Internacional

Ni Duce ni Santa, el triunfo de Meloni en Italia y el error de afrontarla con clichés

El mundo occidental sigue explicando el país transalpino con términos superficiales y equivocados, con una ingente cantidad de clichés y prejuicios para evitar el esfuerzo por estudiarla, interpretarla y comprenderla

  • Giorgia Meloni en la sede de los Hermanos de Italia, en Roma, tras conocerse los sondeos de las legislativas -

No fue una marcha romana el éxito de Meloni. Lo curioso es que la marcha -auténtica- de Roma, además de ser una pantomima militar, pudo evitarse. Los guerrilleros de Mussolini no estaban muy preparados, aunque sí ávidos de lucha, de poder, de revancha, de sangre. Mientras les arengaba, urgía un plan legal para entrar en el gobierno con Giovanni Giolitti seduciendo a su mano derecha -el premier Luigi Facta-, quién llegó a decir que Benito era el más indicado para erigirse como jefe. Así fue: tras un año de violencia, el Rey cedió a sus peticiones y le dio toda la legitimidad necesaria para iniciar el gobierno fascista, llevándose por delante consecuentemente un liberalismo que ya estaba escribiendo sus últimos versos.

Giorgia Meloni no es Ghandi o Santa Teresa de Jesús, pero tampoco el Duce. Afrontarla en estos términos de polaridad es el verdadero Fascismo de la sociedad. Decía Pasolini que el régimen dictatorial fue una imposición, luego cuando hay posibilidad de elegir no puede ser Fascismo. "Si acaso la sociedad es fascista pues otorga ingredientes para que el individuo opte por ese camino. En ese caso hipotético la persona es víctima y no verdugo. No verlo así, para mí supone una atroz forma de desesperación, de neurosis".

Giorgia Meloni no es Ghandi o Santa Teresa de Jesús, pero tampoco el Duce. Afrontarla en estos términos de polaridad es el verdadero Fascismo de la sociedad

El Fascismo aniquiló conciencias, masacró el cuerno de África, usó la tradición sin tener culto por la tradición. De hecho, Mussolini repudiaba el pasado y soñaba una Roma futura inspirándose en Marinetti, la Bauhaus y la pintura metafísica de Giorgio de Chirico. Era ateo, pero firmó los Pactos Lateranenses con la Iglesia para protegerse en el poder. Destruyó con virulencia otros partidos, controló la stampa y asesinó a Giacomo Matteoti, diputado socialista, en las elecciones del 24. Todo ello en el seno de una democracia parlamentaria. "Los poderes fuertes… El establishment hizo un cálculo: sabe que Italia no puede sostener otro Premier sin ser elegido en las urnas. Se adecúan a lo que sucederá con Meloni en el gobierno. Sabe que su programa no tiene nada de Fascismo. Draghi es el garante", comentaba días atrás el polemista y periodista Pietrangelo Buffafuoco en Millenium, un mensual de Il Fatto Quotidiano. "Estamos en el periodo del conservadurismo. El Novecento murió. Por cierto, me sorprende que no se discuta el sillón de Letta, otrora de Palmiro Togliatti, vértice de los soviets internacionales".

La guerra de nunca acabar de los polos mientras Giorgia Meloni, la chica del barrio rojo de Garbatella, descorcha el prosecco y se prepara para formar un gobierno con sus socios Berlusconi y Salvini, con peores números respecto a la anterior legislatura (no alcanzaría el 9%). Un lacónico "Grazie" soltó el líder de La Liga en las redes sociales con los primeros sondeos, que regalan a la coalición de derechas una victoria neta con el 43% en la Cámara de Diputados, lo que les permitirá alcanzar la mayoría. La izquierda, con Enrico Letta, obtuvo el 21%, dejando al Movimiento 5 estrellas en tercer lugar con el 17,5%. 

Umberto Eco eterno

Cada vez que Italia va a las urnas es un drama, un experimento antropológico y sociológico del que extraer conclusiones durante los años venideros. En las últimas votaron más de cincuenta italianos con una abstención del 35, ocho puntos por debajo de la anterior legislatura.

Netanyahu y Orban se apremiaron a felicitar por Twitter a la flamante ganadora, que será mirada con lupa en el panorama internacional, donde en muchos escritorios seguro que circula el libro de Umberto Eco: Il fascismo eterno. Dice así: "Se adapta a todo, por eso nunca muere. Quitad al fascismo el imperialismo y tendréis Franco o Salazar. Quitad el colonialismo y tendréis el balcánico. Añadid el culto de la mitología céltica y el misticismo del Santo Grial y tendréis al gurú Julius Evola". No hay fin.

Mientras los historiadores, tertulianos y diarios importantes de todo el mundo -el Financial Times habla de post fascismo- siguen con estos argumentos arcaicos y peregrinos, Giorgia prosigue con su marcha particular para erigirse presidenta del Consejo de Ministros. Sacudida por la prensa internacional, el mundo sigue luchando contra enemigos del sistema -porque pueden poner en riesgo los valores de la libertad- con códigos fascistas.

A las seis de la mañana del trágico 28 de octubre de 1922 el gobierno decretó por fin el estado de asedio, pero Víctor Manuel III miró a otro lado. Luigi Facta dimitió. El país estaba sin gobierno, fuera de control. Hubo dos días de barricadas, disturbios, altercados importantes… Las camisas negras amenazaban con ocupar ministerios. Mussolini fue convocado por el Rey. Llegó a Roma el 30 de octubre con la orden de liderar un nuevo gobierno en coalición. Le apoyó Antonio Salandra (expremier y líder de la Derecha Liberal), además de senadores, bancos y empresarios importantes del país. Fue un circo macabro lleno de miedo, intereses e hipocresía.

La marcha de Roma fue el día cero de la revolución fascista, el primer día que socavó la democracia parlamentaria en beneficio de una revolución gallarda. Esto dijo el Duce en su discurso de investidura en la Cámara de Diputados. Era el 16 de noviembre: "Podría haber destruido el Parlamento y construir un gobierno exclusivamente de fascistas. Podía hacerlo, pero de momento no he querido".

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