Reunidas en la llamada NUPES (Nueva Unión Popular Ecológica y Social), las cuatro formaciones (LFI, verdes, PSF y PSF) que se aliaron bajo ese paraguas ideado por Melenchón para obtener más votos en la Asamblea Nacional , unidas y no cada uno por su lado, ha implosionado, desarticulada por el extremismo de LFI.
La negativa de comunistas y socialistas a secundar una nueva manifestación donde se grita “todo el mundo detesta a la policía” o – imitando a los radicales norteamericanos, “todos los policías son unos bastardos”, enfureció a Jean-Luc Melenchón, el tres veces frustrado aspirante al Elíseo, que ha pasado de defender tesis socialdemócratas cuando pertenecía al PSF y ser un furibundo “laicista” contra el velo islámico, a convertirse en el campeón de la ultraizquierda y en defensor de la abaya, la túnica islamista que el presidente Emmanuel Macron ha prohibido en las escuelas públicas para frenar la penetración del islam político que gangrena Francia.
El comunista Fabien Roussel manifestó que no se manifestaría bajo un eslogan que ni es cierto ni comparte. El 77% de los franceses tampoco, pues según un sondeo BVA/RTL de julio pasado, los cuerpos de seguridad tienen el apoyo masivo de la población.
La diputada de LFI, Sophie Chikirou (muy próxima a Melenchón, en todos los sentidos) lanzó desde su perfil en Facebook, un insulto al jefe del PCF, Fabian Roussel, que podría sellar la ruptura definitiva de la alianza parlamentaria de las izquierdas. Melenchón apoyó públicamente la comunicación de su camarada que comparó a Roussel con el “colaboracionista” Jacques Doriot, un político comunista francés que, del PCF, pasó a apoyar la ocupación nazi de su país en 1940.
La respuesta de Roussel da el tono de su relación con los líderes de la NUPES: «Compararme con un nazi es incitar a que, personas con problemas siquiátricos, me agredan en la calle (…) Es una llamada al odio».
El clan Melenchón recibió el granizo crítico de muchos representantes de su propia formación, además de otros políticos de extrema izquierda aliados con él. Por su parte, el secretario general del PSF, Olivier Faure, el eslabón más débil de los cuatro partidos de la NUPES), llamó a un “alto el fuego”: “Roussel no es Doriot. El debate no debe convertirse en un pugilato; el desacuerdo no debe manifestarse con insultos. La subida de la extrema derecha es un asunto demasiado serio como para darle aliados suplementarios”.
Melenchón, “más peligroso para la democracia que Le Pen”
¿Cómo frenar a Marine Le Pen y superarla en las urnas? La estrategia para abordar ese dilema separa a Melenchon del jefe de los comunistas franceses. El primero se ha entregado sin frenos al clientelismo pro-musulmán, con la idea de obtener el voto de las antiguas “banlieues rojas” donde el islam ha sustituido a la vieja influencia del PCF y de la iglesia católica. La muerte a manos de un policía del joven delincuente franco-argelino, Nahel Merzouk, le ofreció una inmejorable oportunidad para erigirse en el vengador de los barrios más “sensibles” y apoyar y alentar las revueltas que asolaron varias ciudades de Francia en junio pasado. La polémica sobre la abaya le procuró un extra de combustible en su cruzada ultra.
Roussel se mantiene firme en la defensa del laicismo (apoyo sin “peros” a Charlie Hebdo) y se centra en atraer a los obreros, a los pequeños emprendedores, a las clases medias pauperizadas y a una parte del funcionariado que en los últimos años se ha refugiado en el campo de acogida de Marine Le Pen.
El Plan del líder comunista para recuperar al electorado de los antiguos “cinturones rojos” de las ciudades y al nuevo votante que sufre los efectos de la globalización, del flujo de inmigración masiva que ha transformado su geografía social, y de la apuesta suicida de las élkites gobernantes por el sector terciario en detrimento de la industrialización, pasa por dejar de lado el “wokismo”, volver a la lucha social - reemplazada por la lucha racial - y seguir combatiendo al capitalismo por medios pacíficos y democráticos. Todo ello aderezado por un discurso “popular”, en defensa de la “Francia tradicional”, del vino, la carne y el queso, los productos franceses atacados por los profetas del decrecimiento y que tiene en las barbacoas vecinales uno de los símbolos denostados por el “ecofeminismo” radical, que los tacha de “machistas”.
Una de las voces más significativas del partido “Europa, Ecología, Los Verdes” (EELV), Sandrine Rousseau, aprovechó la tradicional “universidad de verano” del diario (“L’Humanité”, antes comunista, ahora apoyo de la extrema izquierda melenchonista), para advertir a gritos al dirigente comunista “¡No, Fabien, con el entrecot no ganarás!”. Los comunistas están empeñados en apoyar a todas las filiales de producción económica del país, ganadería, agricultura, vino, sectores asaeteados tanto por los ecologistas radicales como por las exigencias de Bruselas.
Rousseau, fuera de su partido, es solo objeto de chanza, pero Melenchon sigue inmerso en una deriva radical que provoca ya más miedo que Marine Le Pen entre una parte de los franceses. Según una encuesta de Ipsos/Fondation Jean Jaurés, una mayoría de los sondeados considera que Jean-Luc Melenchon es más peligroso para la democracia que Marine Le Pen.