país, luego protegiendo uno lo hacía indirectamente con el otro. Así se explica su buena relación con la Rusia de Putin o la Libia de Gheddafi. También hizo reformas sociales mejores que las de muchos gobiernos de izquierda", explica el filósofo Diego Fusaro, una de las voces más discordantes del belpaese. "Fue defensor a ultranza del capital, aunque en 2011 un golpe de estado económico promovido por la Unión Europea se lo llevó por delante… Lo sustituyó por un gobierno técnico, el equivalente a una junta militar, que no debió jamás tener ninguna relación con el pueblo, precisamente el gran votante de Silvio. Fue listo, porque agachó la cabeza y en lugar de enfrentarse a Europa, como en el pasado, se erigió en su defensor".
No es fácil descifrar a Berlusconi. Durante treinta años, con su partido, se distinguió por implementar un aura camaleónica voraz, versátil y ávida de poder. Con maniobras ambiguas, homologó -ante todo- su tesoro privado. Hasta la victoria de Giorgia Meloni, siempre presumió de ser el último premier elegido democráticamente en las urnas desde 2008. Algo que Matteo Renzi, Monti, Gentiloni o Conte no pudieron decir. Disfrutaba recordándolo cuando su Milán dejó de ganar títulos europeos.
Su partido nació en Palermo, donde fue detenido -en la clínica Maddalena- el boss de la Cosa Nostra: Matteo Messina Denaro. Fue el pasado mes de enero, justo treinta años después de la captura de Toto Riina. "Aprendimos en Milán las técnicas que nos enseñó Alberto Dalla Chiesa (general asesinado por la mafia en 1982). Maniobras de guerrilla para combatir, principalmente la clandestinidad y la compartimentación", recuerda en exclusiva para Vozpopuli Capitano Ultimo, el ex guardia civil que lo detuvo. Con escolta desde entonces, el rostro cubierto y rodeado de halcones (es adiestrador), reivindica su importante labor contra el crimen organizado y lanza un mensaje para todos aquellos que hayan insinuado negociaciones, chantajes, entre el estado y la mafia en tiempos de Giulio Andreotti, Dell’Utri o el propio Berlusconi. "Decir que el gobierno intentó negociar es querer disminuir el poder mafioso. Hay periodistas que se han hecho ricos a costa de denunciar esto sin respetar la sentencia judicial". Porque sí. El Tribunal Penal de Palermo absolvió al senador Dell’Utri, entre otros, por la tratativa stato-mafia. El veredicto, en 2021, decía que no se trataba de ningún delito.
Italia siempre tuvo problemas para desmenuzar la verdad. Son tantas las aristas que la componen que, en ocasiones, es imposible saberla, identificarla. Cuando todo es mafia nada es mafia. Sí, hay algo de todo eso en la inmortal (superó varios tumores) figura de Silvio Berlusconi. Son numerosos los trajes que le pusieron. A él y a Forza Italia. Tantos que parecen estar desnudos. Ambos.